DÍAS DE FÚTBOL. 2003. 93´. Color.
Dirección: David Serrano; Guión: David Serrano, basado en una historia de Mischa Alexander y Jean Van de Velde; Dirección de fotografía: Kiko de la Rica; Montaje: Rosario Sáinz de Rozas; Música: Miguel Malla; Dirección artística: Beatriz San Juan; Producción: Ghislain Barrois y Mohamed Khashoggi, para Telespan 2000- Estudios Picasso (España).
Intérpretes: Ernesto Alterio (Antonio); Alberto San Juan (Jorge); Natalia Verbeke (Violeta); Roberto Álamo (Ramón); Fernando Tejero (Serafín); Pere Ponce (Carlos); Secun de la Rosa (Gonzalo); Luis Bermejo (Miguel); Nathalie Poza (Patricia); María Esteve (Carla); Lola Dueñas (Macarena); Pilar Castro (Bárbara); Diego Martín (Daniel); Eva Santolaria, Daniel Ruipérez, Pepo Oliva, Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Guillermo Toledo.
Sinopsis: Antonio sale de la cárcel y se reencuentra con sus viejos amigos del barrio. No tarda en descubrir que ellos no están mucho más contentos y centrados que él, así que, para recuperar la autoestima del grupo, decide volver a formar el equipo de fútbol 7 que ganó un campeonato local años atrás.
David Serrano dio el salto a la dirección gracias al éxito de El otro lado de la cama, taquillera comedia que no me cuenta entre sus partidarios y de la que Serrano fue guionista. En su ópera prima como director, contó con la colaboración de buena parte del equipo técnico y artístico de aquella película y obtuvo unos resultados, en mi opinión, superiores.
Días de fútbol es una comedia muy amarga, o una tragedia muy cómica, como la vida misma. Una de las paradojas de la existencia consiste en que, por lo general, cuando uno es adolescente, o al menos joven, cree que todos sus problemas o carencias vitales se solucionarán con el tiempo. El drama (algunos lo llaman mediana edad) llega cuando el tiempo pasa y no sólo muchos de los antiguos problemas siguen sin desaparecer, sino que encima surgen las dificultades y renuncias propias de la edad adulta. Serrano junta a siete tipos, sin demasiado talento ni entendederas, que se encuentran en ese trance y naufragan cada uno a su estilo: uno, el motor de la historia, es un ex-convicto con problemas de autocontrol; sus amigos son un fantasma que sólo vive para el sexo, un apocado individuo incapaz de hacer nada más que lo que toca, un pícaro con más buenas intenciones que resultados, un estudiante pajillero, un buenazo ahogado por su tiránica esposa y un tipo eternamente malhumorado que vive a la sombra de su suegro. Con semejante cuadro, aderezado por unos personajes femeninos que en poco mejoran al otro sexo, Serrano combina ternura y mala leche en esta película coral que en todo momento vive de las bondades de su guión, que no son pocas. Hay quien dice que la película es vulgar, incluso chabacana; esa gente ha visto, creo, muy poco mundo, o como mínimo desconoce el mundo real, el de los barrios humildes de las grandes ciudades, el de las cañas y el fútbol en el bar, el de los tres tacos por frase, el del sexo escaso y rutinario, pero omnipresente, el de los trabajos de mierda (y gracias), el del con lo que hemos sido y para lo que hemos quedado, el que vive esperando el golpe de suerte que casi nunca llega. El mundo, en suma, de lo que somos, no de lo que querem0s creer que somos. Y ese mundo, plasmado en la pantalla por David Serrano, me suena a realidad, lo bastante exagerada como para que el resultado pueda pasar por comedia y haga reír en vez de llorar, cosa muy noble.
La puesta en escena no llega a descuidada, pero casi. A Serrano se le nota a leguas que lo que le importa es el guión, las situaciones, los personajes y los diálogos, en detrimento del envoltorio. Error típico del guionista metido a director primerizo, dicho sea de paso. Hay situaciones muy divertidas, la mayoría provocadas por la eterna lucha entre la calma y la furia en que vive Antonio, no poco humor chusco (no seré yo quien se oponga) y un poso de simpatía hacia este hatajo de perdedores que da para lo que da. El clímax, que se enmarca en una boda (el evento idóneo para que los seres inteligentes del futuro puedan estudiar a nuestra especie), me resulta algo forzado, aunque Serrano acierta al no jugar a que sus personajes dejen de ser lo que son.
Uno de los aspectos más destacables de Días de fútbol es la interpretación de Ernesto Alterio, actor que algunas veces me resulta cargante y al que aquí, en cambio, encuentro muy divertido. Bien Alberto San Juan, quien, como Alterio, acierta al encarnar un personaje alejado de sus esquemas habituales, y bien ese excelente comediante llamado Fernando Tejero, actor quizá unidimensional pero que sabe hacer muy bien lo que hace. Y tiene gracia, qué coño. El resto del equipo de fútbol 7 me gusta menos, y en concreto a Pere Ponce y Secun de la Rosa me cuesta bastante encontrarles eso que a Tejero le sobra. En cuanto al elenco femenino, no me acaba de convencer (como casi siempre) Natalia Verbeke, y en cambio sí he disfrutado con las interpretaciones de María Esteve, Pilar Castro y Nathalie Poza. Destacar el cameo de Antonio de la Torre y Javier Gutiérrez como parte del coro que acompaña la desastrosa petición de mano que Jorge hace a Violeta.
Días de fútbol no es desde luego una obra maestra, pero sí bastante más que una españolada de desecho. Se deja ver, a ratos hace reír y es (a veces tristemente) muy creíble.
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