THE CURSE OF FRANKENSTEIN. 1957. 88´. Color.
Dirección: Terence Fisher; Guión: Jimmy Sangster, basado en la novela de Mary W. Shelley; Dirección de fotografía: Jack Asher; Montaje: James Needs; Música: James Bernard; Dirección artística: Ted Marshall; Diseño de producción; Bernard Robinson; Producción: Anthony Hinds, para Hammer Films (Reino Unido)
Intérpretes: Peter Cushing (Barón Victor Frankenstein); Robert Urquhart (Paul Krempe); Hazel Court (Elizabeth); Christopher Lee (Monstruo); Valerie Gaunt (Justine); Melvyn Hayes (Joven Victor); Paul Hardtmuth (Profesor Bernstein); Noel Hood, Fred Johnson, Alex Gallier, Michael Mulcaster.
Sinopsis: El barón Frankenstein, condenado a muerte por varios asesinatos, intenta convencer a un sacerdote de que esos crímenes fueron cometidos por una criatura creada por él.
La maldición de Frankenstein fue la primera película en la que la productora británica Hammer Films revisitó los clásicos de terror de la Universal. Su éxito hizo que el sello se especializara en un género al que sus producciones dotaron de un renovado prestigio. Todos los elementos definitorios de los films de la Hammer se hallan presentes en La maldición de Frankenstein, comenzando por la dirección del siempre eficaz Terence Fisher.
El guionista del film, Jimmy Sangster, escribió una versión bastante libre de la obra de Mary Shelley sobre el moderno Prometeo. También el enfoque de la narración se distingue de las películas realizadas por James Whale en los años 30, pues aquí el protagonismo absoluto no recae en la criatura, sino en su creador, el barón Victor Frankenstein, presentado como un científico tan brillante como carente de escrúpulos. Con la seguridad que le otorga su abultado patrimonio, la intimidad de su mansión y la ayuda de su tutor, Paul Krempe, Frankenstein sueña con crear al ser humano perfecto. Cuando consigue devolver a la vida a un animal, el barón sabe que ha encontrado el camino y ya nada le detendrá en su propósito de desafiar a Dios y crear vida.
La estructura de la película es la de un largo flashback: Frankenstein, condenado a muerte, explica los pormenores de su monstruoso experimento con la intención de salvar la vida. Es su versión de la historia la que se nos ofrece en todo momento, aunque en ella Frankenstein se reconoce como autor material de uno de los asesinatos de los que se le acusa, el del profesor Bernstein, el hombre que posee el cerebro idóneo para ser transplantado al ser humano perfecto. Por ello, uno cree que a Frankenstein, más que el puro instinto de supervivencia, lo que de verdad le empuja a contar su historia es el narcisismo, su deseo de que su gran logro científico sea conocido. Desde este punto de vista, no resulta complicado entender la psicología del personaje, el porqué de sus actos.
Otro aspecto a destacar es que en esta película el monstruo carece de sentimientos e inteligencia: es una criatura salvaje que se dedica a matar. Lo más destacable, sin embargo, es la capacidad de Fisher para extraer lo máximo de los ajustados medios de que dispone: la sobriedad y elegancia de los movimientos de cámara; el acertado montaje, que ayuda a construir un film ágil, conciso y de gran ritmo narrativo; el magnífico aprovechamiento que se hace del espacio (sólo hay que ver el laboratorio de Frankenstein) en un film que se desarrolla casi íntegramente en dos estancias de una mansión; el uso que se hace de la música, empleada para subrayar la tensión, pero no como recurso fácil para crearla; y, desde luego, la colorista fotografía, que se convirtió en rasgo definitorio de las películas de la Hammer, en la que el cromatismo sirve, por ejemplo, para recrearse en la sangre de un modo más explícito del habitual en la época. No obstante, estamos en 1957, y se nota: Fisher evita filmar directamente los pasajes más truculentos, como la mutilación de los cadáveres utilizados para crear al monstruo, y recurre a la elipsis al final de la escena en la que el monstruo se encuentra con el hombre ciego y su joven nieto (escena que, por cierto, es una de las mejores de la película, junto a la primera aparición de la criatura de Frankenstein).
Sin duda, uno de los elementos distintivos de los films de la Hammer es la presencia de dos leyendas como Peter Cushing y Christopher Lee. El primero es aquí el protagonista absoluto, dando vida a un personaje brillante, distinguido, vanidoso y amoral. Cushing aporta su inquietante presencia, ideal para incorporar personajes que sean a la vez elegantes y retorcidos, su dicción perfecta y esa mirada profunda que Fisher supo explotar tan bien. Lee es la criatura, el monstruo, la máquina de matar. El personaje no le permite aportar mucho más que su presencia y carisma, pero éstos son más que suficientes para impresionar al espectador. El plantel de secundarios es muy destacable, empezando por la acertada interpretación de un Robert Urquhart que viene a representar el orden moral y el sentido común… y que de paso se lleva a la bella de la función, Hazel Court (detalle: el barón Frankenstein no muestra la más mínima inclinación sexual hacia ella, pese a que ya sabemos que su criada, Justine, es también su amante).
Sangre, tinieblas, mansiones solitarias, científicos dementes, criaturas monstruosas, erotismo (no siempre) soterrado… la fórmula Hammer explotó con esta excelente película que dio origen a cuatro secuelas, ninguna de ellas desdeñable. Gran trabajo de Terence Fisher, e inicio de una forma de hacer películas de terror que resucitó el género y lo marcó para siempre.