THE JUDGE. 2014. 140´. Color.
Dirección: David Dobkin; Guión: Nick Schenk y Bill Dubuque, basado en un argumento de Nick Schenk y David Dobkin; Dirección de fotografía: Janusz Kaminski; Montaje: Mark Livolsi; Música: Thomas Newman; Diseño de producción: Mark Ricker; Dirección artística: Shadya H. Ballug y David Swayze; Producción: David Dobkin, Susan Downey y David Gambino, para Big Kid Pictures-Team Downey-Village Roadshow Pictures-Warner Bros. (EE.UU.)
Intérpretes: Robert Downey, Jr. (Hank Palmer); Robert Duvall (Juez Joseph Palmer); Vera Farmiga (Samantha); Billy Bob Thornton (Dwight Dickham); Vincent D´Onofrio (Glen Palmer); Jeremy Strong (Dale Palmer); Dax Shepard (C.P. Kennedy); Leighton Meester (Carla); Ken Howard (Juez Warren); Emma Tremblay (Lauren Palmer); Balthazar Getty (Hanson); David Krumholtz (Mike Kattan); Grace Zabriskie (Mrs. Blackwell); Denis O´Hare (Doc Morris); Sarah Lancaster, Lonnie Farfmer, Matt Riedy, Mark Kiely, Jeremy Holm, Catherine Cummings.
Sinopsis: Hank Palmer es un rico, amoral y talentoso abogado que, al morir su madre, regresa a su pequeño pueblo natal en Indiana para el funeral. Allí se reencontrará con su conflictivo pasado y con un padre con el que apenas mantiene relación.
No es que la carrera como director de David Dobkin haya sido hasta la fecha demasiado distinguida. Un puñado de films prescindibles, algunos de ellos muy taquilleros, formaban su filmografía hasta que firmó El Juez, logrado intento de realizar un film de prestigio.
El juez no deja de ser otra de esas películas sobre ganar el mundo y perder el alma, no está exenta de clichés y su guión no es un prodigio de originalidad. Y, sin embargo, me ha parecido un film muy reivindicable, que he visto con agrado e interés pese a su dilatado metraje y que nos habla de la importancia de no perder las raíces, aunque éstas sean más bien dolorosas, y de cómo influye lo que fuimos en lo que somos.
Hank Palmer, a primera vista, es un Amo del Universo, que diría Tom Wolfe. Todo un tiburón de los juzgados, a Hank no le importa pasar por encima de quien haga falta para ganar un juicio. El castigo a su amoralidad es el acostumbrado: riqueza, poder, prestigio, una casa impresionante, una esposa que no lo es menos y una hija que le adora. Ni karma, ni hostias. Pero no todo es oro en su vida: su bella esposa le ha pedido el divorcio, y su madre fallece de repente. Hank, que se marchó de su pueblo natal para triunfar en la abogacía y con la intención de no regresar jamás, debe volver para el funeral y reencontrarse con una familia con la que ha perdido todo contacto. Conserva, pese a la distancia, algo del cariño que le tuvieron sus hermanos, pero su relación con su padre, el rígido juez Joseph Palmer, es inexistente. Todo cambia cuando ese hombre, que se ha pasado toda la vida juzgando a los demás, es acusado del asesinato de la persona responsable del mayor error de su carrera.
No es lo que cuenta el mayor mérito de El juez, sino cómo lo hace. Se toma su tiempo, sí, y su discurso sobre la recuperación de los valores perdidos en la gran ciudad puede estar muy manido, pero Dobkin lo desarrolla con coherencia y tacto. Me creo al exitoso picapleitos que debe demostrar que el fallecimiento de su madre no es otra de sus triquiñuelas para ganar un caso y, lo que es más importante, me creo su transformación. Algo sé acerca de la imposibilidad del desarraigo, de dejar de ser quien uno es y de venir de donde viene, aunque la inteligencia diga que ese comportamiento sea el más recomendable. A la hora de retratar eso, qué te hace marchar y qué te hace volver a un lugar, a una familia, a una infancia, la película es ejemplar, gracias sobre todo a sus brillantes diálogos. Y como film de juicios no es Anatomía de un asesinato, pero tiene fuerza y las escenas en el tribunal consiguen enganchar. Dobkins filma con eficacia, explota con acierto las posibilidades que ofrece un film de gran presupuesto, y si a eso le unimos la perfecta labor de Janusz Kaminski en la fotografía, el resultado es un film de una factura técnica intachable. Las imágenes del pueblo consiguen transmitir belleza, pese a que uno puede pensar que el lugar es, como dice su protagonista en una ocasión, más apto para huir de él que para su contemplación embelesada. No hay demasiadas sorpresas, pero tampoco más trampas de las necesarias. Uno diría que a Dobkin le interesa más el drama familiar que su envoltorio judicial, pero ambos se unen para formar un muy buen espectáculo cinematográfico.
Por si esto fuera poco, el duelo actoral es de excepción: Robert Downey Jr., de vuelta al drama después de un largo y exitoso periplo por el cine de superhéroes, es uno de los actores con más talento no sólo de su generación, sino de las posteriores. Su trabajo es espléndido, pero si lo unes al de un grande de la interpretación como Robert Duvall, todavía es susceptible de mejorar. Las escenas que ambos comparten son de una calidad no muy frecuente en el cine de los últimos años. La pega es que ellos hacen que el trabajo de los secundarios quede diluido, aunque eso no va por un Billy Bob Thornton que deja claro que es un actor de verdad, camaleónico y creíble. Del resto, me quedo con las aportaciones de Vincent D´Onofrio y Grace Zabriskie. Vera Farmiga no está mal, pero ni su papel es de los mejor escritos ni su interpretación está al nivel del dúo protagonista.
El juez es una película que uno ha visto varias veces. Pero ésta es de las buenas. En estos tiempos cínicos, su mensaje puede parecer fácil, o incluso reaccionario. Por lo que a mí respecta, films de este nivel nunca están de más.