RUSH. 2013. 118´. Color.
Dirección: Ron Howard; Guión: Peter Morgan; Dirección de fotografía: Anthony Dod Mantle; Montaje: Dan Hanley y Mike Hill; Música: Hans Zimmer; Dirección artística: Patrick Rolfe (Supervisor); Diseño de producción: Mark Digby; Producción: Ron Howard, Andrew Eaton, Peter Morgan, Brian Oliver, Brian Grazer y Eric Fellner, para Exclusive Media-Imagine Entertainment-Revolution Films-Working Title Films (EE.UU.)
Intérpretes: Chris Hemsworth (James Hunt); Daniel Brühl (Niki Lauda); Olivia Wilde (Suzy Miller); Alexandra Maria Lara (Marlene Lauda); Pierfrancesco Favino (Clay Regazzoni); David Calder (Louis Stanley); Natalie Dormer (Gemma); Stephen Mangan (Alastair Caldwell); Christian McKay (Lord Hesketh); Alistair Petrie (Stirling Moss); Julian Rhind-Tutt (Bubbles); Colin Stinton (Teddy Mayer); Jamie De Courcey, Augusto Dallara, Patrick Baladi, Martin Savage, Jamie Sives, Josephine De La Baume, Brooke Johnston.
Sinopsis: Historia de ka rivalidad entre dos grandes pilotos de Fórmula 1, James Hunt y Niki Lauda, que tuvo su punto álgido en el Mundial de 1976.
Ejemplo paradigmático de director aplicado e impersonal, muy del gusto de la industria, y de filmografía mayormente olvidable, Ron Howard nos sorprende a veces con películas de altura. Ocurrió con El desafío: Frost contra Nixon, y sucede con Rush, film que examina una de las grandes rivalidades de la Fórmula 1, la que sostuvieron, ya desde las categorías inferiores, el británico James Hunt y el austríaco Niki Lauda.
El reto era hacer una película que resultara convincente para los seguidores de la Fórmula 1, y atractiva para quienes no sienten interés por el automovilismo. Me incluyo en el primer grupo, pues soy aficionado a las carreras de coches desde niño. Nunca vi correr a Hunt, pues empecé a seguir el campeonato en 1980, justo el año posterior a su retirada de los circuitos, en el que se coronó mi primer ídolo automovilístico, el australiano Alan Jones. Sí vi pilotar a Lauda, que logró su tercer y último Mundial en 1984, y siempre me pareció un modelo de precisión al volante. Así pues, lo que esperaba de esta película era que fuera capaz de trasladarme a una época que, por obvias razones de edad, no pude disfrutar, la de la segunda mitad de los 70.
Hunt y Lauda tenían muchas cosas en común: eran jóvenes, talentosos, arrogantes e hijos descarriados (cada uno a su manera) de familias pudientes. En lo personal, sin embargo, no podían ser más antagónicos: el británico era un playboy hedonista, fiestero e indisciplinado, algo así como un George Best de las carreras, y el austríaco era frío, metódico, reservado y poco sociable. Como ocurre con muchas rivalidades, no sólo deportivas, Hunt y Lauda se convirtieron en enemigos íntimos, y el afán de superar al otro les hizo ofrecer lo mejor de sí mismos en los circuitos. Fuera de ellos, su relación osciló entre la tirantez y una evidente admiración mutua. La película retrata esto muy bien, define a la perfección a los dos pilotos y consigue ser francamente entretenida. Las escenas de las carreras están rodadas con la agilidad y el ritmo que todo aficionado espera. En este aspecto, Howard tuvo la habilidad de adaptarse al estilo que el film demandaba, alternando la adrenalina de los circuitos con la muy distinta vida privada de sus protagonistas. Mucho le ayudan el excelente montaje y el acertado trabajo de recreación de la época, que consigue trasladar al espectador a un mundo mucho más salvaje que el de la F1 de hoy en día, cada vez más segura, sí, pero también más aburrida.
El guión de Peter Morgan es de calidad, deja muy claro quiénes son sus personajes y por qué actúan de la manera en que lo hacen. Muchos films deportivos fracasan por no ofrecer nada interesante más allá del propio espectáculo. De Rush me atrevo a decir que, a excepción de la escena que recrea el brutal accidente que sufrió Lauda en Nurburgring, lo mejor de la película ocurre fuera de los circuitos: en un lujoso despacho austríaco, en un apartamento londinense, en un hospital, en un hangar, o en el mismísimo lavabo de caballeros de una sala de prensa. Nunca he tenido la impresión, muy frecuente en este tipo de películas, de que las escenas entre carreras estaban metidas con calzador y para cumplir el expediente. En Rush, nada sobra, nada ralentiza la historia, sus artífices quisieron hacer algo más que una película sobre automovilismo, y a fe que lo consiguieron. Hunt y Lauda no fueron sólo dos pilotos, fueron dos formas de entender la vida, cada una con sus grandezas y miserias. Tampoco el film comete el error de tomar partido por uno de ellos, aunque el perfil del inglés, que fue un tipo extremadamente carismático, pueda ser mucho más atractivo para el público.
Otro de los aciertos de la película fue escoger como protagonistas a dos actores que, además de guardar un importante parecido físico con los personajes que encarnaban, trabajaron duro para resultar convincentes: Chris Hemsworth acredita que es algo más que Thor, y Daniel Brühl, actor de cuya capacidad ya teníamos noticia por estas latitudes, es el mejor Niki Lauda posible, y su trabajo una de las causas de que su personaje no quede en segundo plano frente al magnético inglés. Quienes sí lo hacen son el resto de actores que intervienen en la película, planteada desde el principio como un duelo entre dos personajes antagónicos y excepcionales. La bellísima Olivia Wilde casi podría decirse que pasaba por allí; Alexandra Maria Lara tiene un papel de más entidad, pero tampoco demasiado espacio para el lucimiento en un film que rezuma testosterona, y el resto, sin desentonar, queda siempre difuminado frente al dúo protagonista.
Mucha gente pensaba que de la rivalidad Hunt-Lauda, que alcanzó su cénit en el intenso Campeonato de 1976, podía salir una buena película. Pues bien, esa película, una de las mejores que he visto sobre pilotos de carreras, ya existe: se llama Rush.