Más allá de cantantes a las que les falta un punto de sal, y de sesiones VIP con canapés, ayer empezó de verdad la edición 2015 del Festival de Jazz de Barcelona, un certamen que suele brindar varios de los mejores conciertos del año en la ciudad. Lo hizo en el Auditori con uno de los grandes, Chick Corea, cuyo último proyecto, The Vigil, sigue el camino del jazz, aunque con marcadas influencias latinas.
Además de su ductilidad y de su extrema gracia pianística, si algo distingue a Chick Corea es su habilidad para presentarse en directo rodeado de músicos de enorme talento. A sus 74 años, este gran artista se encuentra en perfecta forma, y de excelente humor: lo primero que hizo al salir a escena fue fotografiar al público que le ovacionaba, así como a los propios periodistas que le retrataban a él. Acto seguido presentó a sus músicos y todos juntos atacaron el primer tema, Tempus fugit, homenaje a su admirado Bud Powell en el que lucieron especialmente el percusionista venezolano Luisito Quintero y el batería Marcus Gilmore. De homenajes fue la noche, porque todas las canciones interpretadas tuvieron una dedicatoria: la segunda, Royalty, fue para el legendario batería Roy Haynes, pieza angular de algunos de los mejores álbumes grabados en trío por Corea. La tercera pieza, Ana´s Tango, fue para la madre del pianista. Sólo la introducción interpretada por éste ya justificaba el precio de la entrada. Aquí, además, estuvieron particularmente inspirados Tim Garland al clarinete bajo (este poliédrico talento tocó también la flauta travesera y los saxos tenor y soprano, y todo lo hizo bien) y el contrabajista cubano Carlitos del Puerto, que lleva el jazz en los genes.
Con tres canciones se nos había ido una hora, entre grandes improvisaciones y un ambiente cada vez más entusiasta. Y en éstas apareció en el escenario Carles Benavent, y todos juntos homenajearon a Paco de Lucía interpretando una memorable versión de Zyriab, sin duda una de las mejores piezas que compuso el genio de Algeciras. Puedo decir sin exagerar que lo que hicieron estos músicos durante más de veinte inspirados minutos fue puro arte, una de esas veces en las que uno puede presumir de haber estado allí, presenciando ese espectáculo. Mención especial para el joven guitarrista Charles Altura, cuyo sonido con la eléctrica me recuerda al de John Scofield, y que en la acústica estuvo soberbio. La ovación fue atronadora, y el fin de fiesta, calcado al de la última (y accidentada) ocasión en que Chick Corea y un servidor coincidieron en la misma sala de conciertos: Spain, todo un clásico, sirvió para que el público cantara al son del teclado eléctrico, siguiera con palmas el ritmo de la canción y participara con entusiasmo del espectáculo. Entre grandes aplausos, Chick Corea se despidió de Barcelona estrechando la mano de los espectadores de la primera fila. En el jazz de las últimas cinco décadas, pocas manos hay como las suyas.
Honrando al maestro De Lucía en Buenos Aires:
Regreso a los tiempos de Return to Forever: