LORD OF WAR. 2005. 121´. Color.
Dirección: Andrew Niccol; Guión: Andrew Niccol; Dirección de fotografía: Amir Mokri; Montaje: Zach Staenberg; Música:Antonio Pinto; Diseño de producción: Jean Vincent Puzos; Producción: Nicolas Cage, Andrew Niccol, Andy Grosch, Norman Golightly, Philippe Rousselet y Chris Roberts, para Entertainment Manufacturing Company- Saturn Films-Ascendant Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Nicolas Cage (Yuri Orlov); Ethan Hawke (Jack Valentine); Jared Leto (Vitaly Orlov); Bridget Moynahan (Ava Fontaine); Ian Holm (Simeon Weisz); Eamonn Walker (André Baptiste, Sr.); Sammi Rotibi (André Baptiste, Jr.); Evgeni Lazarev (General Dmitri); Shake Tukhmanyan (Irina Orlov); Jean-Pierre Nshanian (Anatoli Orlov); Jeremy Crutchley, Jared Burke, Eric Uys, David Shumbris, Larissa Bond, Kutcha Hardy.
Sinopsis: Yuri Orlov, un neoyorquino de origen ucranio, llega a la edad adulta sin tener claro cómo destacar en la vida. Descubre su filón particular en el tráfico de armas, actividad en la que acaba convirtiéndose en un número uno a escala mundial.
Al neozelandés Andrew Niccol se le recordará por haber escrito el guión de la fantástica El show de Truman, y también por su ópera prima como director, la fascinante Gattaca. Su estrella se ha diluido algo desde sus poderosos comienzos, pero ha sido capaz de sacar adelante otras películas estimables: la que más, de largo, es El señor de la guerra.
Como poco, hay que agradecerle a Niccol su valentía al darle un enfoque tan sumamente cínico a esta superproducción cuyo tema es el tráfico internacional de armas, sin duda uno de los negocios más lucrativos del mundo. Suele estar bien lo que bien empieza, y el comienzo de Lord of war es soberbio: los títulos de crédito nos muestran la historia de una bala, desde su fabricación hasta que es disparada, mientras suena un clásico de los 60 como For what it´s worth, de Buffalo Springfield. El protagonista, que se eleva sobre un suelo de balas con su pinta de anónimo ejecutivo, ya ha tenido tiempo para mostrar, con una sola reflexión, el tono general de la película: «Se calcula que hay 550 millones de armas de fuego en el mundo, lo que da una media de una por cada doce personas. La pregunta es: ¿Cómo podemos armar a las otras once?». Yuri Orlov, que así se llama el individuo, nos cuenta a partir de aquí su historia. Sin moralina, sin ninguna gana de justificarse o de caer bien. Un nuevo acierto de Niccol es el modo en el que muestra cómo un hijo de inmigrantes ucranianos perdido en el anonimato de Nueva York logra convertirse en uno de los traficantes de armas más importantes del planeta. Lo hace en unas pocas pinceladas, que sirven, como la misma impersonal indumentaria de Orlov, para que veamos que fue él, pero podría haber sido cualquiera. El caldo de cultivo está ahí, a la vista de todos los que quieran verlo: para ser el ingrediente estrella, el conseguidor más solicitado, basta con tener talento para las ventas («vender armas es como vender aspiradoras»), cinismo, ausencia de escrúpulos y buenos contactos. Su creciente éxito le lleva a conquistar a la mujer de sus sueños, una modelo nacida en su mismo barrio. El derrumbe de la Unión Soviética, a ser algo así como el Amancio Ortega de los Kalashnikov.
La película adopta, en todo momento, el punto de vista de Yuri Orlov, y basa una parte no desdeñable de su encanto en un recurso que en general suele incomodarme: la voz en off. Algunas reflexiones del protagonista son para enmarcar; un buen puñado de escenas (el encuentro con Vitaly, el díscolo hermano menor, en Bolivia, la persecución aérea y su posterior resolución en mitad de África) y diálogos (en especial, los que mantiene Yuri con el muy reconocible dictador de Liberia, así como los que tienen lugar durante el último encuentro entre Orlov y su más abnegado perseguidor, el agente Valentine), no le van a la zaga. A nivel técnico, la película es un espectáculo de primera clase, que sitúa a Niccol en la categoría de un Christopher Nolan. Lo más importante es la historia, pero el director se sitúa en las antípodas de los despreciadores de la estética. La música original no es el aspecto más destacable, pero sí hay que mencionar la acertada elección de las canciones (desde Little Odessa a Hallelujah), que ilustran algunas escenas.
Estoy lejos de ser un fan de Nicolas Cage (coproductor, además de protagonista, de la película), pero he de reconocer que su trabajo en Lord of war supera con creces mis expectativas. Se esfuerza en no sobreactuar, incluso en aquellas escenas (pocas, todo hay que decirlo) en que las circunstancias externas le superan; recita con convicción, pero con un adecuadísimo tono neutro (otra vez, de vendedor de aspiradoras) sus frases, y consigue dar acertada réplica a actores que son mucho más de mi agrado, como Ethan Hawke o un hasta cierto punto desaprovechado Ian Holm. Por su parte, Jared Leto vuelve a explotar con estilo ese lado inquietante que tiene, y Bridget Moynahan aporta algo más que su indudable belleza, como queda claro en la escena en que se sincera ante su desenmascarado marido. Por último, Eamonn Walker está la mar de convincente como sátrapa africano.
«Blockbuster con cerebro», dice una de las críticas que incluye el cartel de la película. Poco más puede añadirse a una descripción tan escueta como exacta. El tráfico de armas a gran escala visto en primera persona, sin moralina, pero con moraleja. Lord of war es una película necesaria, por incómoda y honesta, además de muy buena.