EL ÚLTIMO CABALLO. 1950. 83´. B/N.
Dirección: Edgar Neville; Guión: Edgar Neville; Dirección de fotografía: César Fraile; Montaje: Gaby Peñalba; Música: José Muñoz Molleda; Dirección artística: Sigfrido Burmann; Producción: Edgar Neville, para Producciones Edgar Neville (España)
Intérpretes: Fernando Fernán Gómez (Fernando); Conchita Montes (Isabel); José Luis Ozores (Simón); Mary Lamar (Elvirita); Julia Lajos (Doña Luisa); Fernando Aguirre, Manuel Arbó, José Prada, José Franco, Julia Caba Alba, Manuel Aguilera, María Cañete, Manuel de Juan, Benito Cobeña, Casimiro Hurtado, Rafael Bardem, Antonio Ozores.
Sinopsis: Fernando es un soldado recién licenciado que ha servido en un regimiento de caballería. Al enterarse de que la división pasa a ser motorizada y los caballos serán vendidos a un empresario taurino, decide reunir el dinero que ha ahorrado para casarse y comprar él mismo a Bucéfalo, su caballo.
En mi reseña de El crimen de la calle de Bordadores definí a Edgar Neville como uno de los escasísimos cineastas interesantes de la España de la posguerra. Después de ver El último caballo, una de sus últimas películas importantes, no puedo más que ratificarme en esa opinión. El último caballo es una comedia amable, pero con fondo, ingenio y un trasfondo ecologista bastante inusual en la época. Fue uno de los proyectos más personales de Neville, que ejerció de productor, director y guionista, y en los últimos años no son pocos los cinéfilos que la han rescatado de un olvido que acompañó a la película durante demasiado tiempo.
Tanto se encariña Fernando, un joven soldado, de Bucéfalo, el noble caballo que le ha acompañado durante su servicio militar, que decide que el animal merece mejor destino que el de ser corneado hasta la muerte por un toro en la plaza de Las Ventas. Así que lo compra, utilizando el dinero que ha ahorrado para poder casarse con Elvirita, su prometida. Fernando llega a Madrid a lomos de su corcel, aunque no tiene ni medios para mantenerlo, ni sitio para dejarlo. En la gran ciudad, con sus coches, sus prisas, sus ruidos y sus humos, no hay lugar para los caballos, vistos como una reliquia del pasado. Por tanto, Fernando se verá inmerso en un sinfín de vicisitudes para cuidar de Bucéfalo. Encuentra la ayuda de Simón, un bombero que hizo la mili en su mismo regimiento, y de Isabel, una simpática florista. En cambio, ni su jefe en la oficina, ni Elvirita, comparten su entusiasmo equino. En particular, a su prometida no le hace demasiada gracia que Fernando haya destinado los ahorros para la boda en comprar un caballo.
El gesto de comprar a Bucéfalo que tiene Fernando es quijotesco, mucho más noble que práctico. Pero, después de un montón de complicaciones, resulta que ese gesto le cambia la vida para bien. Neville, cuya gracia para los diálogos se mantiene intacta, desgrana las penurias que genera permitirse un capricho de ricos cuando uno no lo es, pero se pone del lado de quienes, como Fernando y Simón, prefieren actuar de acuerdo a sus principios, aunque eso suponga saltarse las convenciones. El film es madrileñísimo, pero el modo en el que se mira la ciudad, y a quienes representan el orden, la sensatez y las buenas costumbres, es más bien crítico: durante el tiempo en el que Fernando ha estado en el Ejército, todo ha subido, menos los sueldos; en la oficina hay que trabajar más para ganar lo mismo; hay coches, motos y camionetas por todas partes y todo es muy gris, en definitiva. El guión es una clara muestra del talento narrativo de Neville, y alcanza su punto álgido en la delirante escena en la que se muestran los curiosos resultados que produce mezclar el alcohol con la filosofía. Aquí, además, no hay números musicales (sí escenas taurinas, pero vistas desde un prisma distinto al habitual en la España franquista) ni casticismo impostado: se nota, y muy para bien, que el director ha dispuesto de mayor libertad creativa que en muchos de sus anteriores proyectos.
Con papeles como el que hace en El último caballo, uno entiende que se considere que Fernando Fernán Gómez es uno de los actores más importantes del cine español. Él lleva el peso de la película, y muestra de manera convincente las dos caras de Fernando: tímido y hasta un punto envarado cuando se supedita a los demás, pero resuelto y divertido en los momentos en los que puede llevar las riendas no sólo de Bucéfalo, sino de su vida. Conchita Montes aporta gracia y simpatía, y José Luis Ozores, en su primer papel importante en el cine, se revela como el muy buen comediante que fue. Entre los secundarios, muchos habituales de Neville. Todos ellos rayan a buena altura.
El último caballo es un film de visionado muy agradable, una comedia que funciona por historia, por puesta en escena y por las interpretaciones de sus protagonistas. Rodada con pocos, pero muy bien aprovechados medios, es, sin duda, una de las películas más destacadas de Edgar Neville, lo que equivale a decir del cine español de la posguerra. Abajo los camiones.