MAGIC IN THE MOONLIGHT. 2014. 94´. Color.
Dirección : Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Darius Khondji; Montaje: Alisa Lapselter; Música: Miscelánea. Temas de Cole Porter, Kurt Weill, Igor Stravinsky, Maurice Ravel, Bix Beiderbecke, etc.; Diseño de producción: Anne Seibel; Producción: Letty Aaronson, Stephen Tenembaum y Edward Walson, para Perdido Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Colin Firth (Stanley); Emma Stone (Sophie); Marcia Gay Harden (Mrs. Baker); Simon McBurney (Howard Burkan); Eileen Atkins (Tía Vanessa); Hamish Linklater (Brice Catledge); Jacki Weaver (Grace Catledge); Catherine McCormack (Olivia); Antonia Clarke, Erica Leehrsen, Jeremy Shamos, Ute Lemper.
Sinopsis: Stanley es un famoso mago y un profundo escéptico que se dedica a desenmascarar videntes y ocultistas varios. Cuando Howard, un amigo y compañero de profesión, le dice que ha descubierto en Francia a una joven vidente norteamericana que parece ser auténtica, Stanley viaja hasta allí para descubrir sus trucos.
Después de Blue Jasmine, Woody Allen volvió a Europa, a la comedia ligera y a sus queridos años 20 con Magia a la luz de la luna, film al que la mayor parte de la crítica calificó, creo que con acierto, como agradable pero menor dentro de su filmografía.
Uno de los temas recurrentes de Woody Allen es la forma en que los humanos asumen (o no) la segunda y última de las realidades universales: la muerte. Bajo un punto de vista escéptico, nacemos de la nada y, al morir, volvemos a ella. Desde que el mundo es mundo, esta hiperlógica explicación resulta insatisfactoria para buena parte del género humano, que entiende que, de ser así las cosas, la vida carecería de sentido. De ahí que hayan surgido enormes estructuras religiosas que, de distintas (y también enormemente insatisfactorias para un cerebro adulto) maneras hayan reivindicado para sí dicha trascendencia. A menor escala, un sinfín de buscavidas, impostores y engañabobos han aprovechado lo mucho que todavía ignoramos de nuestra propia mente y del mundo en general para consolar a las almas cándidas con sus presuntos conocimientos de los hechos futuros y sus contactos con el más allá. Allen vuelve a la época de entreguerras y sitúa allí a su enésimo alter ego, un mago inglés talentoso, arrogante y poco diplomático famoso por ser el rey de los escépticos y el gran azote de videntes y ocultistas. Cuando se vea incapaz de desenmascarar a una bella norteamericana que se gana la vida comunicando a ociosos ricachones con sus difuntos parientes, todas sus creencias (o su falta de ellas, para ser exactos) se tambalean.
Se le agradece a Allen el tono ligero, su característica buena mano con los diálogos y (en mérito compartido con Darius Khondji) su excelente forma de mostrar la Provenza y la Costa Azul. En lo temático, le niego la mayor: el dilema entre la felicidad del creyente, que cree que su vida tiene sentido, y el pesimismo del ateo, que sabe que la muerte es el final de todo y vive torturado por ese pensamiento, es falso. El mundo está demasiado lleno de creyentes que desprecian la vida y sus bondades (y que nos las joden a los demás, dicho sea de paso) como para transigir con semejante planteamiento. Más allá del problema intelectual (que por momentos -ese monólogo de Stanley mientras su querida tía se debate entre la vida y la muerte- amenaza con hacer naufragar la película), Magia a la luz de la luna es otro tratado de Allen sobre la imprevisibilidad y la fuerza del amor romántico, sobre la necesidad del autoengaño para los sufridos mortales… y sobre lo bonita que era una Europa que acababa de sufrir la más destructiva guerra de su historia y estaba poniendo a toda prisa los cimientos para otra todavía peor. Pero la película está hecha con gracia y pasa como un suspiro, que conste.
Lo mejor de la función es el trabajo de Colin Firth, un excelente actor que mejora con los años. No juega a ser Woody Allen y hace un trabajo a todas luces elogiable. Emma Stone no llega al nivel de Firth, pero su actuación, su forma de hablar y de moverse, están llenas de gracia. La química entre ambos protagonistas, fundamental para que la película funcione, existe, y ese es un buen punto favor para Allen y, desde luego, para ambos intérpretes. Simon McBurney es un actor a tener muy en cuenta, Marcia Gay Harden está, como casi siempre, acertada, Eileen Atkins entrañable y Hamish Linklater resulta lo cargante que debe ser el ricachón adicto a las serenatas al que interpreta. Ah, y siempre es una delicia ver y escuchar a Ute Lemper.
De acuerdo con la crítica: agradable, pero menor. Magia a la luz de la luna es bastante buena en lo cinematográfico; no tanto en lo filosófico (no nombrarás a Nietzsche en vano). No es el mejor Allen posible, tampoco el de su anterior película, pero es más que el 90% de las comedias que nuestra búsqueda de evasión nos hace ver.