THE BEAVER. 2011. 88´. Color.
Dirección: Jodie Foster; Guión: Kyle Killen; Dirección de fotografía: Hagen Bogdanski; Montaje: Lynzee Klingman; Música: Marcelo Zarvos; Diseño de producción: Mark Friedberg; Dirección artística: Alex DiGerlando y Kim Jennings; Producción: Steve Golin, Ann Ruark y Keith Redmon, para Summit Entertainment-Participant Media (EE.UU.).
Intérpretes: Mel Gibson (Walter Black); Jodie Foster (Meredith Black); Anton Yelchin (Porter Black); Jennifer Lawrence (Norah); Cherry Jones (Vicepresidenta); Riley Thomas Stewart (Henry Black); Zachary Booth (Jared); Jeff Corbett, Baylen Thomas, Sam Breslin Wright, Michael Rivera, Kelly Coffield Park, Matt Lauer, Jon Stewart, Terry Gross.
Sinopsis: Walter Black lo tenía todo, hasta que la depresión le venció, sin que las fórmulas tradicionales hayan conseguido aliviarle. A punto de suicidarse, crea un alter ego, un castor de peluche, a través del cual intentará rehacer su vida.
Considerada de forma casi unánime como una de las mejores actrices del mundo, Jodie Foster ha dirigido tres películas cuyo denominador común consiste en ser pequeñas en el envoltorio, pero profundas en lo temático. La tercera de estas obras, El castor, ha supuesto para mí una agradable sorpresa.
Que alguien que preside una empresa y tiene una familia de anuncio televisivo pueda caer en una paralizante depresión es algo que escapa al entendimiento de muchas personas, pero no por eso deja de ocurrir con frecuencia. Walter Black, el protagonista de esta película, ha pasado de ser una persona digna de envidia a convertirse en un muerto en vida que cada vez se halla más cerca del suicidio. Las recetas modernas (psicólogos, antidepresivos, libros de autoayuda) han resultado ser inútiles (vaya novedad). En su momento más bajo, su instinto de supervivencia adopta la forma de un castor de juguete, dispuesto a ser la tabla de salvación de un Walter que mueve al muñeco con su brazo y le hace hablar por su voz. Y el remedio funciona, pese a la extrañeza que causa ver a un tipo hecho y derecho hablar por la boca de un muñeco de peluche: Walter recupera a su familia (excepto a su primogénito, obsesionado en no ser como él), reflota a su empresa (heredada, y a la que nunca se vio capacitado para dirigir) e incluso se convierte en una celebridad que acude a talk shows para hablar de su milagro. Pero nada es tan fácil como eso en la vida real.
Jodie Foster dirige con pulcritud, pero centra su interés en el guión de Kyle Killen para llevarlo a su terreno: el de las dificultades por las que pasan los socialmente inadaptados (su hijo menor sufre acoso escolar; ella misma se refugia en su trabajo intentando obviar el derrumbe de su familia); el de una sociedad para la que también las personas son productos de usar y tirar, válidas en tanto útiles; el de unos individuos superados la realidad. A Foster, la inteligencia se le supone, y a esa virtud añade la valentía. A mucha gente le puede parecer ridículo el recurso del castor parlante: bien, sustitúyanlo por el gurú o líder religioso que prefieran, o por una causa patriótica. ¿De verdad les sigue pareciendo ridículo? Un poco de imaginación, por favor…
Me gusta el uso de la música de Marcelo Zarvos, con aires de Astor Piazzolla. Me gusta menos la historia de amor adolescente entre el problemático, pero dotado de intelecto, hijo mayor de Walter (ese muchacho que sólo es bueno imitando a otras personas) y la jefa de animadoras con cerebro y vida complicada, pero viene bien como contrapunto a la historia de Walter, que empieza con tintes de comedia negra y termina siendo un drama de entidad (véanse las confesiones de Walter y su castor en una de sus apariciones televisivas, y las reacciones que sus palabras generan entre sus familiares y el resto de espectadores, o la escena en la que todo se tuerce -la del restaurante-, o aquélla en la que Walter se deshace, del modo más abrupto, de la criatura).
Desde La pasión de Cristo, Mel Gibson figura en mi infierno cinematográfico particular. Y, sin embargo, he de decir que su interpretación en El castor es impresionante, la mejor de su carrera. Sencillamente, la borda: sus miradas, sus gestos y su voz (sus voces, para ser exactos, pues la del castor es modélica), comunican tanto como sus gestos. Jodie Foster está a su nivel interpretando a una mujer confundida ante lo extraordinario, que se enfrenta a algo que es incapaz de comprender. Bien los adolescentes, con mención especial para una Jennifer Lawrence a la que los papeles de joven sexy con cerebro le vienen perfectos.
El castor merece sin paliativos la consideración de película de culto, pues aborda con inteligencia y sensibilidad el tema de la depresión, huyendo (al menos hasta el final) de lugares comunes, y tiene momentos de gran cine, de ese que deja poso en el espectador.