España afronta mañana las elecciones generales más inciertas desde 1977. La aparición de nuevos partidos parece que va a hacer añicos el bipartidismo reinante y, cosa muy de celebrar, aleja las opciones de que nadie pueda gobernar con mayoría absoluta. Según todos los sondeos, el triunfo va a ser para el gobernante Partido Popular, aunque me inclino por pensar que será un triunfo amargo, por la gran pérdida en votos y escaños que sufrirá esta fuerza política, corrupta hasta el tuétano y responsable de la aplicación de unos duros recortes que han aumentado la desigualdad hasta límites intolerables, y por la dificultad para formar gobierno que acarreará el previsible resultado electoral.
Al parecer, el segundo puesto se lo disputan un PSOE a quien pocos ven ya como una verdadera alternativa progresista, y Podemos, que antes de la campaña partía en cuarto lugar en las encuestas y parece que ha conseguido recuperarse de la decepción de las elecciones catalanas. Personalmente, creo que los socialistas van a obtener más votos (no muchos, sin embargo) y escaños que el partido de Pablo Iglesias, aunque no oculto que preferiría lo contrario.
Ciudadanos se ha desinflado a medida que avanzaba la campaña, y parece que no pasará del cuarto puesto, aunque con un porcentaje de votos y escaños que puede convertir a este partido en imprescindible para la formación de cualquier gobierno con aspiraciones de estabilidad.
Por detrás, el apoyo al resto de fuerzas estatales no va a ir más allá de lo testimonial, y habrá que ver el número de escaños que alcanzan las distintas fuerzas nacionalistas y regionalistas, algunas de las cuales parece que se sienten lo suficientemente españolas como para no renunciar a los sueldazos, privilegios y prebendas que implica la presencia en las Cortes.
En lo personal, he de decir que he seguido muy poco la campaña, por tener mi voto decidido con antelación y porque mi nivel de saturación política está más bien alto. Homenajes involuntarios a Chiquito de la Calzada al margen, el período de captación de votos (especialmente importante en esta ocasión, dado el enorme porcentaje de indecisos, que hace muy complicado cualquier pronóstico) ha quedado marcado por la agresión sufrida por Mariano Rajoy. Sobre este asunto, un apunte: el candidato popular ha sido un presidente horroroso y ojalá hubiera tenido la decencia de dimitir después de lo de Bárcenas, pero su reacción ha sido la de un buen tipo. Una cosa no quita la otra.
En fin, que España reparta suerte. Lo que está claro, pase lo que pase, es que el país va a cambiar. Y a peor, es complicado que pueda hacerlo.