LA CHISPA DE LA VIDA. 2011. 91´. Color.
Dirección: Álex de la Iglesia; Guión: Randy Feldman; Dirección de fotografía: Kiko de la Rica; Montaje: Pablo Blanco; Música: Joan Valent; Dirección artística: José Luis Arrizabalaga y Arturo García Biaffra; Producción: Andrés Vicente Gómez y Ximo Pérez, para Alfresco Enterprises-Trivisión, S.L.- La Ferme! Productions (España).
Intérpretes: José Mota (Roberto Gómez); Salma Hayek (Luisa); Blanca Portillo (Mercedes); Juan Luis Galiardo (Alcalde); Fernando Tejero (Johnny); Carolina Bang (Pilar Álvarez); Manuel Tallafé (Claudio); Antonio Garrido (Dr. Velasco); Eduardo Casanova (Lorenzo); Nerea Camacho (Bárbara); Juanjo Puigcorbé (Álvaro Aguirre); Antonio de la Torre (Kiko Segura); Joaquín Climent (Javier Gándara); Santiago Segura (David Solar); José Manuel Cervino (Presidente); Nacho Vigalondo, Javier Botet, Manuel Puchades, Angie Paúl, Diego Calderón, María José Gil, Cristina Alcázar, Elvira Lomba, Mila Natividad, Fernando Arenas, Esther Munuera.
Sinopsis: Roberto, un publicista en paro, acude a su antigua empresa en busca de trabajo. Rechazado, viaja hasta Cartagena para visitar el hotel en el pasó la luna de miel junto a su esposa, Luisa. En su lugar se alza ahora un museo arqueológico, en el que Roberto sufre un accidente que puede convertirle en una estrella mediática y sacarle de la ruina.
Si algo se puede afirmar con certeza del cine de Álex de la Iglesia es su incapacidad para provocar indiferencia. Director excesivo, adicto a la comedia negra y que jamás rehúye la polémica, el bilbaíno es uno de los más personales cineastas españoles, y también uno de los mejores. La chispa de la vida es el film posterior al que considero su obra maestra, Balada triste de trompeta; aun teniendo un tono muy similar, no llega a la la misma altura.
El film, el primero de los firmados por Álex de la Iglesia en el que el director no figura acreditado como guionista, podría haberse titulado El día que todo se jodió definitivamente. Roberto es un publicista de mediana edad que en tiempos creó un célebre slogan, pero que acabó por convertirse en una víctima más de la crisis. Cerca de agotar el subsidio de desempleo, vuelve a su antigua empresa buscando (suplicando, para ser exactos) un trabajo. Allí, en una de esas multinacionales en las que todo huele a dinero, le ignoran de la manera más absoluta. Presa de una enorme sensación de fracaso, parte hacia Cartagena para volver al hotel en el que pasó el viaje de novios junto a su bella esposa, Luisa. Y se encuentra con un anfiteatro, una noche en la que ese lugar es el epicentro de la inauguración del museo arqueológico de la localidad. Roberto se cuela por donde no debe, y sufre una caída cuyas consecuencias pueden ser mortales, al quedar su cabeza atravesada por una barra de hierro. Consciente del revuelo mediático que su accidente provoca, Roberto no tarda en intentar sacar rendimiento económico de su desgracia.
Con mucho (muchísimo) de El gran carnaval, algo de En bandeja de plata y no poco de La cabina, Álex de la Iglesia se acerca más que nunca a un drama puro, misántropo y negrísimo, en el que la sutileza brilla por su ausencia, lo que es positivo en lo que implica de rechazo a la corrección politica, pero negativo en cuanto a lo obvio de la denuncia que se formula. Los momentos de comedia, aunque sea negra, son escasos, apenas aparecen en la segunda mitad de la película y, cuando lo hacen, es para subrayar un tema recurrente en el director vasco: lo cabrón que es el humor patrio. Aquí la cosa va de dignidad, de dinero, de circos mediáticos, de la miseria cotidiana de tanta gente decente y de la gente que trafica con ella. No pudiendo estar más de acuerdo con lo que se denuncia, y sin dejar de alabar el estilo visual de Álex de la Iglesia, he de decir que la película es maniquea, sus personajes demasiado santos o demasiado pecadores, y el final, simplemente, no me lo creo. Hay situaciones que chirrían en una trama que juega al realismo duro. En lo técnico, ni un pero: Kiko de la Rica es un tipo brillante, el montaje es preciso y la capacidad del director para sacar el máximo provecho de los espacios en los que sitúa sus películas sigue ahí. Pero La chispa de la vida tiene la virtud, y también el defecto, de la ira.
El reparto está lleno de famosos actores televisivos, de entre quienes hay que destacar al gran cómico José Mota, que aquí deja atrás su lado humorístico y es un muy convincente Don Nadie perseguido por la desgracia. De las actrices, sólo destaco a Blanca Portillo, que aporta oficio y capacidad emocional. Salma Hayek, que deja atrás su imagen de sex symbol, sólo me convence a ratos (en especial durante la escena de su última conversación con el doctor en la clínica móvil), y Carolina Bang no acaba de darme el pego como periodista íntegra. Veteranos como Juan Luis Galiardo o José Manuel Cervino aportan su rotunda presencia, Fernando Tejero y Manuel Tallafé son de lo mejorcito de la película, y siempre se agradece ver a Antonio de la Torre, aquí en un papel muy breve.
La chispa de la vida adolece de exceso de ímpetu, pero no deja de ser una buena película, de esas que nos enseñan la cara más miserable de nosotros mismos, y de la sociedad que entre todos hemos creado. No es el mejor film de Álex de la Iglesia, pero sí una meritoria vuelta de tuerca a su personal estilo.