20.000 DAYS ON EARTH. 2014. 93´. Color.
Dirección: Iain Forsyth y Jane Pollard; Guión: Nick Cave, Iain Forsyth y Jane Pollard; Dirección de fotografía: Erik Wilson; Montaje: Jonathan Amos; Música: Nick Cave y Warren Ellis; Diseño de producción: Simon Rogers; Dirección artística: Ben Ansell y Lucy Hayley; Producción: James Wilson, Dan Bowen y Alex Dunnett, para British Film Institute-Film4-Pulse Films-Corniche Pictures (Reino Unido).
Intérpretes: Nick Cave, Warren Ellis, Ray Winstone, Darian Leader, Kylie Minogue, Susie Cave, Jim Sclavunos, Blixa Bargeld, Martyn Casey, Thomas Wydler, Conway Savage, Barry Adamson, Arthur Cave, Earl Cave.
Sinopsis: El cantante y escritor Nick Cave reflexiona sobre la vida y el arte justo el día número 20.o00 de su existencia.
El australiano Nick Cave, cuyas facetas más conocidas son las de vocalista de los Bad Seeds y escritor, ha hecho diversas incursiones en el mundo del cine, buena parte de ellas relativas a la composición de bandas sonoras. Con varias décadas de carrera musical a sus espaldas, y un periplo vital muy propio de una estrella del rock, Cave decidió brindarse este autohomenaje que mezcla realidad y ficción, y toma como pretexto los 20.000 días en la Tierra del protagonista. Al mando de las operaciones puso a una consolidada pareja de artistas visuales, la que forman Iain Forsyth y Jane Pollard, cuya labor acaba siendo, a mi entender, lo más destacado del proyecto.
A Cave no se le discute el talento. Tampoco su condición de superviviente después de décadas de excesos, adicciones y una carrera labrada en forma de notable cancionero, al margen de modas y con una imagen de artista maldito cultivada con esmero a través de los años. Sin embargo, la película me parece en exceso autocomplaciente, un ejercicio de narcisismo no del todo necesario. Uno entiende que para ejercer de frontman de la manera en la que Cave lo hace debe poseerse un ego notable. El problema es que ese ego traspasa la pantalla: me sobran disquisiciones sobre el hecho creativo y me falta música, máxime cuando la película está rodada en pleno proceso de grabación del que por ahora es el último álbum de los Bad Seeds, Push the night away. Este retrato del artista en un día importante de su existencia sufre de exceso de pretensiones… y de palabras. El casi siempre atormentado Nick Cave aparece en pantalla encantado de haber dejado atrás el nomadismo y el lado destroyer que tanto se ha esforzado en alimentar. Lo cual me parece muy bien en la faceta personal y familiar, pero no tanto en la artística, pues el australiano se esfuerza demasiado en presentarse como hombre polifacético que parece saber todas las respuestas, algo así como: «Miren, la bestia se ha serenado. Y le encanta». Sinceramente, en la charla con el terapeuta, en las conversaciones grabadas en el automóvil de Cave o en sus monólogos en off percibo grandeza, pero también vanidad. Sí se acierta a la hora de mostrar la importancia de Warren Ellis en el universo creativo de Cave, pero poco se nos permite mirar más allá de la alargada sombra del australiano.
El envoltorio, eso sí, es magnífico. He visto pocos documentales musicales de una grandeza visual semejante a la que ofrecen Forsyth y Pollard ya desde los títulos de crédito iniciales, en los que un contador de días va corriendo mientras en la pantalla se solapan diferentes estampas de la vida del protagonista. El trabajo de los directores, lo mismo que los de fotografía y montaje, es cuidadísimo y brillante, con momentos de gran belleza. Ellos sí consiguen ir más allá del rockumental al uso: en lo narrativo, creo que la cosa no funciona tan bien: se nota demasiado la voluntad de abarcar el todo de un artista poliédrico mezclando realidad y ficción, enfatizando más de la cuenta este último aspecto. Hay grandes momentos, retazos auténticos de ese gran artista que es Nick Cave, así como excelentes interpretaciones de Higgs boson blues o Jubilee Street, pero, valga la paradoja, la ausencia de estructura narrativa (en principio, paradigma de lo libertario) me parece poco natural, demasiado forzada, en exceso evidente.
Con todo, 20.000 días en la Tierra quedará como testimonio de la mejor etapa vital de Cave, brutalmente interrumpida unos meses después del estreno de la película por el fallecimiento de uno de los hijos adolescentes del cantante australiano. Músico imprescindible, sin duda. Hubiera preferido un autorretrato menos egocéntrico, pero los momentos buenos de este film, que los hay, valen mucho.