HAY QUE MATAR A B. 1975. 93´. Color.
Dirección: José Luis Borau; Guión: Antonio Drove y José Luis Borau; Dirección de fotografía: Luis Cuadrado; Montaje: Pablo G. Del Amo; Música: José Nieto; Decorados: Federico G. Mas; Producción: Irving Lerner, Luis Megino y José Luis Borau, para Luis Megino, P.C.-Taurean Films-El Imán Cine y Televisión (España-EE.UU.)
Intérpretes: Darren McGavin (Pal Kovak); Stèphane Audran (Susana); Patricia Neal (Julia); Burgess Meredith (Héctor); Luis Prendes (Comisario); Cristina Heredia (Luci); Perla Cristal (Rosita); Walter Coy, José Nieto, Pedro Díez del Corral, Rina Ottolina, Vicente Roca, Ángel Menéndez, José María Resel, Luis Ibarrondo.
Sinopsis: Pal, un camionero húngaro que vive en un país sudamericano, intenta ganarse la vida en medio de una revuelta popular que debe llevar al poder a un líder a punto de regresar del exilio. Pal acabará por verse implicado en un complot político.
El aragonés José Luis Borau siempre fue un director que se situó lejos de los caminos más trillados en el cine español. Desde sus inicios mostró interés en el cine negro y la intriga criminal, y algo de eso hay, mezclado con el thriller político tan en boga en los años 70, en Hay que matar a B, película de reparto internacional que pasó desapercibida en su momento.
La historia se sitúa en un ficticio país iberoamericano, en el que un impulsivo e individualista camionero acaba en la ruina por empecinarse en trabajar aunque se haya convocado una huelga general en todo el territorio. Estas primeras escenas muestran el carácter de la película: seca, concisa, rodada con oficio pero sin florituras, en la que se solapan dos historias: la de un país en plena revuelta popular, y la de un tipo al que no se le da bien eso de tomar decisiones. Con todo su capital incendiado por los huelguistas, Pal regresa a su único hogar, la pensión que regenta Julia, compatriota, amiga y socia. Allí, un viscoso individuo le propone un trabajo que parece todo un golpe de suerte: seducir a una bella mujer, amante de un magnate cervecero. Lo que ignora Pal es que mentes mucho más retorcidas que la suya le han escogido para cometer un asesinato.
Ensalzar películas españolas por el mero hecho de estar alejadas de los clichés propios de la cinematografía patria se ha convertido en otro cliché. La película de Borau (cuyo rodaje se me antoja complicado) no lo necesita, pues, desde una puesta en escena austera, bebe de las mismas fuentes que el cine de Costa Gavras o los films políticos italianos que proliferaban en su época, y ha resistido mejor el paso del tiempo que muchos de ellos. Buena parte del mérito se debe al sólido guión coescrito por Borau y Antonio Drove, interesante para todo aquel que desee conocer los tejemanejes de los poderosos y el uso que hacen de los tontos útiles para lograr sus propósitos. Tan exento de maniqueísmo como de ingenuidad, el libreto, parco en los diálogos a la manera del polar francés, ilustra a la perfección cómo se va tejiendo la tela de araña que acaba por atrapar al protagonista. La labor de eficaces profesionales, como Luis Cuadrado o el montador Pablo G. del Amo, cuya importancia a la hora de darle a la película ese tono casi áspero que tiene salta a la vista, merece también destacarse.
Al frente del reparto encontramos a Darren McGavin, actor de notable carrera televisiva pero de escasa, y casi siempre poco distinguida, presencia en la gran pantalla. Aquí, McGavin cumple con muy buena nota al ponerse en la piel de un personaje muy del cine negro, un perdedor con tendencia a creerse más listo de lo que es. El papel de femme fatale le corresponde a Stèphane Audran, la inolvidable maestra de El carnicero y musa de Claude Chabrol durante años. Lo hace bien, aunque no tanto como Patricia Neal, actriz que mereció mejores papeles en el ocaso de su carrera. O en casi toda ella. Completando el cuarteto protagonista, un Burgess Meredith que sabe darle el aire repulsivo que necesita a su mefistofélico personaje.
Hay que matar a B tiene fama de film maldito. Más allá de eso, es una notable película de un director que no siempre acertó, pero nunca dejó de ser diferente.