HAMLET. 1996. 242´. Color.
Dirección: Kenneth Branagh; Guión: Kenneth Branagh, basado en la obra de teatro de William Shakespeare; Director de fotografía: Alex Thomson; Montaje: Neil Farrell; Música: Patrick Doyle; Dirección artística: Desmond Crowe; Diseño de producción: Tim Harvey; Vestuario: Alexandra Byrne; Producción: David Barron, para Castle Rock Entertainment (Reino Unido-EE.UU.).
Intérpretes: Kenneth Branagh (Hamlet); Julie Christie (Gertrudis); Derek Jacobi (Claudio); Kate Winslet (Ofelia); Nicholas Farrell (Horacio); Richard Briers (Polonio); Brian Blessed (Hamlet padre); Timothy Spall (Rosencrantz); Reece Dinsdale (Guildenstern); Michael Maloney (Laertes); Rufus Sewell (Fortimbras); John Gielgud (Príamo); Judi Dench (Hécuba); Billy Crystal (Primer sepulturero); Simon Russell Beale (Segundo sepulturero); Charlton Heston (Actor); Richard Attenborough (Embajador inglés); Gerard Depardieu (Reynaldo); Ken Dodd (Yorick); Rosemary Harris (Actriz); Ravil Isyanov (Cornelio); Jack Lemmon (Marcelo); Ian McElhinney (Bernardo); John Mills (Rey noruego); Robin Williams (Osric); Rob Edwards, Ray Fearon, Don Warrington.
Sinopsis: Hamlet, príncipe heredero de Dinamarca, sufre porque, apenas dos meses después de la muerte de su padre, su madre y su tío Claudio se han casado y ocupan el trono. Una noche, al príncipe se le ha aparece el espíritu de su padre, que le dice que fue asesinado por Claudio y le encomienda llevar a cabo su venganza.
Después de varios éxitos llevando a la gran pantalla las obras de Shakespeare, Kenneth Branagh abordó en 1996 su proyecto más ambicioso: la adaptación de Hamlet, la obra más conocida del dramaturgo británico. Con los mejores medios técnicos y artísticos posibles, Branagh se propuso hacer una adaptación íntegra y fiel (la única licencia destacable es el traslado de la acción al siglo XIX) de la obra de Sir William, lo que dio lugar a una película de cuatro horas, aplaudida por la crítica pero que no obtuvo el respaldo popular que merecía.
Del archiconocido argumento, poco voy a explicar. Sí diré que, sin ser mi tragedia shakespeariana favorita (honor que corresponde a Ricardo III), Hamlet posee todos los ingredientes que han hecho que su autor sea considerado uno de los mejores retratistas de las pasiones humanas. Odio, envidia, venganza, amores malogrados, afán de medrar, traición y violencia se suceden en este drama, marcado por las dudas del joven príncipe para ejecutar la venganza que el espíritu de su difunto padre le ha encargado. Branagh ilustra el texto con una fastuosa puesta en escena, en la que el lujo no hace sino ensalzar el valor de las palabras que se recitan, entre las que se encuentran algunas de las mejores frases que el bardo escribió. Aquí, el detonante de la tragedia es una venganza no ejecutada: Hamlet escoge el camino de la locura fingida para averiguar la veracidad de lo que le ha contado un espíritu, en la espesura del bosque y en plena noche. Sólo los dos guardias que vieron primero al fantasma del viejo rey Hamlet y su fiel amigo Horacio conocen el secreto del príncipe, que queda incluso oculto para su amada Ofelia, en cuya discreción no puede confiar, dado que la fuerza del amor de ella no es suficiente para contradecir las órdenes de su padre, Polonio, de dejar de encontrarse con Hamlet. En una escena que sólo puede calificarse de magnífica, el joven príncipe se vale del trabajo de una compañía de actores para desenmascarar las intrigas que han manchado de sangre la corona de Dinamarca. Y, como la sangre llama a la sangre, todo se encamina hacia un final trágico, que Branagh recrea de una forma magistral, en la que el profundo amor al teatro no es obstáculo para el aprovechamiento de las posibilidades que la técnica cinematográfica ofrece. Hay, por supuesto, abundancia de primeros planos, en especial en los abundantes monólogos, pero en la forma de retratar pasajes como el encuentro de Claudio y Hamlet en el confesionario, las apariciones del espíritu del rey difunto o el duelo entre el príncipe y Laertes, hay mucho más que teatro filmado. La música de Patrick Doyle, compositor de cabecera de Branagh, es otro valor que suma mucho, lo mismo que la fotografía de Alex Thomson y el trabajo de escenografía y vestuario. El director, ni reparó en medios, ni estuvo torpe a la hora de sacarles partido, con lo que consiguió unir un excelente trabajo cinematográfico con uno de los dramas más importantes jamás escritos.
En el reparto, Branagh mezcló a lo más selecto del teatro británico con puntuales apariciones de actores hollywoodienses a quienes estamos acostumbrados a ver en registros muy diferentes al shakespeariano. Empezando por el principio, las interpretaciones del cuarteto protagonista, formado por el director, Julie Christie, Derek Jacobi (quién podría ser un mejor Claudio) y Kate Winslet son superlativas, y me resulta imposible destacar el trabajo de uno de ellos por encima del de los demás. Cierto que Branagh es demasiado mayor para el papel que interpreta, pero vista su interpretación, no seré yo quien se queje. Del resto del reparto, decir que la reverencia con la que uno lee los nombres de Brian Blessed, Michael Maloney, Nicholas Farrell, Richard Briers, Simon Russell Beale, Judi Dench y, por supuesto, John Gielgud, está más que justificada por lo que hacen en esta película, con independencia de que sus intervenciones sean más o menos extensas. Timothy Spall y Reece Dinsdale son unos perfectos Rosencrantz y Guildenstern y, en cuanto a la labor de las estrellas de Hollywood, opino que las más veteranas son las que salen mejor paradas, en especial un impresionante Charlton Heston, de voz y presencia espléndidas.
Kenneth Branagh hizo el mejor Hamlet cinematográfico posible. Desde entonces, su carrera como director no ha vuelto a alcanzar las cotas aquí logradas. Sí, son cuatro horas, pero merecen la pena, pues lo que se ofrece es cultura con mayúsculas, de la que enriquece a quienes se acercan a esta obra con intención de disfrutarla, y de aprender con ella.