Ayer mismo, un alma bastante más caritativa que la de este retorcido bloguero me preguntó por qué se sometía Pedro Sánchez a una sesión de investidura que nacía fracasada. Ahí va la respuesta: por una pura cuestión de supervivencia, desde una doble vertiente: por un lado, para afianzar su discutido liderazgo en el PSOE, pero sobre todo para retener el segundo puesto en las elecciones que vendrán. A Sánchez, al igual que a un servidor, le gustaría presidir el Gobierno español, pero a día de hoy, ambos tenemos más o menos las mismas posibilidades de conseguirlo a corto plazo. El teatrillo este de la investidura, más sainete que tragedia, no debería llevar a nadie a engaño: el final del cuento será un tripartito PP (sin Rajoy)-PSOE (no hay que descartar que sin Sánchez)-Ciudadanos. En este momento político, esta opción resulta bastante intragable para un nutrido sector de votantes de los dos partidos mayoritarios, así que habrá que pasar por otra contienda electoral (en la que no creía en diciembre porque aún no me había olido la tostada, y que poco va a modificar el actual arco parlamentario, de modo que socialistas y populares ya podrán culpar de su alianza a ese pueblo que no sabe votar) para que la Gran Coalición, que los que mandan de verdad desean con locura, resulte más fácil de digerir (y de vender). Ni el PSOE, ni Podemos, han querido nunca una coalición de izquierdas, que de todas formas necesitaría del incomodísimo apoyo de los nacionalistas catalanes, y mal podría gobernar con un PP con mayoría absoluta en el Senado y más diputados que nadie. El PSOE, atrapado entre la espada y la pared, está siguiendo paso por paso el proceso que ha llevado a la marginalidad al PASOK en Grecia y a los laboristas en Irlanda. Es la consecuencia de llevar décadas utilizando el voto de izquierdas para hacer políticas de derechas, que al final uno ya no sabe ni lo que es, pero le mola más vestirse en Armani que en Alcampo. Y Podemos sólo debe pactar con el PSOE, a nivel nacional, si ese pacto garantiza la mayoría absoluta en el Parlamento, y ellos superan a los socialistas (que es el primer gran objetivo de la formación liderada por Pablo Iglesias), como mínimo, en votos. Al no darse ninguna de estas circunstancias, a los morados también les conviene un nuevo paso por las urnas que, si no me equivoco, les convertirá no en el primer, sino en el único partido de la oposición.