CRADLE WILL ROCK. 1999. 131´. Color.
Dirección: Tim Robbins; Guión: Tim Robbins; Dirección de fotografía: Jean-Yves Scoffier; Montaje: Geraldine Peroni; Dirección artística: Troy Sizemore; Música: David Robbins; Diseño de producción: Richard Hoover; Producción: Tim Robbins, Lydia Dean Pilcher y Jon Kilik, para Cradle Prouctions, Inc.-Havoc-Touchstone Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Emily Watson (Olive Stanton); John Turturro (Aldo Silvano); Cherrie Jones (Hallie Flanagan); Hank Azaria (Marc Blitzstein); Joan Cusack (Hazel Huffman); Angus MacFayden (Orson Welles); Cary Elwes (John Houseman); Bill Murray (Tommy Crickshaw); John Cusack (Nelson Rockefeller); Rubén Blades (Diego Rivera); Philip Baker Hall (Gray Mathers); Vanessa Redgrave (Condesa); Susan Sarandon (Margherita Scarfatti); Jamey Sheridan (John Adair); Bob Balaban (Harry Hopkins); Jack Black (Sid); Kyle Glass (Larry); Paul Giamatti (Carlo); Barnard Hughes (Frank Marvel); Barbara Sukowa (Sophie Silvano); Gretchen Mol, Harris Yulin, Ned Bellamy, Lynn Cohen, Dominic Chianese, Tony Amendola, Stephen Spinella.
Sinopsis: En plena Gran Depresión, el Teatro Federal se encarga de dar empleo a actores sin trabajo y de organizar representaciones a precios módicos a lo largo y ancho de los Estados Unidos. En la dirección de la polémica obra izquierdista Cradle will rock está un joven Orson Welles.
La década de los 90 fue, sin duda, la mejor época artística de Tim Robbins. Su paso a la dirección produjo tres obras en las que calidad artística y militancia política se unieron de excelente manera. La primera, Ciudadano Bob Roberts, puso a Robbins en el mapa de los directores a seguir; la segunda, Pena de muerte, supuso un rotundo éxito a todos los niveles; el fracaso de la tercera, Abajo el telón (desafortunado título español, para variar) vino a truncar una carrera que prometía muchísimo.
Robbins se inspiró en un hecho real: las vicisitudes que vivió el estreno de Cradle will rock, obra teatral de Marc Blitzstein que estaba entre las patrocinadas por el Teatro Federal, loable intento de la administración Roosevelt para acercar la cultura a los más desfavorecidos, a los golpeados por la Gran Depresión. Aunque el director y guionista se toma varias licencias respecto a los hechos verídicos, consiguió un muy logrado fresco de una época que ha marcado como pocas a las que la sucedieron. En poco más de dos horas, Robbins retrata la dureza de la vida de los sin techo, el amor al teatro, el surgimiento de la paranoia anticomunista, los conflictos entre quienes crean las obras de arte y quienes las pagan, la omnipresencia de la lucha de clases, la magnífica relación entre los potentados de la industria y el fascismo o la forma en que se decide qué expresiones artísticas se favorecen desde el poder (las que le favorecen, obviamente) y cuáles deben ser marginadas. A Blitzstein se le aparece la figura de su ídolo, Bertolt Brecht, para guiarle en su camino creativo, pero su obra va a encontrarse con un sinfín de dificultades (técnicas, logísticas y políticas) para conseguir ser representada por un elenco dirigido por un genio caprichoso y carismático llamado Orson Welles.
En el Tim Robbins director, la influencia más notoria es la de Robert Altman. Más atenuada en Pena de muerte, la huella del realizador de MASH reaparece aquí con toda su fuerza. Abajo el telón es una obra coral, ágil, de frenético montaje y diálogos punzantes. La oscura fotografía de Jean-Yves Scoffier brilla entre bambalinas, y la historia avanza en un crescendo que consigue aunar sus múltiples elementos sin dejarse ni un punto de interés en el camino. Sin un protagonista claro, multitud de personajes bien trazados llenan la historia: el atribulado dramaturgo, la vagabunda que sólo ve la luz cuando canta y actúa, la condesa desclasada, la elegante enviada de Mussolini, la concienciada directora del Teatro Federal, dos artistas arrolladores como Welles y el pintor Diego Rivera (la historia del director con Houseman es casi de pareja cómica, y la relación entre el mexicano y Rockefeller recuerda a la de Miguel Ángel con el papa Julio II), un ventrílocuo desorientado, unos actores que aman su profesión, los poderosos y sus (a veces bienintencionados) sicarios forman un abigarrado fresco que conjuga arte y discurso. Las tendencias políticas del director son más que evidentes, pero Abajo el telón no es, ni mucho menos, un panfleto. O es un fantástico panfleto, según se mire. El final, en todo caso, es menos alegre de lo que parece. Décadas después de Cradle will rock, el director ya parece tener claro (ese montaje paralelo) que el poder no se tambaleará.
Si en sus anteriores films Robbins ya había demostrado sus dotes para la dirección de actores, me atrevo a decir que aquí consigue sus mayores logros. No es que el reparto sea inmejorable, que lo es, sino que quienes lo componen actúan de maravilla. Jamás Bill Murray ha conseguido gustarme tanto, los actores de raza como John Turturro, Emily Watson o Susan Sarandon lo bordan, los maestros, como Vanessa Redgrave, se dedican a lo suyo, a impartir magisterio. Me encantan Angus MacFayden y Rubén Blades dando vida a dos artistas volcánicos en plena erupción y, lo que es mejor que todo lo dicho, Tim Robbins consigue que un servidor soporte a Jack Black.
Abajo el telón es una verdadera joya, una de las películas imprescindibles del último cuarto de siglo, en mi opinión. En su día, mereció un éxito mucho mayor. Hoy, merece un espacio destacado en toda videoteca que se precie.