EL BOSQUE DEL LOBO. 1970. 87´. Color.
Dirección: Pedro Olea; Guión: Juan Antonio Porto y Pedro Olea, basado en la novela de Carlos Martínez-Barbeito El bosque de Ancines; Dirección de fotografía: Aurelio G. Larraya; Montaje: José Antonio Rojo; Música: Antonio Pérez Olea; Decorados: Pablo Runyán; Producción: Pedro Olea, para Amboto Producciones Cinematográficas (España).
Intérpretes: José Luis López Vázquez (Benito Freire); Amparo Soler Leal (Pacucha); Antonio Casas (Abad); John Steiner (Robert); Nuria Torray (Avelina); María Fernanda Ladrón de Guevara (Gabriela); Alfredo Mayo (Don Nicolás de Valcárcel); Víctor Israel (Lameiro); María Vico (Queiruga); Fernando Sánchez Polack (Vilairo); Pedro Luis León, María Arias, Porfiria Sanchís, Pilar Vela, María Sánchez Aroca, María Rivas, Frank Braña.
Sinopsis: En la Galicia rural de principios del siglo XX, Benito se gana la vida como buhonero. Conoce todos los caminos, por lo que también se dedica a guiar a los viajeros. Algunos de ellos nunca llegan a su destino.
El film que cimentó la carrera cinematográfica de Pedro Olea fue este duro fresco de la España rural, que toma como punto de partida una novela de Carlos Martínez-Barbeito que a su vez se inspira en la vida de Romasanta, el hombre-lobo gallego que asesinó a varias personas en los años centrales del siglo XIX. En la película se cambian los nombres de los protagonistas y la acción se sitúa varias décadas después de los sucesos reales, pero por lo demás, El bosque del lobo es bastante fiel a los mismos.
Dicen que el mismísimo almirante Carrero Blanco, tan gallego él como Romasanta, decidió prohibir la exhibición de El bosque del lobo nada más verla en un pase privado. Quizá vio demasiados paralelismos entre esa película de época y la suya propia, pero lo cierto es que no consiguió su propósito. Visto hoy, el film queda como uno de los mejores logros del terror hispánico, en buena parte porque no juega a ser una obra del género y apuesta más bien por la carta del realismo, que suele dar más miedo que el fantástico. Los planos iniciales, que ilustran la mísera vida de los campesinos gallegos, con sus comidas de pobre compartidas con un sinfín de moscas, dejan claro por dónde va el asunto. Quedan en la retina el atraso endémico, el omnímodo poder de la Iglesia, la necesidad de huir para prosperar, la ignorancia de una sociedad mucho más dispuesta a castigar el mal que a prevenir sus causas. Y queda un niño epiléptico que, ya adulto, se gana la vida como buhonero y padece en sus carnes la mezcla entre su instinto asesino y la interiorización de las leyendas sobre hombres-lobo (lobishomes) típicas del lugar, y de tantos otros lugares. El carácter retraído y hacendoso de Benito Freire le aleja en principio de toda sospecha («un hombre religioso y cabal», le define el abad de la aldea), pero su compulsión asesina acaba por descubrirse.
Olea dirige con pulcritud: los crímenes se adivinan mucho más de lo que se ven. Su estilo es sobrio, lo que por contraste hace más terrible el retrato del monstruo. El director se apoya en el meritorio trabajo de Aurelio G. Larraya para componer unas imágenes poderosas, que al tiempo dejan ver, en los numerosos primeros planos de Benito, una pizca de compasión. La música, sin ser nada del otro mundo, sí es al menos efectiva, en especial en las escenas finales.
El bosque del lobo merece ser recordada por muchas cosas, pero en especial por la memorable interpretación de José Luis López Vázquez, que gracias a Benito Freire dio un gran salto adelante en su carrera. Comediante de primera fila, López Vázquez ya había hecho un papel dramático a las órdenes de Carlos Saura en Peppermint frappé, pero fue su esforzada y brillante labor en el film de Olea la que le abrió las puertas a papeles de mayor enjundia y a ser considerado lo que siempre fue: un magnífico actor, versátil y dotado de una rara expresividad. Él es lo mejor de la película, aunque a su lado tiene a la siempre notable Amparo Soler Leal, a un rotundo Antonio Casas, al siempre misterioso John Steiner en el papel de pastor protestante y a un Alfredo Mayo que en las postrimerías de su carrera consiguió modular su imagen de héroe cinematográfico oficial del régimen franquista. El trabajo de las actrices secundarias, como María Fernanda Ladrón de Guevara, es también destacable.
El bosque del lobo es una de las mejores películas del tardofranquismo, así como una de las más logradas de su director, y en ella se asiste a una de las más destacadas interpretaciones del cine español. Por todo ello, la considero más que recomendable para los cinéfilos.