J.G. BALLARD. Milenio negro (Millenium people). Minotauro. 288 páginas. Traducción de Marcial Souto.
Vivimos, qué duda cabe, una época confusa, en la que abundan los más variopintos diagnósticos sobre los males de la sociedad, y quienes ofrecen recetas mágicas para curarlos. Pocas personas, sin embargo, poseen la lucidez necesaria para mirar la realidad, entenderla y describirla sin ambages. Leyendo Milenio negro, la penúltima novela que escribió J.G. Ballard, he comprendido que el novelista británico fue una de esas personas.
El mundo es otro, y peor, desde el 11 de septiembre de 2001. Años después de ese día trascendental, una bomba estalla en la terminal de equipajes del aeropuerto londinense de Heathrow. La explosión le cuesta la vida a tres personas, entre ellas Laura, la ex-esposa del prestigioso psicólogo David Markham. En contra de lo que suele ser habitual, nadie reivindica el atentado, por lo que Markham, un ser pasivo y frío, decide investigar por su cuenta. Sus pesquisas le llevan hasta el acomodado barrio de Chelsea Marina, donde, bajo su apariencia de prosperidad y coches caros, se está cociendo una rebelión en toda regla.
No es un secreto que el pegamento de nuestra sociedad, o más bien su muro de contención, es la clase media. Si ésta se rebelara, se saltara las convenciones y renunciara a su actitud cívica, obediente y pacífica, todo saltaría en pedazos. El gran demonio de las clases medias, como ha quedado claro desde la crisis de 2008, es la proletarización, tener que bajarse de ese tren de vida que le han vendido como base de su felicidad, y del que han acabado siendo esclavos. Milenio negro se publicó en 2003, lo que significa que, cuando escribió la novela, Ballard ya volvía del lugar en el que Occidente se encuentra ahora. La narración en primera persona puede llevar a engaño: la novela es fría, su autor juega a fondo la carta de la objetividad y expone mucho más que opina. La lectura es amena, todo lo que ocurre tiene significado y nada se deja al azar. Los diálogos, en los que frecuentemente se desliza un cáustico sentido del humor que me ha hecho reír varias veces durante la lectura, marcan la evolución de David Markham, un personaje que pasa de estar anclado en la observación a formar parte de una revuelta liderada por un pediatra, Richard Gould, que entiende que la clase media es el nuevo proletariado y que la única revolución posible es una que gire alrededor del nihilismo.
Milenio negro no es una novela redonda, pero se le acerca. La obra funciona mejor como estudio sociológico que como thriller, pero en lo primero es magistral, un ejercicio de clarividencia que recomiendo a todo aquel que quiera entender el sentido, o la carencia de él, de muchas de las cosas que suceden en el mundo día tras día. Ballard, uno de los mejores retratistas de nuestra época, es un escéptico con causa. Milenio negro entretiene, va al grano y hace pensar. Ocurre en Londres, que quizá mañana se convierta en capital de una decisión nihilista y nefasta, pero podría suceder en Nueva York, París, Bruselas, Berlín o Barcelona. El malestar que se describe en esta novela está en todas partes, hoy mucho más a la vista que en 2003. Si el entendimiento de su tiempo y la anticipación a los venideros es una característica de las buenas novelas, Milenio negro lo es, no cabe duda.