CROUPIER. 1998. 92´. Color.
Dirección : Mike Hodges; Guión: Paul Mayersberg;Dirección de fotografía: Michael Garfath; Montaje: Les Healey; Dirección artística: Ian Reade Hill; Música: Simon Fisher Turner; Diseño de producción: Jon Bunker; Producción: Jonathan Cavendish y Christine Ruppert, para Channel Four Films- Arte-Little Bird-Tat Film-La Sept Arte-Westdeutscher Rundfunk (Reino Unido-Francia-Alemania).
Intérpretes: Clive Owen (Jack Manfred); Gina McKee (Marion); Alex Kingston (Jani); Kate Hardie (Bella); Paul Reynolds (Matt); Nicholas Ball (Jack Sr.); Nick Reding (Gilles); David Hamilton (Jefe del casino); Alexander Morton, Ozzie Yue, Ciro de Chiara, Rhona Mitra, Loretta Parnell.
Sinopsis: Jack es un novelista con problemas económicos que, gracias a las amistades de su padre, un jugador, consigue un empleo como crupier en un casino londinense.
El director Mike Hodges debutó en el largometraje a principios de los 70 con Asesino implacable, todavía hoy su mejor película. El resto de su filmografía se ha mantenido fiel, con excepciones no especialmente honrosas, a los cánones del cine negro a la inglesa, con resultados dispares. Crupier es una de sus películas más interesantes.
A priori, la película reúme pocos ingredientes que la distingan de un sinfín de productos similares, pero se eleva sobre ellos gracias a dos factores: el primero es el inteligente guión de Paul Mayersberg, que se pone en la piel de un protagonista que habla de sí mismo en tercera persona, algo muy habitual en quienes se dedican a crear ficciones, como Jack Manfred, el novelista que protagoniza Crupier. Harto de que no le publiquen, y de que le hagan encargos infumables, Jack fuma, bebe vodka, escribe y ve cómo el dinero se le agota. Entonces, una llamada de su padre, un jugador que navega por el mundo sin rumbo fijo, le permite entrar a trabajar como crupier, oficio que ya conoce, pues se crió junto al casino de Sun City, en Sudáfrica. Allí, Jack piensa en una nueva novela, basada en un personaje que, desde la mesa de juego, disfruta viendo a la gente perder.
Sin aspavientos ni golpes de efecto (el que hay, se reserva para el final), Mayersberg teje una tela de araña que atrapa al público, interesado en el punto de vista de alguien que asiste como espectador privilegiado al espectáculo del gran mundo, el del dinero fácil, las apuestas altas y la banca que siempre gana. Las tres mujeres que rodean a Jack son su conciencia (su novia, Marion), la visión descreída hacia un mundo que acaba por atraparle (Bella, una experta crupier y antigua prostituta) y Jani, la tentación de saltar la banca. Vida y novela se entrecruzan, aunque el final de ambas nunca suele ser el que uno había planeado. Es este brillante guión el que impide que Crupier sea el telefilm rutinario que, por casi todos sus otros elementos, podría ser perfectamente. Conociendo los primeros films de Hodges, se diría que con los años no evolucionó como cineasta, sino más bien al contrario. Poco tiene de distinguido Crupier en lo técnico o lo visual: se trata de un producto elaborado con corrección, de aprobado justo.
El otro factor que hace que Crupier sea un film interesante, digno de la buena valoración de que goza entre quienes lo han visto, tiene nombre y apellido: Clive Owen, aquí en uno de sus primeros papeles importantes. Elegante, carismático y provisto del cinismo necesario, la presencia del actor engrandece la película y se retroalimenta con un personaje muy bien escrito, protagonista absoluto de la función. Del trío de actrices que le rodean, Gina McKee se muestra eficaz, Kate Hardie inspirada por momentos, y la televisiva Alex Kingston, no demasiado convincente como femme fatale. Los secundarios masculinos palidecen al lado de Clive Owen, consiguiendo escasos momentos de brillo.
Lo dicho, un poco inspirado Mike Hodges se beneficia de un guión muy destacable y de un protagonista excelente para firmar su último film de mérito, una película sobria, incluso fría por momentos, que te sumerge en el mundo del juego gracias, fundamentalmente, al trabajo de Paul Mayersberg.