El fallido golpe de estado en Turquía va a tener, sin duda, efectos nocivos en un mundo que, si algo no necesita, es que el personal se dedique a echar más gasolina al fuego. Para empezar, el fracasado levantamiento militar refuerza a un presidente intrigante y siniestro, con marcados tics dictatoriales y nefasto para el laicismo que debería imperar en el país otomano… y en todos los demás. El virus del islamismo se ha propagado en Turquía, como por desgracia ocurre por todo el mundo. El presidente Erdogan no es en absoluto ajeno a ello. Goza del apoyo mayoritario de su pueblo, pero eso no evita que sea un personaje a quien no resultaría difícil sustituir por alguien menos malo. Eso sí, en las urnas.