LA CENA. 1998. 121´. Color.
Dirección: Ettore Scola; Guión: Ettore Scola, Silvia Scola, Furio Scarpelli y Giacomo Scarpelli, basado en un argumento de Ettore Scola; Dirección de fotografía: Franco Di Giacomo; Montaje: Raimondo Crociani; Música: Armando Tr0vaioli; Diseño de producción: Luciano Ricceri; Producción: Franco Committeri, para Mass Film-Medusa Film-Les Films Alain Sarde-Filmtel-France 3 Cinéma (Italia-Francia).
Intérpretes: Vittorio Gassman (Maestro Pezzullo); Fanny Ardant (Flora); Giancarlo Giannini (Profesor); Stefania Sandrelli (Isabella); Riccardo Garrone (Diomede); Marie Gillain (Allieva); Corrado Olmi (Arturo); Antonio Catania (Mago Adam); Eros Pagni (Duilio); Lea Gramsdorff (Sabrina); Francesca D´Aloja (Alessandra); Giorgio Tirabassi (Francesco); Adalberto Maria Merli (Bricco); Walter Lupo, Nello Mascia, Daniela Poggi, Giorgio Colangeli, Francesca Rettondini, Venantino Venantini, Giuseppe Gandini, Eleonora Danco.
Sinopsis: Una noche cualquiera, un restaurante romano se convierte en un microcosmos en el que confluyen realidades muy distintas que conforman un fresco de la Italia de finales del siglo XX.
La obra de Ettore Scola se caracteriza por su interés por la comedia dramática y por una fuerte carga ideológica. Mucho de lo primero, y algo de lo segundo, se encuentra en una de sus últimas películas de referencia, La cena, tragicomedia coral que transcurre íntegramente entre las paredes de un restaurante.
La cena es un film eminentemente discursivo, de trasfondo teatral, lo que hace que el resultado dependa mucho del valor de lo que se dice y del buen hacer del reparto. Respecto a lo primero, de todo hay, como es lógico: en cualquier lugar donde se reúnen varias personas, el interés de las conversaciones puede ir de lo notable a lo nulo. Scola y su equipo de guionistas consiguen que las historias, unas más cómicas, otras más tristes, que ocurren en las distintas mesas del restaurante, al igual que en la recepción o la cocina, tengan el suficiente interés para que la atención del espectador no decaiga. Como testigo y partícipe de todo lo que ocurre en el lugar está el maestro Pezzullo, un viejo cliente que aporta el punto de vista del propio director. Todo gira en torno a él y a Flora, la dueña del restaurante, una mujer tras cuya apariencia amable, segura y feliz se oculta un secreto. Encontramos también a su marido, Paolo, que se encuentra enfermo; a su sobrina, que va a celebrar allí su cumpleaños; a una madre que recibe con estupor la noticia de que su hija va a meterse a monja; a un dramaturgo que trata de convencer a un actor de que participe en la obra sobre Jesucristo que prepara; a unos empresarios, que hablan de dinero y política con no poca hipocresía; a un profesor de filosofía que cena con su joven alumna y amante; a una joven a la que no paran de llegarle pretendientes; a un joven que trata de seducir a una mujer, sentada en otra mesa, mientras la suya le explica que puede estar embarazada; a un padre y una hija que no se entienden; a un niño rico al que le fallan los invitados; a un mago que entabla amistad con un tipo muy tímido, a unos turistas japoneses muy típicos… y, por supuesto, a los empleados del local, que forman un universo propio. Entre todos ellos, la cámara de Scola se mueve con gracia, con una distendida ligereza. Los personajes son vistos desde un ángulo no demasiado amable, pero sin cargar en exceso las tintas en la crítica. Curiosa paradoja: en una película en la que tanto se habla, la mejor escena la llenan la música de Mozart y el silencio de unos personajes que, por un momento, dejan de ser infelices, mezquinos, sentenciosos o simplemente triviales, para convertirse, gracias a la melodía del genio austríaco y al tratamiento del director, en una respetuosa y entrañable audiencia.
En general, el reparto merece una nota bastante alta. Lo encabezan un monstruo de la interpretación como Vittorio Gassman, de enorme presencia incluso en su vejez, y una de las musas del cine francés, Fanny Ardant, aquí muy convincente. Giancarlo Giannini se esfuerza en resultar creíble como profesor de filosofía: lo consigue a ratos, y eso porque su personaje (que sufre un muy lógico ataque de pánico al oír el contenido de la larga, pedante y tediosa carta que se joven amante ha escrito a su esposa) es, con muy pocos trazos, uno de los mejor definidos. Bien Stefania Sandrelli, indiscutible sex-symbol del cine italiano de los 60 y 70, aquí en el papel de una madre que se topa de bruces con la certeza de que el avance generacional es una ilusión, y buena nota para intérpretes clásicos del cine italiano, como el prolífico y recientemente fallecido (poco después que el propio Ettore Scola) Riccardo Garrone o Corrado Olmi.
La cena es un ejemplo de lo que el cine europeo puede y debe ofrecer para tener un espacio entre quienes ven más allá de las superproducciones y el glamour de Hollywood. Ingeniosa, incluso brillante a ratos, esta tragicomedia vuelve al terreno que mejor domina su director, y queda como la obra más distinguida de la última etapa de su filmografía.