DOMINGO DE CARNAVAL. 1945. 76´. B/N.
Dirección: Edgar Neville; Guión: Edgar Neville; Dirección de fotografía: Enrique Barreyre González; Montaje: Mariano Pombo; Música: José Muñoz Molleda; Diseño de producción: José María García Briz; Producción: Edgar Neville, para Producciones Edgar Neville (España)
Intérpretes: Fernando Fernán Gómez (Matías); Conchita Montes (Nieves); Guillermo Marín (Gonzalo Fonseca); Julia Lajos (Julia); Juanita Mansó (Tía abuela); Manuel Arbó (Emiliano); Manuel Requena (Requena); Francisco Hernández, Ildefonso Cuadrado, Mariana Larrabeiti, Joaquín Roa, Fernando Aguirre, Ginés Gallego, Alicia Romay.
Sinopsis: En pleno domingo de carnaval, se descubre el asesinato de una prestamista. Un joven ayudante del comisario es el encargado de la investigación. La hija del principal sospechoso decide hacer pesquisas por su cuenta para probar la inocencia de su padre.
En su mejor época creativa, Edgar Neville rodó la segunda parte de su trilogía criminal, mezclando, como en él era costumbre, la trama detectivesca con el costumbrismo y el sainete. El resultado es un film estimable, aunque inferior a las otras piezas del conjunto, La torre de los siete jorobados y El crimen de la calle Bordadores.
Como otras veces, para Neville la trama detectivesca es aquí más un pretexto que el pilar de la película. Al director le interesa más mostrar los usos y costumbres del Madrid de principios del siglo XX, esa ciudad castiza en la que, en política, la noticia más relevante es si ha caído o no Romanones, que los elementos policíacos, en los que se nota la influencia de las por entonces popularísimas novelas de Nick Carter y, por supuesto, la de Conan Doyle. Rodeado de muchos de sus colaboradores más apreciados, Neville urde una trama que se desarrolla durante los tres días del carnaval y que viene a ser una amable estampa madrileña con asesinato de por medio.
El director sale bien parado de la mezcla de géneros. A Edgar Neville podrán discutírsele algunas cosas, pero no su buena mano para la comedia, la gracia de sus diálogos o la castiza simpatía con la que impregna a sus personajes. Tampoco su sentido de la estética, aquí marcada por imágenes del carnaval de hechuras goyescas (amén de la omnipresente figura de Solana, claro está). La cámara se mueve con estilo entre las masas que bailan enmascaradas, se sumerge con aire distinguido entre los vecindarios y acierta a captar la belleza, como ocurre en el fantástico plano en el que se retratan los altos de la Pradera de San Isidro durante el entierro de la sardina. Todo esto tiene especial mérito por ser rodado en una España en la que era muy difícil hacer cine, o cualquier cosa distinta a pasar hambre o rezar el rosario. Neville consigue que su film sea alegre, luminoso, con chispa. Cierto es que la resolución del crimen es algo torpe, y que la película consigue pocas veces dar el salto de lo agradable a lo magnífico, pero el conjunto es muy grato de ver. Allá donde Hitchcock hubiese hecho un drama, con toques de humor, sobre un falso culpable (aunque en la gran película que hizo con ese título el humor brille por su ausencia), Neville toma el camino contrario: su detective es más ingenuo y enamoradizo que sagaz; su protagonista femenina, joven de armas tomar, jamás pierde ni la sonrisa ni el desparpajo, aunque tenga tiempo de abofetear al obnubilado investigador; la búsqueda del malhechor pierde importancia frente al retrato de un Madrid castizo y carnavalesco. Todo parte de un crimen, pero el peso que ese asesinato tiene en la película es más bien liviano.
Encabezan el reparto Conchita Montes, en la que se unen la belleza y la gracia, y un joven pero ya carismático (y elegantísimo, todo sea dicho) Fernando Fernán Gómez. Ambos formaron una buena pareja cinematográfica, en ésta y en otra obra posterior (El último caballo) del director, que supo aprovechar la buena química que estos dos actores desprendían en la pantalla. Los secundarios pertenecen a la troupe de Neville, y se mueven en terreno propicio. Buena actuación de Guillermo Marín, mientras que a Julia Lajos la encuentro sobreactuada, en especial en la escena del teatro.
Domingo de carnaval es un film agradable, bien escrito, que se ve en un suspiro y posee grandes cualidades estéticas. Más apto, eso sí, para fans de la comedia que del cine policíaco pero, al fin, una nueva demostración de la calidad como cineasta de Edgar Neville.