THE CHILDREN´S HOUR. 1961. 107´. B/N.
Dirección: William Wyler; Guión: John Michael Hayes, basado en la obra de teatro de Lillian Hellman, adaptada por ella misma; Dirección de fotografía: Franz Planer; Montaje: Robert Swink; Dirección artística: Fernando Carrere; Música: Alex North; Vestuario: Dorothy Jeakins; Producción: William Wyler, para The Mirisch Company (EE.UU).
Intérpretes: Audrey Hepburn (Karen Wright); Shirley MacLaine (Martha Dobie); James Garner (Dr. Joe Cardin); Miriam Hopkins (Lily Mortar); Fay Bainter (Amelia Tilford); Karen Balkin (Mary Tilford); Veronica Cartwright (Rosalie Wells); Mimi Gibson (Evelyn); William Mims, Sallie Brophy, Hope Summers, Debbie Moldow.
Sinopsis: Karen y Martha son dos amigas que regentan un internado para chicas en una tranquila localidad norteamericana. El escándalo llega cuando una alumna afirma que ambas son amantes.
No siempre los remakes son innecesarios. La calumnia es un perfecto ejemplo de ello. Ya en 1936, William Wyler adaptó la obra teatral de Lillian Hellman The children´s hour pero, por cuestiones de censura, el director obvió el tema central de la obra, que no es otro que el lesbianismo, en la película resultante, Esos tres. Un cuarto de siglo más tarde, y aprovechando la posición en la cima ganada gracias al mayúsculo éxito de Ben-Hur. Wyler decidió sacarse la espina y hacer una nueva adaptación, mucho más fiel a la obra original.
En todas partes, y en todas las épocas, la tendencia general es echar la culpa de los problemas al extranjero, al recién llegado, al diferente. Ser cualquiera de estas cosas te convierte de forma automática en sospechoso de cualquier desgracia que pueda ocurrir, lo que no tiene nada de malo mientras nada malo suceda. En La calumnia, la insidia lanzada por una pequeña cabrona, manipuladora y resentida, encuentra eco en una comunidad cerrada, en una de esas pequeñas localidades en la que todo parece, a primera vista, idílico. La sola idea de que un internado para chicas pueda estar regentado por dos lesbianas, provoca el escándalo mayúsculo típico de una sociedad bienpensante e hipócrita. Los rumores, fundados o no, destruyen vidas. De eso va La calumnia. De eso, y de las suspicacias ancestrales hacia los forasteros o los diferentes. Porque, ¿a quién van a creer los escandalizados adultos, los preocupados papás y mamás de las criaturas: a dos niñas inocentes, una de las cuales pertenece además a una de las familias más poderosas de la zona, o a un par de jóvenes, agradables, discretas y hacendosas, pero llegadas de otros lugares? A una de ellas, para más inri, ni siquiera se le conocen relaciones con el otro sexo. Y, ya se sabe, la amistad entre dos personas adultas y solteras siempre es vista con recelo, sobre todo si esas dos personas son mujeres.
William Wyler es uno de los grandes directores de la historia del cine, poseedor de un puñado de obras maestras en su filmografía. Dado que también era productor de sus películas, se aseguraba un control importante sobre lo que finalmente iba a ver el público. Más dado a mover la cámara que Ford, más esteta que Hawks, y tan polivalente como cualquiera de ellos, Wyler pone su arte al servicio de una de las historias más potentes que se habían llevado a la gran pantalla hasta entonces. Olviden los tics del teatro filmado: Wyler, ayudado por viejos conocidos como Franz Planer o Robert Swink, es un enorme director de interiores, que encuadra e ilumina como pocos. Su cámara retrata de forma admirable el poder del mal, aunque éste tenga unos pocos años y apariencia inocente, y el efecto devastador que provoca en rostros, estancias y almas. No hay medias tintas: en la vida, no todo lo que se rompe se puede recomponer; ante problemas graves, no siempre se puede volver atrás. Los hechos tienen consecuencias; una vez suceden, nada será igual. Hay un antes idílico, un paraíso destruido y una sanación imposible.
La banda sonora de Alex North es magnífica, como el criterio de Wyler a la hora de escoger cuándo ensalzarla y cuándo ocultarla. En el cine, muchas glorias y desastres son fruto del azar. No es el caso de La calumnia: un excelente director pensó en ella durante 25 años.
Uno de los grandes pilares de la película es la interpretación de dos grandes actrices, que se encontraban en el punto más álgido de sus carreras. Audrey Hepburn, que ya había trabajado con Wyler en la maravillosa Vacaciones en Roma, explota todas sus cualidades dramáticas al servicio de un personaje mucho menos frágil de lo que su apariencia angelical podría hacer creer. Por su parte, Shirley MacLaine hace una interpretación antológica en un papel que necesita de alguien que no sólo debe conmover por las frases que dice, sino también por cómo es capaz de transmitirlas. Es mucho pedir que James Garner esté al nivel de las dos protagonistas femeninas. El hombre se limita a no dar el cante, que no es poca cosa. Muy buen trabajo de las veteranas Miriam Hopkins (que había interpretado el papel de MacLaine en Esos tres) y Fay Bainter, y también muy destacable la labor de las niñas Karen Balkin, cuya carrera no dio más de sí, y Veronica Cartwright, a quien hemos visto en un sinfín de películas posteriores y ya en la infancia mostraba maneras de buena actriz.
Obra maestra. No ayuda a creer en la humanidad, pero sí en la grandeza del cine.