CAFÉ SOCIETY. 2016. 96´. Color.
Dirección : Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Vittorio Storaro; Montaje: Alisa Lapselter; Música: Miscelánea. Temas de Rodgers & Hart, Johnny Mercer, Cole Porter, etc.; Diseño de producción: Santo Loquasto; Producción: Letty Aaronson, Stephen Tenenbaum y Edward Walson, para Perdido Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Jesse Eisenberg (Bobby); Kristen Stewart (Vonnie); Steve Carell (Phil Stern); Blake Lively (Veronica); Jeannie Berlin (Rose Dorfman); Corey Stoll (Ben Dorfman); Paul Schackman (Al); Ken Stott (Marty Dorfman); Parker Posey (Rad); Anna Camp (Candy); Don Stark (Sol); Anthony DiMaria (Howard); Woody Allen (Narrador); Richard Portnow, Sheryl Lee, Sari Lennick, Edward Hyland, Shae D´lyn, Kat Edmonson, Tony Sirico.
Sinopsis: En la América de los años 30, el joven Bobby Dorfman viaja a Los Ángeles para intentar que su tío Phil, un poderoso agente de estrellas de cine, le dé trabajo. Bobby se enamora de Vonnie, la secretaria de Phil.
La película que Woody Allen nos trae este año 2016 es una comedia romántica que nos traslada a la época predilecta del director, la de entreguerras. Café Society ha tenido, en general, buena acogida crítica. Sin duda, es un film agradable de ver, pero mi opinión sobre él se define de un modo muy cañí: ni chicha, ni limoná.
Está claro que la época más inspirada de Woody Allen pasó hace años. Ahora se limita a facturar variaciones sobre sus temas de siempre, interesantes a veces, pero que palidecen frente a sus obras mayores. Es el caso de Café Society, donde el director reincide en su discurso sobre la naturaleza misteriosa del amor, de una forma no especialmente memorable. De hecho, me resultan mucho más interesantes los epìsodios neoyorquinos, en los que interviene la familia de Bobby, que el propio, y complicado, romance que conforma el núcleo central de la narración. Allen, que insiste en el retrato idealizado de una época que, no lo olvidemos, fue la de la Gran Depresión, vuelve a demostrar que los aires de su ciudad natal le sientan mejor que los de cualquier otro lugar de su país, o del mundo. Que el público no espere nada sorprendente, ni novedoso: en Café Society no hay una sola escena que no recuerde a otras obras del director, y una vez más se acumulan las reflexiones sobre el amor, la muerte, la religión y la culpa. Hay alguna frase brillante (la que más, la pronuncia el protagonista masculino: «La vida es una comedia escrita por un sádico»), algún momento divertido (tampoco muchos, que conste) y el poso amargo que deja el amor contrariado como regusto final. Allen se reserva el papel de narrador, aunque he de decir que, en mi opinión, la voz en off no aporta demasiado.
En lo técnico, la película me parece plana, y eso no dice mucho del trabajo visual cuando quien se encarga de la iluminación es el maestro Vittorio Storaro. Se nota que a Woody Allen le gusta retratar ese mundo glamouroso de las estrellas de cine pese a que, como su protagonista, lo considere superficial y vacío. Las grandes mansiones, los clubs nocturnos y los paisajes idílicos de Nueva York brillan, pero con una intensidad que está lejos de ser la de los mejores tiempos, dándose la impresión de que siempre se busca la solución más fácil. La banda sonora es magnífica, eso sí, con ese jazz inmortal de los años 30 sonando todo el rato.
Esta vez, la labor de representar al alter ego de Woody Allen recae en el joven Jesse Eisenberg, que cumple con corrección, pero sin alardes. No ayuda que su química con Kristen Stewart, actriz del montón, sea difícil de ver. Steve Carell lidia con un papel muy tópico, pero lo salva con buena nota, y quien más me gusta del elenco es Jeannie Berlin, brillante en el papel de mujer capaz de saltarse la integridad para aprovechar las posibilidades que ofrece tener un hermano gángster.
Lo dicho, Café Society es un film más de Woody Allen. Ni de los mejores, ni de los peores.