EL NIDO. 1980. 107´. Color.
Dirección: Jaime de Armiñán; Guión: Jaime de Armiñán; Dirección de fotografía: Teo Escamilla; Montaje: José Luis Matesanz; Música: Alejandro Massó; Diseño de producción: Jean-Claude Hoerner; Producción: Manuel Pérez, para A-Punto ELSA- Cinespania, S.A. (España).
Intérpretes: Héctor Alterio (Don Alejandro); Ana Torrent (Goyita); Luis Politti (Don Eladio); Agustín González (Sargento); Patricia Adriani (Marisa); María Luisa Ponte (Amparo); Mercedes Alonso (Mercedes); Amparo Baró (Fuen); Ovidi Montllor (Manuel); Luisa Rodrigo (Gumer); Mauricio Calvo.
Sinopsis: Don Alejandro es un hombre culto, maduro y escéptico que vive casi recluido en su hacienda castellana desde que falleció su esposa. Recupera las ganas de vivir cuando conoce a Goyita, una niña inteligente y sensible.
En El nido, el director Jaime de Armiñán insiste en uno de los temas más frecuentes en su filmografía, que no es otro que el amor enfrentado a las barreras de la diferencia de edad entre sus protagonistas. Hay unanimidad a la hora de destacar que El nido es la obra más distinguida del director sobre esta cuestión. Me uno sin problemas a ese punto de vista: se trata de una gran película, de calidad muy superior a casi todo el cine español del post-franquismo.
Don Alejandro es un exiliado en su propia tierra: viudo, ateo y extremadamente culto, muy poco tiene en común con sus vecinos y vive prácticamente encerrado en su propiedad, consagrado a la lectura, la música clásica y el ajedrez. Se siente solo y viejo: su único verdadero amigo es Don Eladio, el párroco, uno de esos individuos, infrecuentes en el clero español, que es capaz de valorar a los hombres por encima de sus creencias religiosas, o de su falta de ellas. En uno de sus viajes a caballo, Don Alejandro descubre un mensaje, en forma de acertijo, que le intriga: en posteriores excursiones, las pistas se van sucediendo, hasta que el hombre descubre que quien está detrás de las misivas es Goyita, una preadolescente, hija de guardia civil, poseedora de la inteligencia y sensibilidad que Don Alejandro encuentra a faltar en casi todos sus congéneres, incluso en una amante ocasional que tiene en Ciudad Rodrigo. Como es lógico, nadie verá con buenos ojos que un hombre ya anciano se prende de una niña, aunque lo haga de una forma tan platónica y elevada como en la que siempre se mueve Don Alejandro.
El nido tiene encanto. Por su utilización de la bella música de Haydn, por la manera en la que Teo Escamilla retrata los agrestes paisajes castellanos, pero en especial por los modos sutiles y delicados de la narración, que posee todas las virtudes que el guión de Jaime de Armiñán ensalza en el protagonista masculino. El director jamás recurre a lo fácil (si bien el final trágico puede resultar algo forzado), deja en el cajón la brocha gorda y demuestra, en su acertada huida de lo morboso, que lo sucio en algunas historias sólo puede estar en los ojos de quienes las contemplan, lo que, en el caso de una pequeña localidad española de provincias, quiere decir en los de casi todo el mundo. No mucha gente es capaz de comprender que los amores platónicos pueden ser muy profundos, que existen almas que se juntarán en cuanto se encuentren aunque sus cuerpos nunca lleguen a hacerlo. Don Alejandro, y eso lo deja claro el director por su forma de ver el mundo, y por las conversaciones (algunas de las cuales son antológicas, dignas de Unamuno, pero con un sentido del humor del que el vasco carecía) que mantiene con el cura, es un hombre viejo y solo que conoce a alguien que le hace olvidar ambas circunstancias, es decir, todo lo contrario de un sucio pederasta. Que lo fuera lo haría todo mucho más fácil a quienes se oponen a que siga viendo a la ingeniosa, dominante y rebelde Goyita, que sólo encuentra comprensión en su padre, un guardia civil pusilánime que no puede ser más opuesto al sargento al que debe obediencia.
El trabajo de los actores es, en general, sobresaliente, empezando por la memorable interpretación que Héctor Alterio hace de Don Alejandro, otorgándole toda la profundidad y todos los matices que este complejo personaje necesita, y haciéndolo muchas veces, como es rasgo distintivo de los actores de raza, sin recurrir a las palabras. Ana Torrent, en pleno tránsito hacia una edad adulta en la que me convence menos como actriz, le da una buena réplica. Luis Politti, actor que falleció al poco de estrenarse la película, hace también un gran trabajo, lo mismo que Agustín González encarnando al prototípico picoleto español. Menos conseguido es el trabajo de Patricia Adriani, cuya actuación no resiste las comparaciones con las de María Luisa Ponte o Amparo Baró, y bien, sin llegar a entusiasmar, Ovidi Montllor.
Lo dicho, una de los mejores films españoles de su época. No llega al nivel de excelencia de la que para mí es la obra maestra de Jaime de Armiñán, Mi querida señorita, pero muy poco le falta.
«Está usted pa sopitas y buen vino.»
Gran frase, que tarde o temprano nos vamos a tenr que aplicar, lo que no me causa mucha gracia, por no decir ninguna.
Salut! Des del Bages, que no Vallés coño!
Pues sí, lo de las sopitas y el buen vino llegará, tarde o temprano. Lo segundo, vale; lo primero, es verdad que no hace ni puta gracia, pero es ley de vida. Al menos, nos quedarán las películas buenas. Salud desde el tórrido Barcelonés, reino de guiris y gente desorientada.