LEVIATHAN. 2014. 141´. Color.
Dirección: Andrei Zvyiagintsev; Guión: Oleg Negin y Andrei Zvyiagintsev; Dirección de fotografía: Mikhail Krichman; Montaje: Anna Mass; Música: Andrei Dergachev y Philip Glass; Diseño de producción: Andrei Ponkratov; Producción: Aleksandr Rodnyanski, Sergei Melkumov y Marianna Sardarova, para Non Stop Productions (Rusia).
Intérpretes: Aleksei Serebriakov (Kolya); Elena Lyadova (Lilya); Vladimir Vdovichenkov (Dmitri); Roman Madyanov (Mer); Anna Ukolova (Anzhela); Aleksei Rozin (Pasha); Sergei Pokhodaev (Roma); Platon Kamenev (Vitia); Sergei Bachurski (Stepanich); Valeri Grishko (Arkhierei); Alla Emintseva, Margarita Shubina, Dmitri Bykovski, Sergei Borisov, Igor Sergeiev, Olga Lapshina.
Sinopsis: En un pueblo del norte de Rusia, un alcalde corrupto ha decidido expropiar la casa de Kolya sin respetar la ley. Éste contrata a un abogado moscovita para que le lleve el caso.
El cuarto largometraje del cineasta ruso Andrei Zvyiagintsev, Leviatán, es, sin duda, el más conocido de todos ellos, por su buena acogida en festivales y por la difusión internacional de que ha gozado esta tragedia que nos presenta el lado oscuro de la Rusia de Vladimir Putin.
El diccionario de la RAE define «leviatán», en sus dos acepciones, como «monstruo marino fantástico» y «cosa de grandes dimensiones y difícil de controlar». De ambos significados se vale Zvyiagintsev para explicarnos la tragedia de un individuo en un país que sigue navegando entre los despojos de lo que fue la Unión Soviética. Sin más preámbulos: Leviatán es una película dura, que transcurre en un paraje olvidado e inhóspito del norte de Rusia. Kolya tiene allí, junto al mar, una casa y un taller mecánico que el alcalde quiere expropiar para construir un palacio y especular con los terrenos, El cacique tiene a la justicia local de su parte, por lo que Kolya decide que un amigo suyo, abogado en Moscú, haga valer sus derechos. Esta circunstancia, unida a su negativa a aceptar la miseria que le ofrecen como indemnización, será el factor que desencadene sus desgracias, las propias de enfrentarse a un Estado que es un monstruo podrido por dentro cuando tu vida está construida sobre cimientos de barro.
El objetivo del director no es otro que hacer una versión del Libro de Job, adaptado a la Rusia contemporánea. Que nadie busque, eso sí, el sarcasmo empleado por los Coen en su obra sobre este curioso episodio bíblico, Un tipo serio. La película de Zvyiagintsev es tan fría y dura como el lugar en el que se desarrolla. No hay pausas, ni piedad: el infierno existe, y está en la Tierra. Las gentes lo saben, y se refugian en un alcoholismo salvaje que no hace sino empeorar las cosas. Si la protagonista fuera una mujer, uno podría confundirse y pensar que Leviatán es una película de Lars von Trier. El personaje femenino más importante, Lilya, sería muy del gusto del director danés, con el que también coincide Zvyiagintsev en la gélida estética y en un sadismo de sustrato moralizante. Política y religión no son otra cosa que las dos patas en las que se apoya el mal en estado puro. El aparato judicial no es más que su brazo ejecutor.
Leviatán tiene el mérito de ser una película deprimente cuyo desarrollo es lo bastante atractivo como para que el espectador no ceda a la tentación de dejar de verla. Su extenso metraje está más que justificado, porque no hay una escena que no sea necesaria para comprender lo que ocurre. Zvyiagintsev filma con sobriedad y con gran predominio de los planos fijos. He hablado de Von Trier, pero el influjo de Tarkovski también está presente, en especial en lo que a la estética se refiere. La música acentúa el tono dramático del film, inundado de una tristeza muy rusa. Los personajes son víctimas o verdugos, y llevan su función hasta el límite, pero en todos ellos anida un vacío existencial que no consiguen llenar ni los allegados, ni el vodka. En verdad, el Leviatán del que se habla es el más célebre de todos: el de Hobbes. Homo homini lupus est.
He leído que, por primera vez en su filmografía, Zvyiagintsev recurrió a intérpretes muy conocidos de la cinematografía rusa. No por mí, desde luego, pero considero que el nivel general de los actores es bastante bueno. Job, es decir, Kolya, se beneficia del notable trabajo de Aleksei Serebriakov, capaz de expresar desde su etílico escepticismo todo el sufrimiento de su personaje. A destacar también la actuación de Elena Lyadova, una Lilya esclava de sus propias contradicciones y debilidades. Roman Madyanov cumple con creces en el papel del principal representante del mal en versión rusa, y también Vladimir Vdovichenkov está acertado en dar vida al forastero traidor finalmente expulsado del epìcentro de la lucha.
Leviatán posee otro valor a añadir a los ya mencionados: la valentía de sus artífices al rodarla en un país que jamás en su historia ha sido capaz de sustraerse a un totalitarismo poco generoso con las voces discrepantes. No es, desde luego, un film de visión agradable, ni una obra hecha para entretener, pero sí una cruda radiografía, en absoluto exenta de remarcables valores estéticos, de un mundo en el que el mal suele imponer su ley de manera inmisericorde.