SURCOS. 1951. 97´. B/N.
Dirección: José Antonio Nieves Conde; Guión: José Antonio Nieves Conde, Gonzalo Torrente Ballester y Natividad Zaro, basado en una idea de Eugenio Montes; Dirección de fotografía: Sebastián Pereira; Montaje: Margarita de Ochoa; Música: Jesús García Leoz; Decorados: Antonio Labrada; Producción: Felipe Gerely y Francisco Madrid, para Atenea Films (España).
Intérpretes: Luis Peña (El Mellao); María Asquerino (Pili); Félix Dafauce (Don Roque, El Chamberlain); Marisa de Leza (Tonia); Francisco Arenzana (Pepe); Ricardo Lucía (Manolo); José Prada (Don Manuel); María Francés (Madre); Carmen Sánchez (Tía); Montserrat Carulla (Rosario); Manuel de Juan, Mary Merche, Francisco Bernal, José María Martín, Félix Briones, José Villasante, José Guardiola, Pedro Peña, Marujita Díaz.
Sinopsis: Una familia llega a Madrid huyendo de la pobreza y el duro trabajo en el campo castellano. Pronto sus esperanzas de prosperar en la gran ciudad se topan con un sinfín de obstáculos.
Surcos supuso el pistoletazo de salida de lo que en su momento se dio en llamar Nuevo Cine Español, una corriente que, siguiendo la estela del Neorrealismo italiano, se decantó por la huida de lo costumbrista y lo folklórico, y apostó por hacer películas a pie de calle, que explicaran de verdad cómo era la vida española de la época. Llama la atención que dicha apuesta estuviera encabezada por un grupo de falangistas, joseantonianos de primera hornada, entre quienes destacaba el director, José Antonio Nieves Conde, reciente su triunfo con Balarrasa. En cambio, el realismo de Surcos no fue bien recibido por el régimen que sus creadores defendían. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que el film de Nieves Conde se hizo casi al mismo tiempo que otro, muy parecido en su espíritu, obra de un director que, en lo geográfico y lo ideológico, estaba muy lejos de los creadores de Surcos. Hablo de Los olvidados, de Luis Buñuel.
Si algo es indiscutible en la posguerra española es que el hambre y la pobreza afectaron a buena parte de la población. Una de las consecuencias de ello fue que legiones de campesinos y gentes de clase baja emigraron en masa a las grandes ciudades, atraídas por las oportunidades de prosperidad y riqueza que éstas ofrecen. El mérito de Surcos es narrar, de modo semidocumental y sin andarse con tonterías, la cara oculta del sueño español, la historia de tantas personas que, buscando mejorar su fortuna, hallaron rechazo, hacinamiento, engaños y aún más miseria que la que dejaron atrás. La familia que protagoniza Surcos la forman personas sencillas, humildes e ingenuas. Y Madrid, como todas las grandes ciudades de todas las épocas, no está hecha para ingenuos: la ciudad es una selva, hostil e inmisericorde, en la que abundan el engaño, la picaresca y la violencia. Para prosperar en ella, hay que dejar la nobleza y el honor en el cajón. El Madrid de Nieves Conde es el Nueva York de Lorca, un tango de Discépolo, el Milán que un tal Luchino Visconti retrató en esa obra maestra, en parte deudora de Surcos, llamada Rocco y sus hermanos. Uno a uno, los miembros de la familia ven sus sueños truncados de manera estrepitosa. Cada cual a su modo, intentan adaptarse a la vida urbana, pero les falta maldad. Es brutal la escena en la que el padre, un ser chapado a la antigua, convierte su puesto ilegal de venta de caramelos en una manifestación de niños reclamando dulces gratis, sólo porque el hombre regaló una chuchería a un niño pobre, o aquella en la que, en el patio de vecinos, las gentes se lanzan como hienas en pos de la gallina que unos chavales roban a los recién llegados. Por estas y otras cosas, la censura se cebó con la película e impuso (además de las coplas de rigor) un final distinto al ideado por los creadores de la película, lo que no significa que el que vemos deje de ser duro. Rodado con una carestía de medios que roza lo espartano, el film hace virtud de su necesidad, se nos presenta con la forma seca y dura que su fondo exige y, sin ser un dechado de virtudes técnicas, exprime de forma más que correcta los elementos de que dispone. Abundan los primeros planos, los movimientos de cámara son tan escasos como concisos (las influencias del cine negro también están ahí), y los diálogos son muchas veces tan cortantes y violentos como la actitud de unos personajes atrapados en las redes del engaño.
Por suerte, en el reparto hay pocas huellas de ese amateurismo que, en aras de la autenticidad, tantas veces lastra el resultado artístico del cine hiperrealista. Los actores, víctimas y verdugos, cumplen bien con su cometido, aun manifestando ciertos tics (el chulapeo, por ejemplo) inherentes al cine de la época. Destaco a Marisa de Leza, José Prada y, por supuesto, María Asquerino, una de las grandes secundarias del cine español.
Surcos es un film importante en la historia del cine patrio, porque, además de sus virtudes cinematográficas propiamente dichas, tiene el valor de explicarnos, a muchos españoles, de dónde venimos, algo de lo que tanta gente prefiere olvidarse hoy en día. Cuando el personaje de Pili pregunta, al volver del cine: «¿Qué necesidad hay de explicar las miserias de los pobres, con lo bonitas que son las vidas de los millonarios?», la propia película parece responderle: «Para saber quiénes somos, y sobre qué está hecho el suelo que pisamos». Esto valía en 1951, y sigue valiendo hoy. Después llegaron las obras maestras de Berlanga y Bardem. Surcos, que no lo es aun poseyendo grandes virtudes, les abrió el terreno.
Buenas, don Alfredo,
Solamente un apunte: está usted descuidando mucho el resto de secciones de su blog. Personalmente echo de menos aquellas sus PILDORAS los apuntes de MI CABEZA, aparte de sus desventuras por BARCELONA. Agradecería que, dentro de sus posibilidades, aumentase vd sus miras.
Aparte de esto, le deseo mucha salud y no menos NO INFELICIDAD.
Le se saluda de mi….
Saludado quede usted. Le doy la razón, aunque matizo que «Píldoras» era un proyecto puntual que no va a tener continuidad. Otra cosa será que en el futuro escriba más relato; no lo descarto, pero ya serían bajo un nuevo paraguas. La cuestión es que he acumulado un amplio surtido de películas que quería ver, y encontrado el tiempo que necesitaba para verlas, de ahí el monotema, que se explica también por otro factor que espero comprenda: compruebo día a día que, salvo contadas excepciones, mi no infelicidad es bastante más completa cuando veo cine. Prometo, eso sí, que intentaré variar más los contenidos, y le deseo, a mi vez, salud, libertad y que los seres malignos que pueblan la Tierra (que son amplia mayoría) no se fijen en usted.