Nueva píldora. Tómese mezclada con manzanilla, jamón serrano, aceitunas rellenas de anchoa y canciones del verano.
DE ETIQUETA
El Chavi llevaba toda una vida de rumbas cantadas en tugurios de mala muerte, de faenas temporales en la construcción, de cassettes en gasolineras y actuaciones en bodas, bautizos, comuniones y alguna despedida de soltera esperando su gran día, ese día de gloria con el que sueña todo artista. Ese día fue ayer. Para llegar a él, El Chavi había tenido que esperar cuarenta años y soportar críticas como esta, publicada pocos meses antes en un diario local:”Con canciones así, no nos extrañaría que España pase en breve a formar parte de la lista de países que colaboran con el terrorismo”. Ahora todo eso daba igual; El Chavi iba a tener sus quince minutos de gloria (televisada y todo) por cortesía de Julio Romero, gurú de las ondas hertzianas y organizador del festival de sevillanas más multitudinario de la Vía Láctea.
No todos los días tiene uno la oportunidad de cantar tres de sus canciones ante cientos de miles de personas y algunos políticos y periodistas, así que, para estar a la altura del acontecimiento, El Chavi tiró de ahorros y se compró un espectacular traje gris oscuro en la tienda de Adolfo Domínguez. Al ponérselo, media hora antes de salir a cantar, El Chavi recordó que aquella misma noche tenía un bolo en un restaurante de L´Hospitalet de Llobregat regentado por un viejo amigo suyo. Como casi siempre, le pedirían que cantara dos veces su gran éxito, una rumbita picarona que tenía el apropiado título de El Kiki y que amenazaba con ser el gran hit estival de Isla Fantasía.
– Nada será igual a partir de ahora –le decía su esposa Vanessa, Vane para las amigas, mientras se dirigían hacia los camerinos-. Allí, El Chavi tuvo tiempo de hacerse unas fotos con Los Chunguitos, con una mujer de la limpieza que se sabía un par de canciones suyas y con la concejala de Cultura, que lucía espléndida en traje de faralaes. En el escenario empezaba su actuación Johnny Ortega, el nuevo sex-symbol latino, entre los gritos de millares de adolescentes calenturientas.
– Ahora vas tú –le dijo Julio Romero, que compartía jamón serrano y Fino La Ina con el Conseller de Benestar Social- Suerte, Chavi.
A la hora convenida, las doce y cuarto del mediodía, los chillidos de las adolescentes y de sus mamás reclamando más canciones (o, para ser exactos, más playbacks) de Johnny Ortega se hicieron insoportables. El Chavi pudo oír, desde detrás del escenario, cómo Johnny pedía cantar otro tema y cómo Julio Romero le decía que adelante.
– Tranquilo, Chavi –le calmó Julio Romero- Es sólo un pequeño retraso.
El pequeño retraso se convirtió en un gran problema cuando Azucena Del Río, la veterana diva de la copla, se negó en redondo a salir al escenario un minuto más tarde de su hora convenida, las doce y media.
– O salgo a mi hora o no salgo- tronó la folclórica- Y tú- dijo señalando a Julio Romero- ya puedes ir diciéndole al sudaca que en los festivales serios uno sale y se va cuando le toca.
A las doce y veinticuatro, Johnny Ortega abandonó el escenario después de haber dado las gracias no menos de catorce veces a la cada vez más histérica audiencia.
– Deja que salga Azucena – le dijo Julio Romero a un cada vez más encendido Chavi-. Intentaremos hacerte un hueco por la tarde, pero antes de las siete es imposible.
* * *
El Chavi tenía que marcharse a L´Hospitalet a las ocho y media. Unos minutos antes de esa hora, se le acercó Julio Romero armado con su sonrisa de vendeloquesea y le dijo:
-Saldrás a las nueve menos diez, pero podrás cantar sólo dos canciones porque a las nueve salen Los Rocieros del Sur.
El Chavi se quedó callado, pensando, aunque había tenido tiempo de hacerlo en las más de ocho horas de espera. Le daban a elegir entre cantar en el restaurante de toda la vida, delante de veinticinco o treinta fieles como máximo, o hacerlo en EL hipermegafestival de sevillanas ante un cuarto de millón de personas, de las cuales no más de veinticinco o treinta habían ido para verle a él. Al cabo de un minuto, se acercó a Julio Romero y le dijo al oído:
– Julio, a las nueve menos diez va a salir a cantar tu puta madre.
Ya en el coche, camino del restaurante, El Chavi pensó: “Hoy también cantaré dos veces El Kiki. Pero lo haré vestido de etiqueta”.
Buenas de nuevo, don Alfredo,
Excepcional relato. Se me han llenado los ojos de lágrimas. Sentido del humor excelente. No obstante, encuentro que se han de pulir los diálogos y que no siempre es necesario hacer las frases con afirmación-negación; me explico, encuentro demasiado miedo a ser profundo.
Saludos y gracias.
Celebro leerle otra vez. La parte de los diálogos no se la voy a discutir, en este relato eran un elemento secundario y es probable que eso se deje notar en el acabado. En cuanto a la profundidad, creo que en mis relatos hay una cierta intención digámosle moral, aunque para mí lo fundamental es la historia que se explica. Me gusta que mis relatos conmuevan, pero no quiero que abrumen, y menos aún que aburran. Supongo que uno elige sus defectos y, puestos a pecar, prefiero la ausencia de pretensiones que la pretenciosidad sin base sólida, que es un riesgo que todo escritor ha de tener siempre presente e intentar, en lo posible, evitar. «De etiqueta», en mi opinión, es un relato divertido con poso amargo, fruto de pasados y oscuros momentos colomenses. No sé si es de los mejores del libro o no, pero sí que al hacerlo me quedé a gustísimo.
Buenas, don Alfredo,
Sepa vd que espero con espectación su próxima píldora.
Muchas gracias por todo.
Siempre suyo,:,
No tendrá que esperar mucho tiempo, se lo aseguro.