MARGUERITE YOURCENAR. Memorias de Adriano (Mémoires d´Hadrien). Ediciones Orbis. 273 páginas. Traducción de Julio Cortázar.
Existe un consenso generalizado a la hora de afirmar que Memorias de Adriano,la obra más célebre de Marguerite Yourcenar, es una de las cumbres de la novela histórica del siglo XX. Con frecuencia, este género ofrece epopeyas pretéritas de autenticidad más que dudosa, o bien justificaciones de hechos o posiciones políticas actuales utilizando como pretexto la manipulación de sucesos históricos. Resumiendo, que sirve como coartada, y muchas veces carece del rigor que se exige a los ensayos de temàtica històrica (y que no todos tienen, por supuesto). Por eso, lo primero que voy a destacar de Memorias de Adriano es ese rigor, el extenso trabajo de documentación realizado durante lustros por la autora y que el lector percibe desde las primeras líneas.
La novela nos remite a la que en mi opinión es la última época dorada de Occidente, la que precede al triunfo del monoteísmo, el gran càncer de la humanidad para quien esto escribe. El libro tiene forma epistolar, y en él, el moribundo emperador Adriano, que reinó en Roma entre los años 117 y 138 de nuestra era, deja un completo testimonio de su vida al futuro emperador-filósofo, Marco Aurelio.
El tono, como no puede ser de otra manera, es marcadamente crepuscular, pues cuando se inicia el relato, nos encontramos con un emperador envejecido, que reina sobre gran parte del mundo pero sabe que su muerte está próxima. Joven brillante pero alocado, pacifista pero exitoso al mando de los ejércitos, Adriano tuvo que superar las grandes reticencias de Trajano a la hora de adoptarle como sucesor y heredero del Imperio. Ya instalado en el trono, Adriano fue un viajero infatigable que se granjeó una reputación de hombre justo e interesado en el arte y la cultura. La novela abarca toda la vida del emperador, desde la infancia hasta su último día de vida, y a su vez logra dar parte de todas las vertientes de Adriano: el joven patricio de marcada influencia helenística, el pacificador, el militar, el alto funcionario, el amante, el artista, el esotérico, el gobernante… todo eso fue Adriano, a quien también conocemos a través de las descripciones que hace de sus más fieles servidores, de sus enemigos y de lo vivido (tal vez sea éste el mejor capítulo del libro) en la rebelión judía de Palestina. En lo político, la novela es un tratado del buen gobierno que Adriano entrega a quien, en el futuro, habrá de asumir la misma responsabilidad. Además, la autora se extiende con largueza al describir el dolor que causó en Adriano el suicidio de su joven amante, el bitinio Antínoo, hecho que el anciano emperador describe con nostalgia y a la vez con cierto desapasionamiento, como es propio en las personas que, en los postreros días de su vida, reviven los acontecimientos que más la marcaron.
Al final del libro, Marguerite Yourcenar incluye unas notas sobre él, que hablan de un temprano afán por escribirlo, de un trabajo de documentación enorme, de una obra, postergada durante décadas, que no centró la vida de la autora hasta que ésta se sintió verdaderamente capacitada para escribirla. Ahí acertó Yourcenar: hay novelas, y ésta es una de ellas, cuyo tono sólo puede encontrar alguien ya instalado en la madurez. También se incluye un apéndice en el que la autora revela cuánto hay de ficción en Memorias de Adriano, a veces por pura ausencia de fuentes históricas fidedignas, y en ocasiones, las menos, por mera licencia poética. En muchos aspectos, es éste un libro redondo, que ha cautivado durante generaciones no sólo a los interesados en la época de esplendor del Imperio romano, sino a todos aquellos lectores deseosos de sentir algo tan apasionante a nivel humano como es el ser partícipe de los pensamientos y vivencias de alguien que está en lo más alto de la pirámide social, en la cima del poder. El gran mérito de Marguerite Yourcenar, además de en su labor investigadora y en su notable calidad como escritora, está en hacer creíble la voz de un hombre cuyos ecos se pierden en lo profundo de la Historia. Por eso, Memorias de Adriano goza de merecido prestigio.