Uno lee, con cierta tristeza, que especies como la jirafa y el tigre pueden desaparecer de la faz de la Tierra. Otras creaciones menos logradas de la Naturaleza, sin embargo, tienen la supervivencia más que garantizada. Ocurre, en esta parte del planeta, con el cenutrio, criatura que, salvo desgraciadas excepciones, no nace, sino que se hace, a través del terrible cóctel que forman familia, ambiente y sistema educativo. Pongamos ejemplos: ahora resulta que no hacemos lo suficiente para que los niños no sean futuros cenutrios y a muchos les ha dado por pedir que se supriman los deberes porque las criaturas pueden traumatizarse. Y olé nuestros huevos toreros. Otra ocurrencia: en este oscuro rincón del universo algún paniaguado ha propuesto que, en primaria, las calificaciones dejen de ir de 0 a 10. Objetivo: retrasar el inevitable momento en el que los sufridos progenitores de los especímenes que llegan al 5 con mucho sudor descubren que la criatura de sus desvelos es más tonta que Patricio, el amigo rosa de Bob Esponja. ¿Para qué? Si lo jodido es tener un descendiente cuya inteligencia supere la media… en este país, y me temo que en todos los otros, un tarugo siempre se sentirá perfectamente integrado, y bien puede acabar en Gran Hermano, de ministro de Medio Ambiente, conseller de Cultura, siendo futbolista de élite o vendiendo fondos de inversión «de riesgo 0» -como su coeficiente intelectual- en alguna sucursal bancaria de extrarradio. Los bichos raros, los que molestan, los que sobran, son los listos, los que piensan. Ellos son la amenaza para la supervivencia del cenutrio, y que esta especie subsista, crezca y se multiplique, es imprescindible para el mantenimiento del necesario orden social.