Esta noche tendrá lugar, en el Palau Sant Jordi, ese concierto solidario en el que una cantante excelente, un puñado de cantautores plastas, algún que otro sermonero acabado y demás figuras del espectáculo proclamarán a los cuatro vientos que quieren acoger refugiados. Digo bien: quieren, no QUEREMOS. Más de una vez me han preguntado el motivo de esta fiebre nostrada por la acogida de desfavorecidos procedentes de (algunos) países en guerra del Tercer Mundo. En mi opinión, la causa es sencilla: como no sabemos qué hacer para que nuestros propios pobres dejen de serlo (o no queremos, o no nos dejan: el resultado es el mismo), porque en el fondo creemos que merecen su cruel destino, dado que en esta tierra de promisión y oportunidades el que trabaja, se esfuerza y baja la cabecita frente a quienes manejan el cotarro siempre podrá sobrevivir dignamente, pues volcamos esas ganas que tenemos de sentirnos generosos en los desgraciados que viven en lugares que el común de los mortales no sabría situar con exactitud en el mapamundi. Añádansele, en este idiotizado rincón del Universo, dos ingredientes extra: las ganas que tiene el independentismo de demostrar su carácter no xenófobo (en parte, el argumento es cierto: su odio está enfocado en exclusiva sobre los españoles) y la abundancia de pijoprogres de casa bien que se permiten dar lecciones de bonhomía y difundir mensajes contra la pobreza desde su Iphone último modelo. Y ahora, como si fuera Coco, les voy a explicar la diferencia entre ser progresista, que es gobernar en beneficio de los más desfavorecidos, y hacérselo, especialidad en la que algunos gobiernos, como por ejemplo el de la Generalitat de Cataluña, tienen un máster. El método es sencillo: en aquellas materias en las que puedes legislar, lo haces a favor de los de siempre o, simplemente, no legislas y dejas que el libre mercado arrolle todo lo que encuentre a su paso; en cambio, en materias en las que careces de competencia legislativa (de la otra, mejor no hablamos), como por ejemplo la acogida de refugiados, debes gritar a los cuatro vientos lo progre que serías si pudieras, pero como el malvado Goliat no te deja… el viejo truco de no hacer lo que se puede, y decir que harías lo que no puedes, que en política se usa más que las encuestas. Y sí, hoy el Sant Jordi serà un clam, y todos los asistentes al magno evento, a este nuevo brindis al Sol (astro que, sólo con los que le dedicamos en este simpático rincón de la Tierra, debe de arrastrar una cogorza considerable), abandonarán la montaña de Montjuïc creyéndose mejores personas, que en el fondo es de lo que se trata.
La realidad, sin embargo, es muy terca, y basta con asomarse un rato a las calles de los barrios en los que los cajeros automáticos son el hotel de los pobres para saber que la mayoría de la gente no quiere ni oír hablar de acoger a personas de religión musulmana. Este credo, encerrado en sí mismo y anclado en la intolerancia y el resentimiento, constituye una de las mayores amenazas, si no la mayor, contra nuestro modo de vida, que, con todas sus imperfecciones, es el menos malo que hemos sido capaces de inventar. Se trata de perfeccionarlo, no de dejar que se lo carguen. La amenaza terrorista, ante la que demasiada gente está empeñada en hacer la vista gorda, nos sitúa en una posición prebélica que no va a solucionarse con paz y amor. Ni metiendo a más zorros en nuestros gallineros supermegaguays. Siempre he creído que la gente que es incapaz de ver las cosas como son, y se encierra en su visión de cómo deberían ser, tiene un problema; ahora pienso que no es que lo tengan, es que lo son. Porque hay demasiado personal que envejece, pero no madura. De su mano, todos los caminos llevan a la mierda. Lo que ahora está en cuestión es la velocidad del viaje y, por lo que veo, en el fondo queremos que sea rápido.
A modo de conclusión, y para que no digan que me limito a ser un cenizo aguafiestas, me permito proponer una solución para la pobreza en Barcelona que ni siquiera nuestros progresistas mandamases, y mucho menos los creyentes que han hecho de la perpetuación de las injusticias y de su caritativo consuelo su modo de vida, se atreverían jamás a poner en práctica: cojan a los sin techo de la ciudad, llévenlos a la Plaza de Cataluña, súbanlos en esos Ferrocatas que llevan hasta Reina Elisenda y, una vez allí, háganlos bajar y díganles que se instalen en esos barrios. Verán qué éxito.