A CAMBIO DE NADA. 2015. 95´. Color.
Dirección: Daniel Guzmán; Guión: Daniel Guzmán; Dirección de fotografía: Josu Incháustegui; Montaje: Nacho Ruiz Capillas; Música: Canciones de Julio Iglesias, Demis Roussos, Baccara, etc.; Dirección artística: Antón Laguna; Producción: Ignacio Fernández Vega, Álvaro Begines, Míriam Ruiz Mateos, César Rodríguez Blanco y Daniel Guzmán, para La Competencia-La Mirada Oblicua- A cambio de nada-Zirco Zine-Ulula Films (España).
Intérpretes: Miguel Herrán (Darío); Antonio Bachiller (Luismi); Antonia Guzmán (Antonia); Felipe García Vélez (Justo Caralimpia); Luis Tosar (Padre de Darío); María Miguel (Madre de Darío); Miguel Rellán (Profesor); Patricia Santos (Alicia); Fernando Albizu (Matías); Adelfa Calvo, Iris Alpáñez, Manolo Caro, Lara Sajen, Álex Barahona.
Sinopsis: Darío es un adolescente de extrarradio que se dedica a cometer pequeños robos mientras sus padres están enzarzados en una agria disputa por el divorcio. Cuando su fracaso académico sale a relucir, el muchacho huye y decide buscarse la vida por su cuenta.
El popular actor televisivo Daniel Guzmán debutó en la dirección de largometrajes con A cambio de nada, un proyecto de marcados tintes autobiográficos que, según el autor, costó diez años poner en marcha. Su esfuerzo no fue en vano: el film obtuvo diversos premios y gozó del respaldo mayoritario de la crítica, que vio en la ópera prima de Guzmán, un drama con puntuales concesiones a la comedia, el prometedor debut que realmente es.
El riesgo de iniciar una carrera de director cinematográfico con tu película, con esa historia que es la tuya propia y que deseas contar por encima de todas las cosas, es importante, pues las intenciones suelen superar a los resultados y el afán por no dejarse nada en el tintero acostumbra a provocar un exceso de énfasis en el discurso que puede agotar al espectador. Guzmán sortea bien estas dificultades, aun permitiéndose licencias como la de darle a su propia abuela, sin experiencia en la interpretación, uno de los papeles secundarios más relevantes de la película, que, pese a su carácter intrínsecamente personal, deja ver sus influencias: A cambio de nada entronca con muchos de los más destacados films sobre adolescentes conflictivos del cine español reciente, entre los que cabe destacar El Bola, 7 vírgenes y el mejor de todos ellos, Barrio, en el que Guzmán intervino en un breve papel secundario. Aquí no se alcanza el nivel conseguido por Fernando León de Aranoa, pero lo que se nos explica posee autenticidad y encanto. Aunque la conocida frase de Tolstoi que dice que todas las familias felices se parecen, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera, rezuma agudeza, no es menos cierto que las vidas de los adolescentes en barrios marginales son, en esencia, similares: están las familias desestructuradas, el deseo de comerse un mundo en el que empiezas a ver que no pintas mucho, un despertar sexual mucho más acusado en los pensamientos que en los hechos y algunos encuentros con personajes que no se llevan bien con la ley. Y está, sobre todo, la amistad, que en su grado máximo sólo es producida por la mezcla que forman adolescencia y desgracia. En la película, los adultos aparecen y desaparecen, y lo único que se mantiene firme es la unión entre Darío y Luismi, dos muchachos cuya marginalidad, al contrario de lo que sucedía con los protagonistas del cine quinqui de la Transición, es más emocional que material, pero que igualmente poseen la virtud de ser leales a la vieja usanza. Es la relación entre ambos personajes, plagada de diálogos llenos de verismo, lo mejor de la película. Darío es un Pijoaparte de la España que quiere ser europea (de hecho, su forma de ganarse la vida es muy similar a la del personaje creado por Juan Marsé), casi un Manolo Reyes en otra ciudad y con algunos años menos; Luismi es el fiel e inseparable escudero, el tipo que te dice que la estás cagando pero no te deja solo. La película se compone de pedazos de realidad que nos muestran su temática: el derrumbe de la familia tradicional, la falta de respuestas del sistema educativo, la atracción de lo prohibido, los personajes del lumpen que se convierten en referentes en la cuesta abajo, la soledad de los ancianos, el sexo, tan omnipresente como esquivo… la vida no es una novela, ni un guión cinematográfico, sino una sucesión de momentos, algunos de los cuales son decisivos y te marcan para siempre. Daniel Guzmán sabe hacer una película correcta en su apariencia, pero que, en el buen sentido, no parece cine: plantea situaciones reconocibles, esquiva la impostura y asume su condición testimonial sin complejos. No hay banda sonora, sino un reguero de canciones que reflejan un país y una época, ni fallos demasiado visibles, sino pasión por la historia que se cuenta.
En el reparto, un poco de todo: el Goya al protagonista, Miguel Herrán, se me antoja exagerado, pues su talento como actor está aún por pulir. Más me gusta la interpretación de Antonio Bachiller, al que veo madera para convertirse, si él quiere, en un buen secundario. Entre los adultos, destaco a Felipe García Vélez, que encarna con acierto a un buscavidas muy cañí, a un perdedor con encanto. Luis Tosar está al buen nivel que acostumbra, Miguel Rellán muy solvente, y María Miguel no desentona en el papel de madre histérica. Ah, y Antonia Guzmán se interpreta bien a sí misma.
Queda la duda de saber qué clase de director será Daniel Guzmán al servicio de historias menos personales (difícil será que ruede una que lo sea más que A cambio de nada), pero su debut, sin ser excelente, sí es honesto, cuidado y capaz de enganchar y de ser algo más que un intento loable de autobiografía.