DEUX JOURS, UNE NUIT. 2014. 96´. Color.
Dirección: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne; Guión: Jean-Pierre y Luc Dardenne; Dirección de fotografía: Alain Marcoen; Montaje: Marie-Helène Dozo; Diseño de producción: Igor Gabriel; Producción: Dennis Freyd, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, para Les Films du Fleuve (Bélgica-Francia).
Intérpretes: Marion Cotillard (Sandra); Fabrizio Rongione (Manu); Catherine Salée (Juliette); Baptiste Sornin (Dumont); Pili Groyne (Estelle); Simon Caudry (Maxime); Alain Eloy (Willy); Lara Persain (Esposa de Willy); Myriem Akheddoiu (Mireille); Fabienne Sciascia (Nadine); Anette Niro (Nanna); Timur Magomedgadzhiev (Timur); Hicham Slaoui (Hicham); Laurent Caron (Julien); Christelle Cornil (Anne); Olivier Gourmet (Jean-Marc); Ben Hamidou, Serge Koto, Philippe Jeusette, Yohan Zimmer.
Sinopsis: Los trabajadores de una empresa votan, a propuesta de la dirección, mantener el cobro de una paga extra a cambio de despedir a una trabajadora. Ella, una vez logra que se repita la votación, intenta hacer cambiar de opinión a sus compañeros.
Con Dos días y una noche, los hermanos Dardenne insisten en ese cine social que les ha otorgado el favor de la crítica desde finales del siglo pasado. La novedad es la presencia de una gran estrella, Marion Cotillard, al frente del reparto, pero por lo demás la pareja de realizadores belgas mantiene su característica manera de hacer películas. Su bien ganado prestigio se debe a su capacidad para realizar cine comprometido, dejando de lado el tono sermonero y sin aburrir al personal, que son dos de los lastres habituales del subgénero, y de nuevo los hermanos belgas más internacionales son capaces de mantener esas cualidades.
En cierto modo, puede decirse que Dos días y una noche posee elementos del thriller, por cuanto se basa en la lucha contrarreloj de una mujer para mantener su empleo. No hay persecuciones, ni tiros, ni mujeres fatal, sino un puñado de personas disputándose los despojos de la sociedad del bienestar. El pan de cada día. Detrás de las estadísticas del paro, casi siempre maquilladas, hacia un lado por la economía sumergida y hacia el otro por el trabajo basura, existen millones de situaciones personales complicadas, máxime en estos años de crisis que, como los más despiertos vieron desde el principio, han servido para arrojar a multitud de individuos del próspero barco de la clase media. Sandra es una de esas personas, y los Dardenne explican su historia, que es la de muchos, sin juzgar, con un estilo visual que se va haciendo menos nervioso con el paso de los años, y con un enfoque narrativo harto creíble. El mensaje de que nos hacen lo que nos hacen porque vivimos encerrados en nuestras cuevas y víctimas de nuestra propensión a ir más allá de nuestras posibilidades está ahí, pero no se repite a martillazos a los espectadores como si éstos tuvieran un nivel de idiotez superior a la media. Se agradece, y también la ausencia de maniqueísmo. De hecho, durante buena parte de la acción, el personaje de Sandra llega incluso a despertar la antipatía: es una plañidera profesional, una persona depresiva, tóxica para ella misma y para quienes la rodean, esa clase de seres débiles que, cada mañana, el sistema capitalista devora de un solo bocado. Sólo su marido, todo un santo varón, y su amiga Juliette, que la empujan a luchar, consiguen sacar a Sandra de su espiral de autocompasión. Ella, como muchísima gente, ha sustituido el tabaco por los antidepresivos, lo que sin duda es un gran paso para la industria farmacéutica, pero también un pequeño retroceso para la humanidad. En la película, vemos a una persona incapaz de ayudarse a sí misma pidiendo ayuda a los demás, que en este caso son sus compañeros de trabajo, seres que ilustran los miedos, las dudas y las miserias propias de aquellos para quienes la pobreza no es algo que ven en la televisión, sino algo muy presente en su cotidiano sálvese quien pueda. Los Dardenne, acompañados de su equipo técnico habitual, hacen un nuevo ejercicio de sobriedad que puede distanciar al espectador adicto al Kleenex o encantado de que se lo den todo bien masticadito, pero que a mí me parece una ética de trabajo digna de elogio.
Como escribí al principio, se puede discutir que sea una gran estrella quien interprete a una mujer anónima, pero el trabajo de Marion Cotillard es muy bueno, pues consigue comunicar la evolución de su personaje, que al tocar fondo comprende que debe hacer más que vivir instalada en el lamento continuo. El resto de actores cumple, y sí dan el pego en todo momento. Podrían ser las personas que vemos cada día en el metro, el autobús, la panadería o el trabajo. Eso sí, al personaje que interpreta (con acierto, todo sea dicho) Fabrizio Rongione hay que hacerle un hueco en el santoral más pronto que tarde.
Dos días y una noche no es la película más inspirada de los Dardenne, pero sí una buena muestra de que guardan intacto el tarro de sus esencias.