LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI. 2013. 112´. Color.
Dirección: Álex de la Iglesia; Guión: Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia; Dirección de fotografía: Kiko de la Rica; Montaje: Pablo Blanco; Música: Joan Valent; Dirección artística: José Luis Arrizabalaga y Arturo García Biaffra; Producción: Enrique Cerezo, Vérane Frédiani y Franck Ribière, para Enrique Cerezo, P.C.- La Ferme! Productions- Arte France Cinéma (España-Francia).
Intérpretes: Hugo Silva (José); Mario Casas (Antonio); Pepón Nieto (Calvo); Carolina Bang (Eva); Terele Pávez (Maritxu); Jaime Ordóñez (Manuel); Carmen Maura (Graciana); Macarena Gómez (Silvia); Secun de la Rosa (Pacheco); Gabriel Delgado (Sergio); Manuel Tallafé (El hombre de Badajoz); Javier Botet (Luismi); Enrique Villén (El inadaptado social); Carlos Areces (Conchi); Santiago Segura (Miren); María Barranco (Anciana traqueotomizada); Alexandra Jiménez (Mujer de Antonio); Lucía González, Julián Valcárcel, Adrián López, Fabián Augusto Gómez, Nacho Braun, Javier Manrique, Juan Renedo, Malena Gutiérrez.
Sinopsis: Después de un espectacular atraco, unos delincuentes huyen en dirección a Francia, perseguidos por la policía y la ex-mujer del cabecilla de la banda. En Navarra, antes de cruzar la frontera, se detienen en un pueblo cuyos habitantes son de lo más sospechoso.
Álex de la Iglesia, casi el único cineasta español surgido en los 90 de quien todavía pueden esperarse buenas películas, volvió a la carga, después del relativo fracaso de La chispa de la vida, con Las brujas de Zugarramurdi, largometraje que constituye un retorno a muchas de las constantes de su obra: la mezcla entre terror y comedia, el devenir de unos personajes que se introducen en un mundo cerrado y hostil o el gusto por situar los desenlaces de sus películas en lugares emblemáticos. Igualmente, y tras un paréntesis de dos películas, este film supone el reencuentro del director bilbaíno con su guionista de cabecera, Jorge Guerricaechevarría. Por seguir la costumbre, la película generó opiniones encontradas entre crítica y público, y este bloguero se sitúa, con matices, en el bloque de los partidarios.
Por resumir: Las brujas de Zugarramurdi es Abierto hasta el amanecer con piel de toro y txapela. Las similitudes entre ambas películas se hallan en la introducción, en el nudo y en el desenlace, por lo que no es necesario añadir mucho más sobre este punto, en especial para quienes hayan visto el film codirigido por Quentin Tarantino y Robert Rodríguez. No obstante, copiar con gracia es una de esas cosas que todo el mundo cree saber hacer hasta que se pone a ello, y Álex de la Iglesia consigue trasladar a su universo euskoespañol el núcleo duro de From dusk till dawn haciendo gala de su mejor humor negro, de su proverbial mala leche y de un talento para lo visual que es de justicia alabar. La primera parte del film, encabezada por unos espectaculares títulos de crédito, está a la altura de las mejores obras de su autor. Puro espectáculo cañí, el atraco a una tienda de Compro oro (las hienas de la crisis, si se trata de llamar a cada cual por su nombre) perpetrado por una banda liderada por unos tipos disfrazados de estatuas vivientes de la Puerta del Sol. El líder de la banda, que da el golpe en compañía de su hijo pequeño, por aquello de cumplir con el régimen de visitas, va disfrazado de Jesucristo, pero en versión plateada; su mano derecha, un joven con pocas luces, es un soldado de plomo, y los secundarios, reproducciones de iconos infantiles de diversas épocas. En su precipitada huida, Jesucristo, su hijo y el soldado secuestran un taxi, cuyo pasajero sólo quería ir a Badajoz, y deciden dirigirse a Francia. Resumo de nuevo: hasta que los fugitivos regresan a Zugarramurdi, todo es casi perfecto. Si acaso, la pareja de policías que persigue a los delincuentes bordea el estereotipo, pero poco más se puede pedir: las persecuciones y las escenas de acción son espectaculares, los diálogos tienen momentos de gran brillantez, y lo que se encuentran los fugitivos al llegar al pueblo de las brujas da, en verdad, bastante miedito. Aunque, como dice Maritxu: a mí no me dan miedo las brujas; lo que me da miedo son los hijos de puta.
El retorno a Zugarramurdi marca la cuesta abajo de la película, con un romance que huele a forzado y un final que confunde lo espectacular con lo aparatoso. Es cierto que la larga escena del akelarre (seguramente, la palabra del euskera más conocida en todo el mundo) contiene secuencias geniales y que, por mucho que se agiten los puristas, la utilización del Baga biga higa de Mikel Laboa es magnífica, pero a uno le queda la sensación de que, en su intento por llegar al más difícil todavía, al director se le va el espectáculo de las manos. Y es una pena, porque la película olía a obra mayor. Al epílogo, con las tres brujas (todas ellas de distintas generaciones) en plan Supertacañonas, no le veo el sentido, salvo que tenga que ver con cierta circunstancia que comentaré al final. De la técnica, creo que algún momento Tigre y dragón ensombrece un conjunto bastante logrado. Kiko de la Rica contribuye una vez más a crear una atmósfera tenebrista, con reminiscencias goyescas, que es todo un acierto, y Joan Valent hace un buen trabajo que le afianzó como nuevo compositor-fetiche de Álex de la Iglesia.
En el elenco, de todo hay. El director, que es de esos que hace películas para que la gente las vea, utiliza el reparto como reclamo taquillero, con resultados desiguales. Hugo Silva me parece un actor justito, y aquí cumple, sin alardes. Mario Casas me ha sorprendido para bien: vocaliza de una manera aceptable e interpreta a su descerebrado personaje de forma creíble. Y vale que Carolina Bang es la novia (ya esposa) del jefe y que no es Julianne Moore, pero permitan que no me apunte a su legión de verdugos: su interpretación no es peor que la de otros; su personaje sí lo es. Notas altas para Jaime Ordóñez, Terele Pávez, Manuel Tallafé y una Carmen Maura desatada y sin complejos. Macarena Gómez aprueba, Pepón Nieto también, Secun de la Rosa parece un actor de un solo personaje, Javier Botet no me convence y del dúo travestido que forman Carlos Areces y Santiago Segura, me hace más gracia el primero.
Pues eso, irregular. Pudo ser magnífica, y no llega. No es poco, quede claro. Y, para los que piensan que no es necesario conocer la vida de los autores para juzgar sus obras, diría que, si se sabe que Álex de la Iglesia se divorció en 2010, y que tiene dos hijas de su primer matrimonio, Las brujas de Zugarramurdi se entiende mejor.