MICHAEL MOORE IN TRUMPLAND. 2016. 73´. Color.
Dirección: Michael Moore; Guión: Michael Moore; Montaje: Doug Abel; Producción: Michael Moore, Veronica Moore, Carl Deal, Jeff Gibbs y Rod Birleson, para Dog Eat Dog Films-IMG Films (EE.UU.).
Intérpretes: Michael Moore.
Sinopsis: El documentalista Michael Moore se presenta en un teatro de Ohio para ofrecer su visión de la realidad política estadounidense antes de las elecciones presidenciales de 2016.
Michael Moore es el portavoz oficioso del rojerío estadounidense, rango al que ha sido elevado por la repercusión mundial de sus documentales y, todo hay que decirlo, por la falta de referentes políticos de entidad en la izquierda. Después de ¿Qué invadimos ahora?, Moore fue de los primeros en saber que el peligro de ver a Donald Trump sentado en el Despacho Oval de la Casa Blanca era grande, e hizo cuanto estuvo en su mano para que esa pesadilla no se convirtiera en realidad. Con poco éxito, como hemos podido comprobar. Michael Moore en Trumpland se enmarca dentro de esos intentos, cada vez más desesperados, que el cineasta llevó a cabo para tratar de evitar eso que padecemos ahora en los noticieros… y lo que queda.
La película es un one man show en toda la regla. Moore se presenta en el teatro de un pueblo de Ohio en el que el apoyo a Donald Trump es muy mayoritario para dar un discurso de apoyo inequívoco a la candidata demócrata, la impopular Hillary Clinton. Entre la audiencia, una mezcla de votantes republicanos y representantes de la minoría progresista. Moore, que en la polémica se encuentra en su salsa, ofrece a la audiencia todo su repertorio: discurso izquierdista servido con humor, histrionismo, mucha interacción con el público, mezcla de mensajes dirigidos al cerebro y al corazón, incursiones en la demagogia y todo el desparpajo del mundo. Sabedor de qué terreno pisaba, Moore no incide en el discurso anti-Trump, sino que realiza un alegato pro-Hillary que, por lo que a mí respecta, considero muy exagerado. Tremendamente inadecuada como candidata del progreso por elitista, comprometida con el establishment y por ser más conocida por sus ansias de poder que por la firmeza de sus convicciones, puestos a nombrar sólo algunas de sus más destacables taras, la parte de responsabilidad de Hillary Clinton en la victoria del payaso sociópata no es pequeña. Moore reconoce que las palabras de Trump sobre los aranceles a las empresas automovilísticas sonaron a música celestial en los estados que sufrieron la decadencia de la industria del motor. Tal vez muchas de esas personas no hubieran votado por el candidato republicano de haber sentido, aunque sólo fuera una vez, que sus representantes, esos que se decían progresistas, se preocupaban por su situación. En tal caso, casi nadie se hubiera tragado que un pijo representante de las élites financieras se pusiera el disfraz de azote del sistema. Dicho esto, el discurso de Moore, genial en ocasiones (la colocación en el teatro de mexicanos y musulmanes, por ejemplo) cae, a veces, en la incoherencia: por un lado, elogia de sus rivales políticos la férrea defensa de sus convicciones, su disciplina y su talante decidido (es decir, sus virtudes viriles), pero por el contrario se lanza a un desatado discurso feminista basado en (qué cosas) mitos cada vez más anticuados (que las mujeres no roban o matan, por ejemplo) y en un dato explotado hacia lo falaz: deducir, a partir del hecho de que los hombres blancos apenas representan el 20% de la población estadounidense adulta, que el futuro pertenece a las mujeres, significa presuponer, entre otras cosas, que los hombres no blancos son más proclives a la defensa de la igualdad entre sexos que los caucásicos, lo cual no hay quien se crea. O critica (con toda la razón) el Brexit, pero a veces cae en un patrioterismo que no está tan lejos del que llevó a muchos ingleses a preferir ahogarse solos que nadar acompañados.
La película no es otra cosa que la ilustración de la performance teatral de Moore, por lo que técnicamente es tan simple como el libro de instrucciones de un porrón. Su encanto, y también algunas de las miserias a las que me he referido, está en otra parte. Michael Moore domina muy bien los resortes del entretenimiento de masas, y utiliza esos recursos para combatir las falsedades y las verdades a medias que tan bien sabe explotar la derecha. Como John Oliver en su genial programa Last week tonight, Moore pone humor y talento a la lucha contra el mal. Y se agradece, aunque lo suyo sería que nos preguntáramos por qué el mal siempre vence. O, al menos, por qué, incluso en buena parte de las democracias occidentales, la derecha (o lo reaccionario) puede permitirse ser muy de derechas y gobernar en consecuencia, y la izquierda (o lo progresista) está lejos de gozar de tamaño privilegio. A ver si el ser humano va a ser de derechas…