THE WARRIORS. 1979. 88´. Color.
Dirección: Walter Hill; Guión: David Shaber y Walter Hill, basado en la novela de Sol Yurick; Director de fotografía: Andrew Laszlo; Montaje: Freeman Davis Jr., Susan E. Morse, David Holden y Billy Weber; Música: Barry De Vorzon; Dirección artística: Bob Wightman y Don Swanagan; Producción: Lawrence Gordon, para Paramount Pictures (EE. UU.).
Intérpretes: Michael Beck (Swan); James Remar (Ajax); Dorsey Wright (Cleon); Brian Taylor (Snow); David Harris (Cochise); Tom McKitterick (Cowboy); Deborah Van Valkenburgh (Mercy); Marcelino Sánchez (Rembrandt); Terry Michos (Vermin); Roger Hill (Cyrus); David Patrick Kelly (Luther); Lynne Thigpen (DJ); Mercedes Ruehl (Mujer policía); Ginny Ortiz, John Snyder, Dennis Gregory, Joel Weiss, Apache Ramos, Lisa Maurer.
Sinopsis: Un líder pandillero es asesinado en una reunión entre bandas que se celebra en el Bronx. Una de esas bandas, los Warriors, son acusados del crimen, y sus miembros se ven obligados a huir hacia su territorio.
Comparto el generalizado consenso crítico respecto a Walter Hill, respecto a que las primeras películas que dirigió son bastante superiores a las que lleva firmando desde la segunda mitad de la década de los 80. Su tercer largometraje, Los amos de la noche, es una brillante serie B setentera que, aunque en su estreno tuvo problemas al ser acusada de hacer apología de las bandas juveniles, no tardó en ganarse la condición de película de culto y aún hoy es una de sus obras más destacables.
Desde los inicios del llamado nuevo Hollywood, el cine se hizo eco del aumento de la criminalidad en la periferia de las grandes ciudades, consecuencia de las desigualdades sociales, el instinto tribal y la entrada masiva de las drogas ilegales, hasta la fecha patrimonio casi exclusivo de las clases más pudientes, en los suburbios. Con frecuencia, estos filmes adoptan la óptica de la policía, o siguen las andanzas de aquellos que deciden tomarse la justicia por su mano (los llamados vigilantes), pero tampoco eran raras las obras que retrataban el ambiente de las pandillas urbanas, a las que el cine había dotado de cierta épica desde la llegada del rock & roll. The Warriors, basada en una novela que viene a ser la traslación suburbial de la Anábasis de Jenofonte, es una de las películas más representativas de este subgénero, al ser un vibrante y angustioso thriller de supervivencia que se desarrolla a lo largo de unas pocas horas. Todo arranca con una multitudinaria reunión de delegados de todas las bandas neoyorquinas. Allí, un líder de aires mesiánicos predica la necesidad de una tregua que acabe con la división entre pandillas y haga posible que todas ellas, unidas, impongan su ley en la ciudad. Sin embargo, el líder es asesinado y todos creen que el autor del crimen es un miembro de los Warriors, que deben emprender una frenética huida hasta su territorio, Coney Island, perseguidos por las otras bandas y por la policía.
Con envidiable nervio narrativo, Hill embarca al espectador en un viaje a través de la noche en el que los peligros acechan en cada esquina y sólo los fuertes sobreviven. No hay tiempos muertos ni espacio para la reflexión, sólo sudor, testosterona y salvajismo. Mientras una locutora de radio de rostro invisible narra los avatares de la huida de los Warriors hasta su territorio, éstos tratan de salvar el pellejo, a veces enfrentándose a la policía o a las bandas que les persiguen, y casi siempre huyendo de ellas. Oscura y adrenalínica, la película juega con todos los tópicos de los films de bandas juveniles sin desmerecer a una de las grandes obras nocturnas de su época: Asalto a la comisaría del distrito 13, de John Carpenter. Si en ésta la angustia se basa en el claustrofóbico encierro de los protagonistas, Hill nos ofrece la perspectiva contraria, ilustrada con el éxito soul Nowhere to run: la pesadilla de la noche en la gran ciudad cuando todo el mundo te persigue y de cualquier rincón puede surgir alguien dispuesto a matarte. Las escenas que transcurren en las estaciones de tren, a la vez trampa y refugio, son las que marcan el tono de la película, que, sin demasiados alardes (alguna pelea filmada a cámara lenta, para que se vea que Hill aprendió algunas cosas de un tal Sam Peckinpah), resulta tan directa como un puñetazo en la mandíbula. La música enlaza también con los films de Carpenter, y quien brilla como nadie en el aspecto técnico es el director de fotografía, Andrew Laszlo.
En el reparto se da cita un grupo de actores jóvenes cuya carrera posterior discurrió entre la oscuridad y la inexistencia, excepción hecha de la notable actriz Mercedes Ruehl, que aquí interviene en un papel secundario. De los actores principales destaca James Remar, que ya de joven tenía talento para interpretar a tipos retorcidos, pero hablamos de una película de bajo presupuesto que, además, es más exigente para los actores en lo físico que en lo interpretativo, y por todo ello no es precisamente este capítulo uno de los que más brillan.
Ambigua en lo moral y lo ideológico, tensa, concisa y llena de energía, The Warriors es una película recomendable tanto para quienes conciben el cine como entretenimiento como para aquellos que fueron contagiados por el virus de la cinefilia y no tienen ganas de curarse. Sin duda, una de las obras imprescindibles de un director, Walter Hill, cuya decadencia ha sido tan acusada como su primigenio esplendor.