CONAN THE BARBARIAN. 1982. 126´. Color.
Dirección: John Milius; Guión: John Milius y Oliver Stone, basado en el personaje de cómic creado por Robert E. Howard; Dirección de fotografía: Duke Callaghan; Montaje: C. Timothy O´Meara; Música: Basil Poledouris; Diseño de producción: Ron Cobb; Dirección artística: Pierluigi Basile, Benjamín Fernández y Veljko Despotovic ; Producción: Buzz Feitshans y Raffaella De Laurentiis, para Dino De Laurentiis Company-Edward R. Pressman Film- Universal Pictures (EE.UU.- Italia)
Intérpretes: Arnold Schwarzenegger (Conan); James Earl Jones (Thulsa Doom); Sandahl Bergman (Valeria); Max Von Sydow (Rey Osric); Ben Davidson (Rexor); Cassandra Gaviola (Bruja); Gerry López (Subotai); Mako (Mago/Narrador); Valerie Quennessen (Princesa); William Smith (Padre de Conan); Nadiuska, Jorge Sanz, Luis Barboo, Franco Columbu, Jack Taylor, Sven Ole Thorsen.
Sinopsis: Un día de invierno, la aldea donde vive el niño Conan es arrasada, y sus padres asesinados por los extranjeros. Convertido en esclavo, Conan vivirá con el objetivo de reencontrarse con quienes mataron a su familia.
Sin duda, la película que marcó el punto álgido de la popularidad de John Milius como director fue Conan el bárbaro, violento film de espada y brujería basado en el cómic de Robert E. Howard, un individuo cuya breve vida bien daría para un largometraje. Rodado en España para abaratar costes (y porque la muerte de Tito desaconsejó la localización inicialmente prevista, Yugoslavia), el film fue vapuleado por la mayoría de la crítica especializada, pero supuso un éxito mundial, que aupó al estrellato a su protagonista y contribuyó a cimentar la popularidad de un subgénero que hoy vive una de sus etapas de mayor reconocimiento popular gracias a series como Juego de tronos.
Milius, cineasta de ideas políticas ultraconservadoras y apasionado de las armas, era un director ideal para Conan, pues había mostrado de sobras su talento como guionista y su capacidad para mostrar la acción y la violencia en pantalla. El guión, coescrito junto a un Oliver Stone sumergido, según confesión propia, en una espiral de politoxicomanía, es fiel a los parámetros del director: mucha violencia, pocas pero lapidarias frases y coartada cultural. En este caso, la proporciona nada menos que Friedrich Nietzsche. Uno de los aforismos del pensador alemán con los que menos simpatizo (todo aquello que no nos mata, nos hace más fuertes) encabeza la película, cuyo protagonista representa la visión, a mi parecer bastante superficial, que Milius tiene del superhombre nietzscheano.
Suelo insistir con este tema, pero nunca está de más recordar que la revisión de aquellas películas que te apasionaron en la infancia y la adolescencia, una vez cumplidos los cuarenta, suele provocar decepciones. En el caso de Conan el bárbaro, he de confesar que al ver los efectos de la primera escena, en la que un joven Conan es aleccionado por su padre acerca del secreto del acero, me temí lo peor. Falsa alarma: la aparición en la aldea de las hordas devastadoras de Thulsa Doom es gran cine, lleno de vigor y poderío. A partir de ahí, se nos ofrece la crónica de la vida de Conan, cuyo objetivo final no es otro que la venganza, y de las aventuras que le llevan de ser esclavo a convertirse en rey. La elipsis que muestra el paso del Conan niño al adulto me parece muy lograda, aunque luego, entre las cortas y casi siempre vibrantes escenas de acción que se producen a lo largo de la película, se encuentran algunos tiempos muertos en los que el film cae en lo reiterativo. En general, la película es mucho mejor cuando vibra; en las pausas entre aventura y aventura (y las hay muy buenas, como el encuentro con la bruja), hay un forzado afán de profundidad (que la primera frase que pronuncia el protagonista sea una paráfrasis de una de las citas más populares que se atribuyen a Gengis Khan así lo demuestra) que no logra ocultar los problemas de ritmo, comunes a toda la obra como director de Milius posterior a su obra maestra, El viento y el león.
Superado el susto inicial, he de subrayar que Conan el bárbaro es una gran película en lo técnico y lo artístico. Queda lejos el aroma a cartón-piedra: la escenografía, la composición de planos y el montaje son los de una gran producción, alejada del cutrerío que suele hacer que estas producciones de espada y taparrabos caigan en lo ridículo. Con todo, lo que más ha quedado de la película, junto al propio personaje protagonista, es la impresionante banda sonora de Basil Poledouris, cuya fuerza va más allá del poderoso tema principal y es uno de los factores que hace más llevaderas las escenas de transición, algunas de las cuales parecen haber sido (con buen criterio, así hay que decirlo) definidas de acuerdo a la partitura.
Podríamos discutir si alguna vez Arnold Schwarzenegger ha llegado a ser un actor, pero lo que está claro es que, allá por 1982, estaba muy lejos de serlo. Modelo de cachas inexpresivo, la interpretación de Arnie es tan pétrea como su apariencia, e incluso el director tuvo que darle clases de inglés para tratar de atenuar su cerrado acento centroeuropeo. Es obvio que todo eso a la gente le importó muy poco, porque Conan convirtió a Schwarzenegger en una de las grandes estrellas del cine de la década inmediatamente posterior a su estreno. Lo mejor del reparto es, sin duda, la poderosa presencia de James Earl Jones, así como las muy episódicas apariciones de Max Von Sydow. Hay que destacar también la intrépida belleza de una Sandahl Bergman cuya carrera se despeñó después de lo que podría haber sido su gran espaldarazo, y la anecdótica intervención de un Jorge Sanz prepúber como joven Conan. Ah, y su madre en la ficción es nada menos que Nadiuska, la diva del destape que hoy día vive en el psiquiátrico de Ciempozuelos.
Conan el bárbaro, film generador de diversas secuelas y remakes que no le llegan a la suela del zapato, es uno de esos taquillazos ochenteros que resisten bien el paso del tiempo. Tampoco John Milius supo rentabilizar este gran éxito, y sólo ha dirigido una película de cierta entidad desde entonces. Demasiado poco para un talento que, al margen de su ideología fascistoide, fue capaz de hacer grandes aportaciones al cine en su época de mayor esplendor creativo.