TRUMBO. 2015. 122´. Color.
Dirección: Jay Roach; Guión: John McNamara, basado en la novela de Bruce Cook Dalton Trumbo; Director de fotografía: Jim Denault; Montaje: Alan Baumgarten; Música: Theodore Shapiro; Dirección artística: Jesse Rosenthal; Diseño de producción: Mark Ricker; Producción: Janice Williams, John McNamara, Shivani Rawat, Kevin Kelly Brown, Michael London, Nimitt Mankad y Monica Levinson, para Groundswell Productions-Bleecker Street Films- ShivHans Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Bryan Cranston (Dalton Trumbo); Michael Stuhlbarg (Edward G. Robinson); Diane Lane (Cleo Trumbo); Helen Mirren (Hedda Hopper); Louis C.K. (Arlen Hird); Elle Fanning (Niki Trumbo); John Goodman (Frank King); John Getz (Sam Wood); David James Elliott (John Wayne); Richard Portnow (Louis B. Mayer); Roger Bart (Buddy Ross); Peter MacKenzie (Robert Kenny); James DuMont (J. Parnell Thomas); Dean O´Gorman (Kirk Douglas); Christian Berkel (Otto Preminger); David Maldonado, Toby Nichols, Madison Wolfe, Alan Tudyk, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Mitchell Zakocs, Stephen Root, Mark Harelik, Gus Rhodes.
Sinopsis: Dalton Trumbo pasa, en pocos meses, de ser el guionista mejor pagado de Hollywood a ser despedido de su empleo y procesado por sus ideas izquierdistas.
El director Jay Roach, famoso por una serie de infumables comedietas, cuyos nombres recuerdo pero prefiero omitir, decidió cambiar de registro, quizá para compensar el daño hecho al séptimo arte con sus películas anteriores, y ponerse al frente de Trumbo, film biográfico que narra las desventuras de este célebre personaje cuando la paranoia anticomunista puso su dedo acusador sobre Hollywood. Trumbo logró el prestigio que buscaba, y me atrevo a decir que obtuvo menos premios de los que merecía.
De todos es sabido que el resultado de la Segunda Guerra Mundial dividió el mundo en dos bloques, lo que dio comienzo a la Guerra Fría. Por eso, cuando los guardianes de las esencias americanas quisieron centrar su cruzada en el Hollywood liberal y pecaminoso, no les faltaron víctimas. La Meca del Cine estaba repleta de personas de ideas progresistas, en muchos casos simpatizantes de un régimen soviético que, no hay que olvidarlo, contribuyó en gran manera a la victoria aliada. El ala más izquierdista de Hollywood tuvo el dudoso honor de comprobar, al poco de finalizar la guerra, que la celebradísima derrota del fascismo frente a la libertad y la democracia era fruto de un análisis demasiado optimista. El resultado de todo ello es bien conocido: innumerables carreras y vidas destruidas en pro de una cruzada anticomunista que, dicho sea de paso, buscó muchas más conspiraciones de las que logró encontrar. El nombre más célebre de entre los damnificados fue el de Dalton Trumbo, guionista estrella que conoció la cárcel por no renegar de su ideario político y vio como, durante años, la industria le dio por completo la espalda, obligándole, a lo sumo, a escribir libretos mal pagados que tampoco podía firmar. La película es la crónica de la lucha de Trumbo contra quienes le condenaron al ostracismo.
Trumbo se apoya en un notable guión, de John McNamara, que a su vez se inspira en la bien documentada novela de Bruce Cook. Al libreto puede criticársele cierta falta de sutileza, así como una exposición de la vida familiar del protagonista demasiado tópica, pero en lo demás es modélico. La acción se narra con gracia, agilidad y una carga de reflexión moral del todo necesaria en estos tiempos, en los que en todas partes, incluso en esas en las que la gente va a votar cada cierto tiempo para crearse la ilusión de que pinta algo, existen personas perseguidas y represaliadas de muy diferentes maneras por el simple hecho de que su ideología no concuerda con la del régimen de turno. Por lo tanto, Trumbo es una película necesaria… que además es bastante buena, pues posee cualidades cinematográficas que trascienden su valor testimonial. La presentación y el desarrollo de los personajes (con nombres y apellidos, como hay que hacer, para que todos sepan quiénes fueron John Wayne, Kirk Douglas o Hedda Hopper, sujeta sobre cuya estrella prometo escupir si alguna vez piso el Hollywood Boulevard) es coherente y creíble; los diálogos, tan ingeniosos como cabía esperar en un film protagonizado por individuos especializados en crear frases brillantes, y las escenas presentan, sin descuidar en ningún momento eso tan importante de que el cine debe entretener, una sucesión de hechos de interés que la convierten en uno de los grandes biopics de este siglo. En el fondo, Trumbo es una película sobre el valor, virtud tan ensalzada como escasa, y sobre la resistencia a traicionarse a uno mismo (y el precio que uno paga por actuar de acuerdo a su conciencia cuando el mundo se vuelve loco). Dalton Trumbo poseía un gran talento, lo que hizo que pocas veces le faltaran guiones de mierda que retocar u ofertas para escribir: otros menos dotados que él vieron cómo sus carreras, su consideración social e incluso sus vidas se fueron al traste, no de forma temporal, sino para siempre. La mayoría prefirió plegarse a la barbarie, renegar de sus ideas o, lo que es peor, delatar a amigos y compañeros para salvar sus carreras. O sus piscinas, como dijo con saña Orson Welles. Los aspectos técnicos están resueltos con eficacia, lo que demuestra que Jay Roach es capaz de algo mejor que dirigir bodrios, y la recreación del Hollywood de los años 50 me parece realmente conseguida.
Quien se llevó el mayor número de parabienes en esta película fue su protagonista masculino, Bryan Cranston, actor de gran calidad que aporta a su personaje las dosis necesarias de terquedad, ingenio e ironía, y además posee capacidad de emocionar. Cranston, intérprete que debe su fama a al televisión, brilla aquí como nunca en la gran pantalla. Otro de los grandes puntos fuertes del reparto es la presencia de Helen Mirren, excelsa en su papel de supervillana. Destaco también la intervención del gran cómico Louis C.K., en el papel de uno de los compañeros represaliados de Trumbo, y de John Goodman, que protagoniza una de las mejores escenas de la película. No quiero dejar pasar la ocasión de alabar el trabajo de Michael Stuhlbarg, ni el de Christian Berkel como Otto Preminger, el excelente y tiránico director que, junto a Kirk Douglas, brindó a Trumbo la oportunidad de regresar al lugar del que jamás debió salir.
Gran película, que sirve para dar una gozosa bienvenida a Jay Roach al cine de verdad. En ocasiones, los films imprescindibles llegan desde lugares inesperados.