ZERO DARK THIRTY. 2012. 157´. Color.
Dirección: Kathryn Bigelow; Guión: Mark Boal; Director de fotografía: Greig Fraser; Montaje: Dylan Tichenor y William Goldenberg; Música: Alexandre Desplat; Dirección artística: Rod McLean (Supervisor); Diseño de producción: Jeremy Hindle; Producción: Kathryn Bigelow, Mark Boal y Megan Ellison, para First Light-Annapurna Pictures- Columbia Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Jessica Chastain (Maya); Jason Clarke (Dan); Kyle Chandler (Joseph Bradley); Jennifer Ehle (Jessica); Joel Edgerton (Patrick); Mark Strong (George); Reda Kateb (Ammar); James Gandolfini (Director de la CIA); Fares Fares (Hakim); Edgar Ramírez (Larry); Chris Pratt (Justin); Taylor Kinney (Jared); Harold Perrineau, Jeremy Strong, David Menkin, Scott Adkins, Jessica Collins, Stephen Dillane.
Sinopsis: Una joven agente de la CIA es enviada a Oriente Medio después de los atentados del 11 de septiembre. Con el tiempo, se convierte en una de las mejores bazas de la agencia para capturar a Osama Bin Laden.
Kathryn Bigelow acaparó galardones y parabienes con En tierra hostil, por lo que desde todos los ángulos se presentaba como la persona idónea para llevar a la gran pantalla la crónica de la captura del terrorista más buscado del siglo XXI, Osama Bin Laden. Bigelow, directora que rompe los estereotipos al uso, obtuvo un nuevo éxito y demostró que, en lo que se refiere a la acción vigorosa, pocos cineastas están a su altura.
La película va directa al grano: se inicia con la pantalla en negro, mientras se reproducen audios originales de algunas de las víctimas de los atentados del 11-S. A continuación, se muestran sin ninguna clase de paños calientes los métodos utilizados por la CIA en sus interrogatorios a los prisioneros islamistas cuyas confesiones podían llevarles hasta los líderes de Al Qaeda. Bigelow no enjuicia, sino que se limita a colocar su cámara como testigo mudo y deja que sea el espectador quien valore unas imágenes que, en opinión de algún destacado ex miembro de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, están muy bien documentadas. En todo momento, la película sigue la trayectoria de Maya, la mujer cuya férrea determinación hizo posible hallar la localización de Bin Laden. No faltan las voces que acusan al guión de Mark Boal de falsear la realidad, pero aquí se trata de evaluar los resultados puramente cinematográficos de la propuesta, y éstos son magníficos: el libreto, unido a las poderosas imágenes que factura la directora, consigue que el espectador siga con atención la lucha de Maya, no sólo contra los propios yihadistas, que por supuesto intentan asesinarla, sino contra la falta de coraje de muchos de sus superiores, incapaces de asumir el coste político de un error a esa escala. Maya es una heroína, pero no de las de mallas y superpoderes, sino de las de traje-chaqueta y ovarios como camiones. Es enviada a Oriente Medio sin apenas experiencia, aunque es inteligente y está llena de autoconfianza; las torturas le incomodan, pero varias de las confesiones que le proporcionaron la ruta correcta hacia Bin Laden fueron obtenidas de esa forma. Es imposible vivir rodeado de sangre y no salir salpicado. La estética de Bigelow es, como siempre, potente: espíritu documental, cámara en perpetuo movimiento en las escenas de acción, pero mucho más reposada en los momentos en los que la labor de la protagonista es puramente investigadora, montaje adrenalínico… con todos estos elementos, las dos horas y media de metraje no me parecen en absoluto excesivas: la historia y la manera en la que ésta es narrada lo merecen. Capítulo aparte merece la valiente decisión de mostrar el asalto a la guarida de Bin Laden desde la óptica de los Navy Seals que llevaron a cabo la acción: por mucho que uno vea la película desde una cómoda butaca (desde la que es muy fácil soltar peroratas sobre las flores del campo y la paz mundial), no puede dejar de sentir el peligro que, en un entorno tan hostil como desconocido, asedia a los soldados en cada rincón.
Lo reflexivo no aburre, sino que hace que la historia avance a su ritmo; la acción no deja respiro; los juicios, que los haga el espectador. Lo técnico y lo artístico (excelente banda sonora de Alexandre Desplat, aunque el comentario, si hablamos de este compositor, casi resulta redundante) brillan a una altura que supera con creces las presuntas urgencias de un producto que se estrenó pocos meses después de que se produjeran los hechos reales que se recrean. Al final, la directora también acierta al mostrar el vacío que siente alguien que se ha dedicado, durante años y de forma obsesiva, a la caza del hombre, una vez ésta ha concluido.
Que Jessica Chastain es una de las grandes actrices de nuestro tiempo es algo público y notorio: ella comunica de manera espléndida, pero nunca excesiva, el abanico de emociones de una heroína pura y, a la vez, compleja. A excepción del interpretado por una correcta Jennifer Ehle, el resto de papeles importantes son masculinos. De ellos, ninguno llega al nivel de Chastain, aunque la labor de Jason Clarke, así como las breves apariciones de Mark Strong y James Gandolfini, sean de primer nivel. Joel Edgerton o Kyle Chandler no llegan a tanto, pero no desentonan.
Gran película, quizá la mejor que se haya hecho sobre el terrorismo islámico y los hombres y mujeres que lo combaten. Su valor va mucho más allá del testimonio coyuntural, y prueba que Kathryn Bigelow es una directora capaz de brillar en terrenos en principio poco propicios a su sexo, muy encasillado en dramas sensibles y adaptaciones de Jane Austen.