Ahora que ya tenemos aquí el anunciado choque de trenes, que a mí me parece más una colisión entre un ferrocarril que va con retraso y un tractor, queda claro que para lo que da el secesionismo catalán es para ofrecer a su ilusionada tribu, y a quienes tenemos que sufrirla, una copia mala del golpe de estado separatista de 1934, gestada durante muchos años y declarada en el Parlament durante las infames sesiones de principios de septiembre. A diferencia de lo ocurrido durante la II República, la asonada cuenta con el apoyo de cierta izquierda, al parecer encantada en su triste papel de mamporrera del nacionalismo, que cree que todo vale para desalojar a Rajoy de la Moncloa. No es así, y tampoco a ella este delirio va a salirle gratis. El referéndum de autodeterminación del próximo 1 de octubre es el penúltimo e histérico intento del secesionismo de conseguir dos elementos imprescindibles para tener éxito y de los que hoy carece: un apoyo mayoritario en Cataluña y un mínimo respaldo internacional. Se busca que una respuesta violenta del Estado les ayude a conseguir ambas cosas, porque lo que en realidad hay aquí, como apuntó con acierto el cineasta Juan Antonio Bayona (es una pena que al hombre no le tire rodar un film sobre el procés: podría titularlo Lo infumable), es un conflicto entre catalanes, que después de todo este tinglado no va en modo alguno a finalizar, sino a endurecerse. Los apóstoles del nuevo país, convencidos ellos de que para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos, no parecen conscientes de que lo que están haciendo es matar a la gallina. Con todo, el referéndum nace muerto, por su absoluta falta de legitimidad y por las actuaciones policiales y judiciales realizadas para desactivarlo. ¿La solución es votar? Desde luego, no así, y no ahora. Llevamos más de cinco años votando cada pocos meses, y el problema no ha hecho más que empeorar, así que esperar que una nueva visita a las urnas lo arregle todo roza la pura estupidez. El truco consiste en votar todo el rato, a gusto y capricho de quienes ven en la independencia el Bálsamo de Fierabrás que curará todos los males, hasta que una de esas votaciones les salga bien y, claro está, ésa sería la definitiva. Democracia pura. Paren Carcaluña, que yo me bajo.
Una reflexión sobre el orden público, cuestión que es prioritario resolver a partir de la próxima semana: es bueno que los Mossos valoren tanto la seguridad ciudadana como para pretender abstenerse de impedir un referéndum ilegal. Cuando Felip Puig les mandaba hace años a aporrear y gasear a gente que, con toda legitimidad, se revolvía contra los efectos de la crisis y contra quienes la originaron, no tenían tantos miramientos. Antes se coge a un hipócrita que a un cojo.
Para terminar, un apunte musical: los cacerolos tocan de puta pena. Les deseo que sigan teniendo tiempo y motivos para seguir con lo suyo durante muchos años, y que así logren perfeccionar su técnica.