EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS. 2016. 123´. Color.
Dirección: Alberto Rodríguez; Guión: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez, basado en la novela Paesa, el espía de las mil caras, de Manuel Cerdán; Dirección de fotografía: Alex Catalán; Montaje: José M. G. Moyano; Música: Julio de la Rosa; Dirección artística: Pepe Domínguez del Olmo; Producción: Gervasio Iglesias, Antonio Asensio, Mercedes Gamero, José Antonio Félez, Mikel Lejarza y Francisco Ramos, para Atípica Films- Sacromonte Films- Atresmedia Cine (España).
Intérpretes: Eduard Fernández (Francisco Paesa); José Coronado (Jesús Camoes); Carlos Santos (Luis Roldán); Marta Etura (Nieves Fernández Puerto); Emilio Gutiérrez Caba (Osorno); Christian Stamm (Hans); Mireia Portas (Gloria); Enric Benavent (Casturelli); Philippe Rebbot (Pinaud); Craig Stevenson (Starckman); Jim Arnold (Stuart); Luis Callejo (Juan Alberto Belloch); Alba Galocha, Miquel García Borda, Jimmy Shaw, Santiago Molero, Rafael Sandoval, Jons Pappila, Israel Elejalde, Tomás del Estal, Gilles Treton, Pedro Casablanc.
Sinopsis: Francisco Paesa, espía que trabaja para los servicios secretos españoles, descubre la manera de cobrarse antiguos no pagados cuando el director de la Guardia Civil, Luis Roldán, es acusado de corrupción.
Después del incontestable éxito de La isla mínima, Alberto Rodríguez decidió que su siguiente largometraje abordara uno de los episodios más oscuros de la etapa presidencial de Felipe González: el escándalo de corrupción que salpicó a toda la cúpula del Ministerio del Interior y tuvo como principal protagonista al director de la Guardia Civil, Luis Roldán. La película toma como punto de partida una novela que retrata la figura de Francisco Paesa, espía, experto en sobrevivir en las cloacas del Estado y figura clave de la trama. El film recibió críticas positivas y diversos premios, y constituye una rareza en el cine español, poco dado a sumergirse en la historia recviente, y aún menos a narrar historias de espionaje.
Rodríguez presenta una película con un hándicap externo: en general, los españoles poseen escasa cultura política, y no mucha más memoria en lo que a esta cuestión se refiere. El hombre de las mil caras necesita de ambas cualidades para ser entendida en toda su extensión. Quien explica la historia es Jesús Camoes, piloto comercial, bon vivant y, sobre todo, amigo y cómplice de Paesa, «el hombre que engañó a todo un país», tal como se nos dice en el prólogo. Paesa fue pieza clave en la operación policial más exitosa jamás realizada contra la banda terrorista ETA, la que llevó a la detención de su cúpula y al hallazgo de los célebres papeles de Sokoa. Sin embargo, quienes manejan los hilos del poder en España suelen pecar de ingratitud, y Paesa nunca recibió la recompensa pactada: se la cobró con creces años después gracias a Luis Roldán, primer no uniformado en dirigir la Guardia Civil y ávido salteador del erario público. Rodríguez, cineasta de agudo sentido visual e indiscutible afán realista, estructura la obra a partir de un largo flashback mediante el que, con todo detalle, se cuenta una historia sobre la podredumbre en las altas esferas, que discurre en distintos países pero es inequívocamente española. La fuga de Roldán finalizó, tras casi un año de pistas falsas, torpes intentos de búsqueda y crisis política galopante, con la entrega/detención del prófugo… y con los 1500 millones de pesetas sustraídos por éste depositados en cuentas bancarias controladas por Paesa, el hombre más inteligente de cuantos aparecen en la película. Hay mucho del espíritu Le Carré en El hombre de las mil caras: no vemos tiros, ni persecuciones, ni chicas de bandera, sino personajes cuya principal arma, o cuya principal condena, es su cerebro, capaces de bucear en las alcantarillas del poder con la falta de escrúpulos que semejante actividad requiere. Rodríguez narra con el dinamismo y buen pulso habituales, y se apoya en el excelente equipo técnico que le secundó en su magnífico film precedente. Una vez más, Alex Catalán acierta en el cromatismo (gris esta vez, como corresponde a la historia), mientras que Julio de la Rosa intenta imprimir un dinamismo al conjunto que, en mi opinión, no le es indispensable, por mucho que los abundantes diálogos y la acumulación de datos puedan resultar farragosos para el espectador más acomodaticio. Esto podría ser un lastre en manos menos expertas, pero Alberto Rodríguez va sobrado de estilo narrativo, sabe contar mucho y hacerlo bien, con un estilo visual propio de quien película a película se impone como uno de los cineastas europeos contemporáneos de mayor nivel. Los personajes (seres cuya desmedida ambición les conduce a un vértigo que muy pocos son capaces de revertir en provecho propio) y sus reacciones son creíbles, y los diálogos podrían haber sido perfectamente en la realidad los que en la película se recitan. Hay una frase de Luis Roldán que, sin dejar de ser cierta, suena en sus labios a pésima excusa: «Yo hice lo que hacía todo el mundo». Paesa hizo lo que nadie más que él era capaz de hacer.
La labor de los actores aporta un valor añadido: destaca sin duda Eduard Fernández, actor de talento que borda su papel de hombre calculador que, encontrada su gallina de los huevos de oro, es capaz de ir varios pasos por delante de todos los demás. Fernández sale triunfante de un desafío interpretativo que requiere de mucho autocontrol por parte de quien lo asume. José Coronado deja otra vez claro que la madurez le ha sentado muy bien, y el mucho menos conocido Carlos Santos le da un sinfín de matices a un personaje al que su trabajo ayuda a alejarlo de la caricatura. Bien Marta Etura, en el papel femenino más importante, y mejor aún Emilio Gutiérrez Caba, todo un actor de raza.
No creo que, siendo más que notable, El hombre de las mil caras sea la mejor película de Alberto Rodríguez, pero sí que es la mejor película que alguien en España podría haber hecho con esta historia, que merecía una adaptación cinematográfica de semejante calibre.