STEVE MCQUEEN. THE MAN & LE MANS. 2015. 102´. Color.
Dirección: Gabriel Clarke y John McKenna; Guión: Gabriel Clarke; Dirección de fotografía: Matt Smith; Montaje: Matt Wyllie; Música: James Copperthwaite; Producción: Gabriel Clarke y John McKenna, para Content Media-McQueen Racing-Pit Lane Productions (Reino Unido-EE.UU.).
Intérpretes: Steve McQueen, Neile Adams, Chad McQueen, John Sturges, Siegfried Rauch, Louise Edlind, Alan Trustman, Mario Iscovich, Bob Rosen, Robert E. Relyea, David Piper, Derek Bell, Peter Samuelson, Craig Relyea, Jonathan Williams, Les Sheldon.
Sinopsis: Crónica de la producción de la película Las 24 horas de Le Mans, con la que el actor Steve McQueen pretendió rodar el film definitivo sobre las competiciones automovilísticas.
Es harto conocida la pasión que sentía el actor Steve McQueen por las carreras automovilísticas. Por ello, lo primero que hizo cuando adquirió la consideración de superestrella fue fundar su propia productora y plantearse realizar la película definitiva sobre el automovilismo de velocidad, centrada en las míticas 24 horas de Le Mans. El proyecto fue, desde distintos puntos de vista, un fracaso, que más de cuatro décadas después fue revisado con pulcritud por el equipo de documentalistas que forman los británicos Gabriel Clarke y John McKenna.
Steve McQueen: The man & Le Mans es un producto formalmente intachable cuyas carencias afloran en cuestiones de enfoque: por un lado, el film sufre porque oscila demasiado entre el homenaje a la estrella que fracasó en su proyecto más querido y las inevitables alusiones al lado oscuro de McQueen, que no era precisamente insignificante. El actor se propuso hacer una película que captara la pasión que el sentía por las carreras de coches, y en su obcecación de divo endiosado perjudicó a todos aquellos a quienes, de una u otra forma, involucró en su proyecto. McQueen podía ser un tipo encantador y, a la vez, alguien insensible y cruel: nadie salió bien parado de su aventura, empezando por él mismo. En el documental, se compara a la estrella con Ícaro, y el símil me parece afortunado. Ambos creyeron en su infalibilidad, pero sólo eran hombres. La película acabó siendo un costoso fiasco, que gustó mucho más a los fanáticos de las carreras que a los cinéfilos y que es, en todo caso, inferior a Grand Prix, el film al que pretendía enviar al olvido. Ello fue, en buena parte, debido a las erróneas decisiones de su artífice, que hizo un desembarco hollywoodiense en la tranquila villa de Le Mans, ordenó que el equipo filmara un sinfín de imágenes de la carrera (en la que, presionado por las compañías de seguros, no pudo participar, como era su deseo) sin que hubiera algo ni siquiera parecido a un guión con cara y ojos, e incluso hizo que se ocultara al público (y a la que entonces era todavía su esposa, Neile Adams) un accidente provocado por él y que pudo haberle costado la vida a su acompañante, la actriz sueca Louise Edlind. Las maneras dictatoriales de la estrella le enfrentaron al director y al guionista responsables de sus mayores éxitos, John Sturges y Alan Trustman, que abandonaron la película en mitad del rodaje, y provocaron que Cinema Center, la compañía que había contratado a la productora de Steve McQueen para hacer la película, tomara el control y obligara a éste a ejercer únicamente como actor. La estrella se tomó esto como una humillación, y se sintió traicionado por Robert Relyea, su mano derecha en la productora, con quien también rompió. El matrimonio del actor no duró mucho más. No está mal para una sola película. ¿O sí? David Piper, uno de los pilotos profesionales que intervinieron en la película, perdió una pierna a causa de un accidente ocurrido durante el rodaje. Lo peor de todo es que el resultado artístico no justificó en modo alguno tanta megalomanía.
El error de Clarke y McKenna, cuya labor técnica es excelente, es el de jugar a dos bandas y, en ocasiones, perderse en rodeos innecesarios. Se nota para mal que Chad McQueen, primogénito del actor, es uno de los productores ejecutivos de la película, pues en ella abundan los intentos de justificar lo injustificable (por ejemplo, que David Piper no recibiera compensación alguna por su accidente). Muchas veces, ser auténtico y amable es imposible, y la película peca de eso. La intención de que Steve McQueen dé algo de pena al espectador es demasiado evidente a lo largo del metraje, y no acaba de conseguirse. Sí son, en cambio, muy destacables las imágenes del rodaje de las 24 horas de Le Mans, así como la recuperación de distintos audios de su protagonista. En esto, y en su aspecto formal, sí estamos ante un documental de primera fila, que pierde algo de su encanto por sus mal disimuladas pretensiones hagiográficas. Steve McQueen: The man & Le Mans es mucho mejor cuando, cotilleos al margen, nos permite entrever la verdad.