BEGIN AGAIN. 2013. 107´. Color.
Dirección: John Carney; Guión: John Carney; Director de fotografía: Yaron Orbach; Montaje: Andrew Marcus; Diseño de producción: Chad Keith; Música: Gregg Alexander; Dirección artística: Anne Allen Goelz; Producción: Anthony Bregman, Judd Apatow, Tobin Armbrust, Lauren Selig, Ian Watermeier y Shira Rockowitz, para Exclusive Media Group-Sycamore Pictures – Apatow Productions-Likely Story (EE.UU.).
Intérpretes: Keira Knightley (Gretta); Mark Ruffalo (Dan); Adam Levine (Dave); Hailee Steinfeld (Violet); James Corden (Steve); Catherine Keener (Miriam); Yasiin Bey (Saul); Ian Brodsky (Malcolm); Shannon Maree Walsh (Rachel); CeeLo Green (Troublegum); Rob Morrow, Jennifer Li, Harvey Morris, Terry Lewis, Aya Cash.
Sinopsis: Un productor en caída libre y una joven cantautora que acaba de sufrir una dolorosa ruptura sentimental se encuentran y deciden emprender un proyecto musical en la ciudad de Nueva York.
Con Begin again, el director John Carney consiguió su película de mayor repercusión hasta la fecha. Al igual que sucedía en Once, para muchos el mejor de sus largometrajes, la música ocupa un lugar central en la trama de Begin again, una comedia de espíritu indie, aunque protagonizada por estrellas, que funcionó bien en taquilla y obtuvo críticas favorables tanto en Norteamérica como en el resto del mundo.
Lo indie y lo mainstream se dan la mano en Begin again, una película conservadora en el fondo y transgresora en la superficie que se ve con agrado pero no llega a desgarrar. Lo mejor, según mi parecer, es la pasión por la música (la mejor droga del mundo, posiblemente) que desprende todo el conjunto. El tópico americano de la redención después de la caída se presenta de un modo que considero demasiado amable, descubriéndose la vocación de film para mayorías que realmente posee la obra de Carney, pero a veces no sienta mal un poco de buen rollo, incluso para los que sabemos que detrás de él casi siempre hay humo. Aquí, un talentoso productor en horas muy bajas y una joven cantautora que acaba de romper con su novio, un músico que va camino del éxito, se encuentran por casualidad en un garito nocturno y conectan por amor a su arte y por pura necesidad: él ve en ella la oportunidad de demostrar que no ha perdido el olfato para detectar el talento, y la muchacha comprende que el productor (cada vez que escribo esta palabra me viene a la mente la canción de Martirio) es capaz de llevar su música a otra dimensión, tanto en lo artístico como en lo comercial. La forma de registrar el proyecto es original, pues se opta por grabar las canciones al aire libre, en diferentes lugares de Nueva York, haciendo que el ruido de la ciudad actúe como telón de fondo para las composiciones de Gretta. Hasta aquí, bien. La forma de reflejar los vaivenes sentimentales de productor y cantante no está, ni mucho menos, exenta de clichés, aunque se agradece que se evite el mayor de todos ellos. Pese a lo anterior, en esta parte fundamental el guión es tópico y termina por ser blando. No ocurre lo mismo con la forma en la que se muestra el funcionamiento del negocio discográfico, genial invento en el que unos tipos listos, de costumbres tirando a mafiosas, explotan el talento ajeno y viven de maravilla a costa de él. Ahí la película es incisiva, con lo que consigue exponer el eterno conflicto arte-negocio de una forma en la que la buscada rebeldía no cae en el postureo snob.
No es necesario recalcar que, en una película que gira alrededor de la música, las canciones originales tienen una gran importancia. Algunos de los temas compuestos por Gregg Alexander son buenos, pero no me llegan a entusiasmar. De hecho, el mejor momento musical de la película sucede cuando Dan y Gretta intercambian sus listas de canciones (ahí Carney acierta de lleno: hay pocas maneras mejores de conocer a una persona que descubriendo cuál es su música favorita), y recorren Nueva York escuchando a Sinatra cantar Luck be a lady, para acabar bailando al son de For once in my life, de Stevie Wonder. Palabras mayores.
No me parece que la dirección de actores sea la mejor posible: creo que Mark Ruffalo es un buen intérprete, pero en Begin again lo encuentro más desatado de lo que debería. Casi siempre, la sobriedad es un valor añadido, incluso si la naturaleza de los personajes te lleva por otro camino, y esto también podría aplicarse a una Keira Knightley cuyos mohínes me llegan a veces a cargar, cosa que no me había ocurrido al ver sus trabajos anteriores. Una actriz notable como Catherine Keener debe de lamentar que su personaje sea un puro estereotipo, y tampoco la labor de Adam Levine o de la joven Hailee Steinfeld llega al notable. En mi opinión, el único actor del reparto que merece esa calificación es James Corden.
Begin again es una película agradable, lo que dicho por mí es un elogio sólo hasta cierto punto, pues significa “obra resultona que no llega a conmover”. Y que eso le ocurra a un apasionado de la música revela ciertas inconsistencias, que impiden una recomendación entusiasta que, de otra forma, sería el final más lógico para esta reseña.