BAKJWI. 2009. 133´. Color.
Dirección: Park Chan-Wook; Guión: Jeong Seo-Kyeong y Park Chan-Wook, inspirado en la novela de Émile Zola Thèrése Raquin; Director de fotografía: Chung Chung-Hoon; Montaje: Kim Jae-Beom y Kim Sang-Beom; Música: Jo Yeong-Wook; Diseño de producción: Ryu Seong-Hie; Dirección artística: Ryu Seong-Hie; Vestuario: Jo Sang-Gyeong; Producción: Ahn Soo-Hyun y Park Chan-Wook, para CJ Entertainment-Moho Films- Focus Features International (Corea del Sur).
Intérpretes: Song Kang-Ho (Sacerdote Sang-Hyeon); Kim Ok-Bim (Tae-Ju); Kim Hae-Suk (Señora Ra); Shin Ha-Kyun (Kang-Woo); Park In-Hwan (Sacerdote Noh); Oh Dal-Su (Yeong-Doo); Song Young-Chang (Seung-Dae); Mercedes Cabral (Evelyn); Choi Hee-Jin (Enfermera); Eriq Ebouaney (Immanuel); Seo Dong-Soo, Lee Hwa-Ryong, Onthatile Peele, Choi Jong-Ryol.
Sinopsis: Un sacerdote se somete a un tratamiento experimental de alto riesgo. Sobrevive, pero sufre una transformación que le lleva a convertirse en un vampiro.
Consagrado a nivel internacional gracias a su trilogía de la venganza, el surcoreano Park Chan-Wook es uno de los más conocidos cineastas asiáticos. Thirst, su personal incursión en el subgénero vampírico, fue considerada por buena parte de la crítica como un paso atrás en su trayectoria cinematográfica. Con matices, secundo esa opinión.
Estaba claro que una historia de vampiros dirigida por Park Chan-Wook no iba a discurrir por los cánones más clásicos. Eso sí, se distancia de la detestable saga Crepúsculo, lo cual juega a su favor. El director surcoreano nos habla de un abnegado sacerdote católico, un individuo que hace gala de una de las mayores excentricidades posibles en nuestro tiempo, no sólo entre el clero: practicar lo que se predica. Se preocupa por sus feligreses, en especial por los más vulnerables y por los enfermos, y lleva su sacrificio (ese instinto negador de la vida tan cristiano) hasta el punto de someterse a un tratamiento experimental cuya principal característica es su escaso índice de supervivientes. El sacerdote sale vivo de la terapia, pero ésta tiene como efecto secundario una extraña afección cutánea, similar a la lepra, que sana cuando el enfermo bebe sangre. Convertido, a su pesar, en un vampiro, el siervo de Dios experimenta una sed de pecado que, en lo carnal, se manifiesta en un deseo irreprimible hacia la ahijada de una de sus feligresas más activas, cuyo hijo es, además, el esposo de la muchacha.
En Thirst, a Park Chan-Wook le fallaron los frenos. La suma de elementos dramáticos, terroríficos, e incluso de momentos de humor macabro, acaba por restar, por provocar saturación en el espectador. A ello contribuye un metraje a todas luces excesivo; no hubiese estado de más una última visita a la sala de montaje para eliminar elementos superfluos, por ejemplo toda la subtrama de los devotos de esa especie de santo vendado en el que se convierte el sacerdote tras el experimento, que no aporta elementos significativos al conjunto. Minutos de más al margen, se percibe una voluntad de estilo demasiado forzada, en la que los indudables aciertos estéticos (toda la escena final, con la llegada del amanecer, es de una belleza indiscutible) quedan en segundo plano ante lo artificioso de la trama, en la que muchas cosas parecen suceder más por capricho que por coherencia narrativa, y por la autocomplacencia de un director visualmente muy talentoso, pero que muestra excesivo empeño en dejar su sello en cada escena. Al contrario que la sangre que sus protagonistas beben con avidez, Thirst, más que fluir, a ratos coagula. La inevitable historia de amour fou, que recorre el conocido camino que va de la lujuria a la tragedia, no se nos presenta con el exacerbado romanticismo de Coppola, sino con un enfoque más cínico, que pretende ser más moderno y quizá no lo sea más que Zola: el protagonista convierte, por expreso deseo de ella, a su objeto de deseo en vampiresa, pero despierta de su sueño de feliz inmortalidad al comprobar que Tae-Ju era una Cenicienta más bien perversa y que, ya convertida en vampiresa, no es mucho más que un animal sediento de sangre. El final me parece francamente bueno, pero hasta llegar a él ocurren demasiadas cosas, y no todas imprescindibles. La fotografía y la música, a cargo de dos colaboradores habituales del director, sí son de gran calidad, especialmente el trabajo de iluminación de Chung Chung-Hoon en una película cien por cien nocturna.
Song Kang-Ho, rostro habitual en el cine de Park Chan-Wook, me parece un actor notable, que hace una convincente interpretación de un personaje que podría estar mejor definido. No obstante, este intérprete consigue dotar de credibilidad a ese sacerdote entregado a su causa que acabará por estar del lado del mal sin perder jamás su esencia. La para mí desconocida Kim Ok-Bim me convence menos: sus diferentes metamorfosis, primero de Cenicienta a amante lujuriosa, y de ahí a asesina inmisericorde, no me las acabo de creer. La verdad, la joven actriz no me parece una Teresa Raquin que vaya a quedarse en la memoria colectiva. Shin Ha-Kyun lidia con un personaje sin matices, el de un presunto maltratador que no es más que un débil mental víctima de una esposa insatisfecha, y hace lo que puede. Mejor parada sale Kim Hae-Suk, sin duda una buena actriz.
Thirst, sin ser un bodrio o una película desdeñable, no está a la altura de las expectativas creadas por Park Chan-Wook en su filmografía anterior. Con un metraje más ajustado, y un engarce más pulido entre Thèrése Raquin y los elementos vampíricos, podría haber sido una película muy notable, pero se queda a medio camino. Más interesante por lo que promete que por lo que realmente es.