Los jugadores de la NBA son unos privilegiados. Tanto, que pueden permitirse no ceder al chantaje de los dueños de sus equipos y contestar «lo dejo» ante un ultimátum de lo más ridículo, porque, como cualquier otro negocio, el baloncesto profesional en Estados Unidos no es nada sin sus jugadores, la única razón de ser del espectáculo. Si los propietarios de los equipos pierden dinero, cosa que difícilmente afectará a sus elefantiásicas cuentas corrientes y que hará reír mucho a gente como Roman Abrámovich, siempre pueden venderlos. Como seguidor del baloncesto europeo, en mi opinión de mayor riqueza conceptual y táctica que el que se juega en la NBA, celebro que el lockout nos haya traído a brillantes jugadores como Deron Williams o Farmar, y el retorno a Europa de auténticas estrellas de la canasta como Tony Parker, Kirilenko, Batum, Rudy Fernández, Splitter, Pekovic, Ilyasova o Krstic (todos ellos admirados por quienes les vimos jugar antes de irse a hacer las Américas, más allá de banderas o colores) … y los que vendrán, es decir, todos aquellos jugadores que no quieran estar parados, sino competir, en vez de jugar pachangas entre ellos o hacer clinics con público y pagados a precio de oro en China. NBA sí, por supuesto, pero la idea de ver las mejores Ligas nacionales, y desde luego la mejor Euroliga, de la historia, tampoco es poca cosa.