WAG THE DOG. 1997. 95´. Color.
Dirección: Barry Levinson; Guión: Hilary Henkin y David Mamet, basado en la novela de Larry Beinhart American hero; Director de fotografía: Robert Richardson; Montaje: Stu Linder; Música: Mark Knopfler; Diseño de producción: Wynn Thomas; Dirección artística: Mark Worthington; Producción: Barry Levinson, Jane Rosenthal y Robert De Niro, para Baltimore Pictures- Tribeca Films-Punch Productions-New Line Cinema (EE.UU.).
Intérpretes: Dustin Hoffman (Stanley Motss); Robert De Niro (Conrad Brean); Anne Heche (Winifred Ames); Denis Leary (Rey de la Moda); Willie Nelson (Johnny Dean); Kirsten Dunst (Tracy Lime); William H. Macy (Agente de la CIA); Craig T. Nelson (Senador Neal); Woody Harrelson (Sargento Schumann); Andrea Martin (Liz Butsky); John Michael Higgins, Suzie Plakson, Suzanne Cryer, David Koechner, Sean Masterson, Ed Morgan, James Belushi, Merle Haggard.
Sinopsis: En vísperas de las elecciones, un escándalo presidencial amenaza la reelección del presidente de los Estados Unidos. Para distraer la atención del público y de la prensa, algunos colaboradores deciden simular una guerra en algún país remoto, y para ello deciden reclutar a un célebre productor de cine.
El director Barry Levinson prolongó el buen momento artístico demostrado en Sleepers con La cortina de humo, ácida sátira política cuyo discreto éxito, pese a su estelar reparto, vino marcado por el hecho de que, en el film, se retrata al público estadounidense como a un rebaño de seres cortos de entendederas y muy fáciles de manipular. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Con el célebre affaire entre el presidente Bill Clinton y la becaria Monica Lewinsky, dúo protagonista de la felación más famosa de la historia, sobrevolando el relato, Levinson se retira a un discreto segundo plano, que es el que más favorece a un cineasta de su naturaleza, más aplicado que genial, y deja que el guión, en el que se nota la intervención de un escritor de nivel como David Mamet, y los actores lleven la voz cantante. Partiendo de la base de que la política es algo demasiado serio como para dejarlo en manos de quienes se presentan como candidatos en las elecciones, tenemos a un presidente de viaje en China y disparado hacia su segundo mandato, al que le pierde su poco empeño en reprimir sus instintos sexuales. Sus asesores más cercanos tiemblan ante la magnitud que puede tener el escándalo, y deciden reclutar a un experto en eso que llaman política subterránea, Conrad Brean, una especie de Señor Lobo de la Casa Blanca, aventajado representante de esa élite humana que rinde mejor bajo presión. Brean decide que el mejor modo de empequeñecer el escándalo de faldas presidencial es simular una guerra en un país lejano, porque lo que la gente se va a creer es lo que vea en la televisión. A la hora de crear ficciones creíbles, lo mejor es recurrir a Hollywood, y eso es lo que hace Brean, contratando a un célebre productor para que organice el espectáculo.
La cortina de humo se nos presenta como una parodia, exagerada y teatral (su puesta en escena se encamina en todo momento a dar esa impresión), de la alta política, pero basa su indiscutible encanto precisamente en que lo que cuenta no es demasiado descabellado (y si no lo era en 1997, menos lo es dos décadas más tarde, en Norteamérica y, por ejemplo, en este Ulster que hemos creado aquí tan lejos) para su público potencial, que es aquel que tiene una ligera idea de cómo funcionan en verdad la política y los grandes medios de comunicación. En muchos aspectos, La cortina de humo es una digna descendiente de Uno, dos, tres, por su frenéticos y casi siempre chispeantes diálogos, por su maravilloso cinismo y por mostrar cómo, fruto del trabajo mental de un ser inteligente y perverso, se organiza un tremendo espectáculo de masas que, como dice el título español de la película, no es más que humo. La mala leche con la que la película muestra el proceso de idiotización de la masa alcanza cotas hilarantes, como los que se producen durante la grabación del inevitable bombazo musical patriótico, o al acabarse el ensayo del discurso presidencial hecho por el productor, con todas las asistentes abandonando la sala entre lágrimas. Lo mejor es, con todo, el momento en el que Stanley, ese productor cinematográfico de recursos infinitos y desmedido afán de protagonismo, explica que, de todas sus obras, la ficticia campaña militar en Albania (país que, dicho sea de paso, podrían invadir sin que se perdiera gran cosa) es su favorita… porque es la más honesta. No está mal cuando el imprescindible héroe escogido al azar resulta ser un tarado que lleva más de una década en una prisión militar por haber violado a una monja. La banda sonora de Mark Knopfler, artista que conoce y admira la música tradicional norteamericana, sirve de contrapunto a este gran ejercicio de cinismo ilustrado, y lo amplifica cuando guión y partituras convergen en la creación de los himnos patrioteros que toda causa estúpida necesita para tocar la fibra sensible del sumiso rebaño. La parte técnica, que permanece en un plano secundario, se beneficia no obstante de la presencia del siempre excelente Robert Richardson.
Dustin Hoffman y Robert De Niro son dos grandísimos actores, que en la comedia tienden a sobreactuar y a que con ello se desperdicie mucho de su talento. La cortina de humo es, sin duda, la mejor comedia de ambos, y su trabajo más distinguido en este género, seguramente porque, en el fondo, la película no es una comedia. Que los diálogos sean, en su mayoría, ágiles y graciosísimos ayuda en gran medida, pero Hoffman está perfecto como productor de verborrea incansable y reiterativa, pero también de loable capacidad para sortear los diferentes reveses que amenazan con arruinar su espectáculo, y De Niro, que también coproduce la película, se luce de lo lindo como el fontanero que todo político inepto desearía tener a su servicio. Anne Heche, que siempre me pareció una actriz del montón, cumple en el papel de asesora despierta y competente. Denis Leary, encargado de darle forma a la parte estética del espectáculo, y un Willie Nelson saludablemente autoparódico están a buen nivel, pero quien se luce de verdad es un descacharrante Woody Harrelson, imposible héroe nacional que aparece cuando la película pierde algo de fuelle y ayuda lo suyo a realzarla. Intervienen también, entre otros, una joven y ya prometedora Kirten Dunst, y ese pedazo de actor llamado William H. Macy, así que, en conjunto, La cortina de humo es una película notable en el plano interpretativo.
Una de las mejores sátiras políticas ideadas por el cine norteamericano desde los gloriosos años 70, que como dije antes ha ganado actualidad desde que se estrenó. Cínica, brillante, y mucho más realista de lo que quiere parecer, La cortina de humo es un estacado ejercicio de algo de lo que mucho se habla y poco se ve: humor inteligente.