STRANGER THAN PARADISE. 1984. 87´. B/N.
Dirección: Jim Jarmusch; Guión: Jim Jarmusch; Dirección de fotografía: Tom DiCillo; Montaje: Jim Jarmusch y Melody London; Música: John Lurie; Producción: Sara Driver y Otto Grokenberger, para Cinesthesia Productions-Grokenberger Film Produktion-ZDF (EE.UU-República Federal de Alemania).
Intérpretes: John Lurie (Willie); Eszter Balint (Eva); Richard Edson (Eddie); Cecillia Stark (Tía Lotte); Danny Rosen, Rammellzee, Tom DiCillo, Richard Boes.
Sinopsis: Eva viaja desde Hungría hasta los Estados Unidos. Al llegar al país, se aloja en el apartamento neoyorquino de su primo Willie, un jugador de carácter huraño.
Con Extraños en el paraíso, su segundo largometraje, el director Jim Jarmusch cimentó su prestigio internacional y sentó las bases de su estilo, que pasó a ser algo así como el canon del cine independiente norteamericano a partir de entonces: historias de perdedores, rodadas con escaso presupuesto y contadas de una forma absolutamente minimalista. El menos es más, por voluntad propia y por hacer de la necesidad virtud, llevado a su máxima expresión.
El film, rodado en blanco y negro, comienza con el plano de una joven, sola y con dos maletas, en los alrededores de un aeropuerto. Esa mujer es Eva, que llega a Norteamérica desde Budapest y, antes de reunirse en Cleveland con su tía, pasa unos días en el cochambroso apartamento que tiene su primo Willie en Nueva York. Willie es un tipo algo malcarado, que reniega de sus raíces húngaras y vive a salto de mata con lo que gana en las apuestas y en partidas de póker amañadas junto a su inseparable amigo Eddie. Por mucho que quiera ser más estadounidense que el Empire State, Willie es un ser desarraigado y alérgico al trabajo al que apenas le llueven algunas migajas del sueño americano. Eddie es un individuo inofensivo, de cierta bondad, que siempre hace lo que le dice su amigo. La recién llegada es, sin duda, el ser más despierto de los tres.
Extraños en el paraíso, que pese a su espartana producción se beneficia de la estilosa fotografía de Tom DiCillo, es una película profundamente nihilista, en la que su director explota al máximo ese laconismo tan característico, tanto en la puesta en escena como en los diálogos. El film se estructura en tres partes, y puede verse como una road movie minimalista que mejora a medida que avanza el metraje. En la primera parte, que transcurre en Nueva York, lo que intenta ser escueto a veces consigue su propósito, pero en ocasiones lo que hay es pura falta de ritmo. No es que lo que viene después sea precisamente trepìdante, ni debe serlo en absoluto, pero tanto la segunda parte del film, que se rodó en un suburbio de Cleveland, como sobre todo la tercera, que tiene lugar en Florida, son mejores, como si Jarmusch, una vez fijadas las premisas, se dedicara realmente a contar la historia. Más moderna en lo formal (esa manera de concebir las escenas como sketches, unidos entre sí por planos en negro) que en lo narrativo (el esquema es el clásico de introducción-nudo-desenlace), Extraños en el paraíso destaca por el buen aprovechamiento de sus recursos: tres actores principales, unos cuantos figurantes con frase, un equipo técnico minúsculo y unas localizaciones bastante cutres generan una película a la que le cuesta arrancar, pero que se disfruta en cuanto lo hace. Siguiendo con eso de aprovecharlo todo al máximo, el film, que cuenta con una buena banda sonora compuesta por su protagonista, John Lurie, hace un uso intensivo de la versión del I put a spell on you de Screamin´Jay Hawkins, hasta el punto de convertir esta pieza casi en el leitmotiv de una película que, si tiene alguna moraleja, no puede ser otra que lo caprichoso del azar.
El estilo minimalista de la película se extiende al trabajo de los actores, que, eso sí, no desentonan lo más mínimo. No me imagino a ninguno de ellos recitando Hamlet, pero aquí las coordenadas son otras. John Lurie, más músico que actor, por mucho que ya hubiera intervenido en diversas películas (y lo hiciera después en algunas muy importantes), incluyendo el debut de Jarmusch, cumple en el papel de un personaje antipático, un don nadie que se cree un tipo con estilo y no es más que una garrapata social. Eszter Balint, actriz de breve carrera, interpreta con acierto un papel con más aristas de lo que parece, y Richard Edson, que debutó en el cine con esta película, deja claro que en él había un actor interesante. La breve aparición de Cecillia Stark como la tía húngara de Eva sirve para ilustrar un tema muy frecuente en Jarmusch: las barreras idiomáticas.
Extraños en el paraíso ha envejecido bien, pues consigue ser una película intemporal (su mensaje sobre el nihilismo y el desarraigo no puede estar más vigente) pese a ser muy de su época. Sigue siendo de lo mejor de un cineasta irregular, pero capaz de rodar películas atractivas siendo fiel a su manera de entender el cine.