La exposición El infierno según Rodin apura sus últimos días en la sede de la Fundación Mapfre y ayer, por fin, tuve ocasión de contemplar en vivo la obra de un artista al que admiro especialmente. De Rodin me cautivan su valentía en las temáticas y en la ejecución de sus obras, su captación del movimiento y su profundidad psicológica. Su encuentro con La divina comedia de Dante y con Las flores del mal de Baudelaire produjo una obra que posee un oscuro atractivo, ése que encontramos en Caravaggio, en las pinturas negras de Goya o en los grabados de Gustave Doré. La exposición sigue el proceso de creación de la obra más importante del escultor francés, cuya elaboración le ocupó buena parte de su vida, y en ella pueden verse desde los bocetos iniciales hasta las primeras maquetas de las figuras centrales, no sólo de esta obra, sino de la escultura como arte. Un recorrido por la belleza del abismo capaz de provocar emociones poderosas en todo aquel que contempla estas figuras marcadas por el dinamismo y el desgarro. La obra de uno de esos artistas que sin duda merecen ser calificados como geniales.