THE LAST TEMPTATION OF CHRIST. 1988. 164´. Color.
Dirección: Martin Scorsese; Guión: Paul Schrader, basado en la novela de Nikos Kazantzakis; Director de fotografía: Michael Ballhaus; Montaje: Thelma Schoonmaker; Música: Peter Gabriel; Diseño de producción: John Beard; Dirección artística: Andrew Sanders; Producción: Barbara De Fina, para Universal Pictures- Cineplex Odeon Films (EE.UU.).
Intérpretes: Willem Dafoe (Jesús de Nazaret); Barbara Hershey (María Magdalena); Harvey Keitel (Judas Iscariote); Verna Bloom (María); Andre Gregory (Juan el Bautista); Victor Argo (Apóstol Pedro); John Lurie (Apóstol Santiago); Harry Dean Stanton (Pablo de Tarso); David Bowie (Poncio Pilatos); Juliette Caton (Ángel de la guarda); Peggy Gormley, Randy Danson (Hermanas de Lázaro); Irvin Kershner (Zebedee); Michael Been (Apóstol Juan); Barry Miller, Roberts Blossom, Gary Basaraba, Paul Herman, Leo Burmester, Tomas Arana, Nehemiah Persoff.
Sinopsis: Jesús de Nazaret, carpintero odiado por su propio pueblo por construir las cruces con las que los romanos ajustician a los judíos, adquiere la conciencia de ser el hijo de Dios y comienza a predicar su mensaje.
Después del lucrativo encargo que fue El color del dinero, Martin Scorsese emprendió uno de sus proyectos más personales y ambiciosos, la adaptación cinematográfica de la novela de Nikos Kazantzakis La última tentación de Cristo. El film se vio envuelto en una enorme polémica, pues para los fundamentalistas cristianos su contenido era blasfemo. Actitudes inquisitoriales al margen, el resultado artístico es más que notable.
Al margen del paseo por la América de la Gran Depresión que supuso Boxcar Bertha, La última tentación de Cristo es el primer film de época de Scorsese, hombre de hondas preocupaciones espirituales, ya manifestadas de diferentes formas en sus films anteriores y que aquí centran todo el discurso. De nuevo con Paul Schrader como guionista, Scorsese refleja diversos episodios de la vida de Jesucristo para centrarse en la hipótesis que generó todo el escándalo que rodeó al film: que Jesús de Nazaret, como hombre que era, dudara de su condición de Mesías y redentor de la humanidad (tarea en la que, por cierto, su éxito ha sido escaso), y se planteara (bajo influencias demoníacas, todo hay que decirlo) renunciar a su condición y vivir la vida de un hombre corriente. Vida que (y esto es, con toda probabilidad, lo que más molestó a los meapilas más intransigentes) no está nada mal. Desde un punto de vista filosófico, el cristianismo es una fuerza negadora de la vida, o de todo lo bueno que ésta contiene. Por eso la última parte de la película resulta tan subversiva. ¿Qué hay más humano que pensar que todo el sacrificio, que todo el sufrimiento, no tienen sentido? Incluso si eres, o crees ser, el hijo de Dios, tu condición humana te conduce a ello. Más allá de fundamentalismos, que esta idea resulte ofensiva para tanta gente no dice mucho de Kazantzakis, Schrader o Scorsese, pero sí de los ofendidos. En la película, además, se ofrece una visión de dos personajes capitales, como la prostituta María Magdalena y el apóstol Judas Iscariote, muy alejada de los cánones (y, por qué no decirlo, mucho más rica desde el punto de vista intelectual). En consonancia, el personaje de Pablo de Tarso, verdadero creador del cristianismo, recibe un tratamiento tan verosímil como poco embellecedor. Opino, de hecho, que en el plano ético Scorsese hizo oro con el mismo material con el que, década y media más tarde, Mel Gibson produjo mierda.
Tenemos, pues, a un enorme cineasta metido en un proyecto que le entusiasma. Este grado de implicación alcanza a los cuidadísimos aspectos técnicos y formales, con el mejor trabajo de Michael Ballhaus a las órdenes de Scorsese (y, seguramente, de cualquier otro), una inspirada banda sonora, a medio camino entre modernidad y tradición, compuesta por Peter Gabriel, y una labor de edición particularmente meritoria en un film tan largo y complejo. La historia de cómo un hombre tan indigno para su propio pueblo que hasta las prostitutas le escupían en la cara se convierte en el redentor de la humanidad podría chirriar por tantos sitios que el hecho de que no lo haga sí puede considerarse un milagro. Se muestra con arte cómo el hombre trata de librarse de las voces que le empujan a convertirse en profeta, cómo ese hombre es capaz de la piedad, la ira y la duda, cómo su palabra caló entre los estratos inferiores de la sociedad y cómo sufrió ante el rechazo de los poderosos y ante su propio destino, con una cámara que siempre sabe cuándo acercarse y cuándo marcar distancias, cuándo calmarse y cuándo vibrar, haciéndolo de un modo particularmente brillante en la expulsión de los mercaderes del templo y en el martirio en la cruz. Quizá con un tratamiento más clásico, pero tenemos la fuerza habitual en el cine de Scorsese.
El papel de Jesucristo es uno de los hitos en la distinguida carrera de Willem Dafoe, actor que realiza un trabajo esforzado y, por momentos, brillante que logra que veamos el interior del profeta Jesús de Nazaret: su jactancia casi infantil después de convertir el agua en vino, su zozobra interior, su histérica creencia de ser el portador del mensaje del Dios único y todopoderoso o lo antinatural de su elegido celibato se ponen de manifiesta de manera inequívoca, lo cual es mérito del actor. Harvey Keitel, cuya interpretación de Judas Iscariote fue uno de los aspectos más criticados de la película, hace en mi opinión una buena labor, aunque un punto por debajo del nivel que demuestra Barbara Hershey en su encarnación de María Magdalena. En la escena en la que Cristo habla con el gobernador de Judea, Poncio Pilatos, podemos comprobar que David Bowie sabía actuar, y del resto del reparto, lo más sobresaliente es sin duda el trabajo de Harry Dean Stanton como Pablo de Tarso.
Lo fácil sería decir, porque es lo que cualquier mente regida por la lógica afirmaría, que La última tentación de Cristo no era merecedora de la fanática reacción que provocó en su estreno, pero por su valor artístico y por lo subversivo de su discurso, creo que la película tuvo la virtud de ofender a un colectivo que merecía ser ofendido, y además lo hizo con una incuestionable calidad cinematográfica.