MANCHESTER BY THE SEA. 2016. 135´. Color.
Dirección: Kenneth Lonnergan; Guión: Kenneth Lonnergan; Dirección de fotografía: Jody Lee Lipes; Montaje: Jennifer Lame; Dirección artística: Jourdan Henderson; Música: Lesley Barber; Diseño de producción: Ruth De Jong; Producción: Kimberly Steward, Chris Moore, Kevin J. Walsh, Matt Damon y Lauren Beck, para Amazon Studios-K Period Media-Pearl Street Films-The Media Farm-The A/Middleton Project-BStory-Oddlot Entertainment (EE.UU.).
Intérpretes: Casey Affleck (Lee Chandler); Lucas Hedges (Patrick); Michelle Williams (Randi Chandler); Kyle Chandler (Joe Chandler); Anna Baryshnikov (Sandy); C. J. Wilson (George); Gretchen Mol (Denise Chandler); Tom Kemp (Stan Chandler); Kara Hayward (Silvie McCann); Matthew Broderick (Jeffrey); Heather Burns (Jill); Ben O´Brien, Quincy Tyler Bernstine, Missy Yager, Stephen Henderson, Ruibo Qian, Chloe Dixon, Tate Donovan, Josh Hamilton, Erica McDermott, Danae Nason.
Sinopsis: Lee, un hombre que abandonó su pueblo natal después de un hecho traumático, debe regresar allí para hacerse cargo de su sobrino adolescente.
Curtido como guionista, Kenneth Lonnergan dio el salto a la dirección al comienzo de este siglo con la celebrada Puedes contar conmigo. Manchester frente al mar es sólo su tercer largometraje, y también el más exitoso de ellos. La película acaparó reconocimientos, incluyendo el Oscar al mejor guión original.
El drama de Lee Chandler, el protagonista de la película, es el de tantas personas que forman una familia sin ser lo suficientemente responsables como para asumir tan complicada tarea. La diferencia es que, mientras la mayoría de esos irresponsables pasa por la vida sin cometer tropelías demasiado gordas, una negligencia de Lee provoca un incendio cuyas consecuencias son las peores que uno pueda imaginar. Aunque, como es del todo punto lógico, el hombre trate de borrarse del mapa, también fracasa en eso y, consumido por la culpa, cambia de lugar y se obliga a una especie de muerte en vida que se ve alterada por el fallecimiento de su hermano, un ser generoso aquejado de una grave enfermedad cardíaca. Lee debe regresar a sus orígenes para hacerse cargo de su sobrino, un chico de dieciséis años de lo más centrado, teniendo en cuenta el trauma que acaba de sufrir, y que su madre es una loca borracha en paradero (casi) desconocido. A quienes la trama les parezca deprimente, he de decirles que aciertan: la película lo es.
El mérito del director es que siempre se mueve en el límite de lo folletinesco sin caer casi nunca en ese pozo. Eso sí, cuando lo hace (la escena del reencuentro entre Lee y su ex-esposa, que acaba de tener un hijo de otro hombre) lo hace con estrépito. En mi opinión, lo mejor del film son las escenas que comparten los dos protagonistas masculinos, el devastado Lee, que se gana la vida como conserje en la gran ciudad y tiene más talento con las manos que con el cerebro, y su sobrino Patrick, un adolescente racional y deportista que no tendrá padres, pero huye como un poseso ante la idea de vivir con su tío en Boston porque en su pueblo tiene dos novias, toca la guitarra en un grupo de rock, está en los equipos de hockey y baloncesto y residen todos sus amigos. Tío y sobrino son la luz y la sombra, el fracaso consumado y la promesa de éxito. Lee pasa su tiempo libre viendo deportes y bebiendo cerveza. Cuando abusa del alcohol, asoma su yo violento, algo por lo demás común entre los fracasados. Con sabiduría, huye de las mujeres que se interesan por él, porque sabe que, como dijo el poeta, su corazón maltrecho y ajado está cerrado por derribo. Hay heridas tan profundas que, simplemente, no cicatrizan jamás. Decía Pavese que lo peor de un dolor terrible es ser consciente de que algún día serás capaz de superarlo, pero eso no siempre ocurre. En esto, el guión de Lonnergan no puede ser más certero.
El aroma que emana de la película es de la tristeza, y en los aspectos técnicos, Lonnergan, lejos de suavizar la carga emocional de su obra, la aumenta. Pese a que se presenta al mar como un entorno liberador, el paisaje es siempre gris, marcado por la nieve y un cielo que no parece conocer el sol. Manchester frente al mar es un film sin un ápice de luminosidad, en el que las imágenes muestran el vacío emocional de los personajes. Por si esto fuera poco, la dramática banda sonora, rematada con distintas piezas de música clásica que no son precisamente valses y polkas, acentúa aún más la atmósfera melancólica de la película. Los únicos contrapuntos están siempre relacionados con los personajes jóvenes, a los que aún les cabe la esperanza, y con algunas situaciones que muestran que, incluso en los momentos más trágicos, en la vida casi siempre hay lugar para lo grotesco.
Encabeza el reparto un actor condenado sin juicio por los escuadrones feministas de la venganza, Casey Affleck, que demuestra haberse quedado con todo el talento interpretativo que había en su familia. No entraré a valorar si su estatuilla es o no merecida, pero sí diré que su trabajo es más que notable. Affleck sabe ser parco sin parecer una momia, explotar cuando toca y mostrar con acierto la desolación. Muy bien el joven Lucas Hedges, que además de saber actuar tiene buena mano a la hora de elegir las películas en las que interviene. A Michelle Williams, que me parece una actriz de mucho talento, la veo aquí un poco pasada de rosca, como dándole demasiada rienda suelta al caudal emocional que encierra su personaje. Defecto parecido encuentro en otra actriz de nivel, Gretchen Mol, especializada en los últimos tiempos en encarnar a mujeres de psique complicada. Bien C. J. Wilson y la joven Anna Baryshnikov, y anotar también la breve aparición de Matthew Broderick como intento de redentor religioso de Denise, la madre de Patrick.
No lo he dicho hasta ahora, pero Manchester frente al mar, pese a que carga demasiado los tintes melodramáticos, tiene hechuras de gran cine. Su visionado no va a alegrarle la vida a nadie, pero el buen arte suele ser triste, como la vida misma.